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Del aprender y del saber.

Aprender es vivir. Saber es morir. Cuando Goya nos dice, bajo un dibujo que representa a un viejo que camina apoyado en dos bastones, “aún aprendo”, nos esta diciendo sencillamente que sigue vivo.

Cuando un artista hace lo que ya sabe para ser “fiel a su estilo”, aparte de estar auto engañándose, se esta muriendo de miedo a morirse, de miedo a asumir riesgos.

Muertos están los sabios catedráticos de nuestras universidades seguros de saber todo lo necesario desde que aprobaron la oposición.

Sólo en el riesgo esta la esperanza. Sólo deseando se vive.

Por eso el poeta nos dijo:

-“Sé que voy a morir porque no deseo ya nada.”  

De la inspiración.

Supongamos que a San Juan de la Cruz o a Santa Teresa de Jesús les dieran un merecidísimo Nóbel de Literatura. Si la academia sueca fuese justa habría que darlo ex aecuo al escritor y al inspirador divino de los textos: a Dios nuestro señor. Al fin y a al cabo ellos no fueron más que los mecanógrafos de la voz del altísimo. Se limitaron a transcribir lo que Dios les dictaba.

 

Con esto de la inspiración me ocurre como a Franco con la equitación. El caudillo asistiendo como espectador a un concurso hípico exclamó:

 

-         Aquí el que de verdad está haciendo deporte es el caballo.

 

La inspiración es una perfecta excusa para eximir de responsabilidad al artista. Es el capricho de las musas el que retarda y encarece las obras públicas de los arquitectos estrella. Por eso ellos no tienen ninguna responsabilidad y por eso la administración les comprende y les tolera. ¡Bastante sufrimiento tienen con ejercer de médiums para nuestra salvación laica!. Lo mismo ocurre con los pintores de cúpulas y retratos reales de ahora. Son las musas las responsables de sus retrasos y del encarecimiento de sus obras. Ellos no tienen responsabilidad sobre un asunto que se les escapa: la creación de la obra de arte.

 

Yo no he estado inspirado ni un segundo de mi vida. Cumplo los plazos y no pongo cara de indio tomando bicarbonato cuando me fotografían. Asumo cada uno de mis trabajos que están hechos desde la consciencia y jamás he oído voz alguna que me dictara lo que he de hacer. Es más si la oigo algún día acudiré a tratarme a un especialista. No hago ostentación de mi debilidad para dar pena a los potenciales clientes para que me adopten. Y ,para colmo, me da por contarlo por escrito.

 

¿A qué es un milagro que haya vivido tantos años de la pintura?. Yo desde luego no me lo explico.

Gracias.

Hoy es mi primer lunes de los últimos dos años. Hoy es el primer lunes desde hace tiempo que anuncia que algo nuevo ha de comenzarse. En este par de años, y en especial en el último, no ha habido diferencia entre tiempo de ocio y tiempo de trabajo, no ha habido diferencia entre lunes o domingos. En este par de años he realizado un esfuerzo importante y constante, en este par de años he intentado explicarme qué es eso a lo que he entregado mi vida y que algunos llaman pintura.

Ayer se terminó la exposición que resumía este esfuerzo. Ayer me di la última vuelta por ahí. Había muchísima gente. Me dijeron que la habían visitado casi sesenta mil  personas en el escaso mes y medio que ha durado. Esto la convierte en una de las exposiciones más visitadas de la Lonja desde siempre. La gente me ha felicitado emocionada muchísimas veces. Los que no me han felicitado ni lo contrario. Los que no han dicho nada de nada, son los que representan el establisement crítico y político oficial y provincial. Cosa que me gusta y mucho.

Esta exposición ha gustado a las clases populares y a las élites. Es decir a los no sometidos a disciplina de voto, ni a la intelectualidad orgánica, ni a los que esperan a leer la crítica para decir si les ha gustado o no. Era justo lo que soñaba que ocurriera. Gracias a no sé quien, supongo que a Minerva, por que esto haya ocurrido.

Fruto de esta exposición expondré en Basilea y en Utrecht el año que viene. Es lo que se supone que he de comenzar a preparar este lunes. Es lo que se supone que ha de rondarme por la cabeza hasta que la obra se produzca.

Pero antes de ponerme al tajo quiero agradecerles personalmente y a cada una de las sesenta mil personas que han visitado la exposición ,que hoy ya no existe, su apoyo.

Quiero decirles también que a partir de hoy ya sólo en su recuerdo existirá la exposición y que los del aparato local, los que dicen lo que ha de gustar, los que explican a sus congéneres lo que tienen delante de las narices para formarles (cobrando por ello desde la canonjía institucional claro está) aún a pesar de no tener ni media hostia, harán todo lo posible por que esto se olvide.

Gracias otra vez.

Bocazas.

A estas alturas se supone que habré de admitirlo: soy un bocazas. O como dicen por aquí “tengo una boca como una dalla” (guadaña). No me protejo cuando converso y digo lo que me parece sin medir las consecuencias. He de admitir que las consecuencias son cada vez más molestas. Mis enemigos se entretienen en ir envenenando mi entorno amplificando todo aquello que haya dicho y haciendo que llegue crudo y descontextualizado a oídos de todo aquél que pueda darse por aludido y me pueda perjudicar. Es un comportamiento clásico, lógico y predecible; lo sé. Pero lo que no puedo hacer es contenerme y medir mis juicios. Juicios que tienen más una vocación literaria que enjuiciadora. Los que me conocen saben que me dejo matar por una frase. Es mi carácter. Pero del mismo modo que soy incapaz de contenerme cuando ligo una frase con otra contando un sucedido, aún a pesar de que alguien pudiese molestarse, soy absolutamente incapaz de obrar de mala fe premeditadamente. Y no lo digo como virtud sino como defecto. Es lo que me hace más vulnerable.

Son los que callan, como dice el refrán, los peligrosos. A los que hablamos, como dice mi madre, se nos va la fuerza por la boca.

Hace frio.

Comienza de nuevo el invierno. Luego hará otra vez calor y otro año habrá pasado como un suspiro. Otro año más.

Ahora que ya no recuerdo lo que quise ser. Ahora que tampoco recuerdo lo que pude ser. Ahora que la tensión arterial, el colesterol y las arritmias me recuerdan que el cuerpo que me sostiene sólo lo hará por un tiempo. Ahora que lo que sea habrá de hacerse cuanto antes.  No sé qué demonios hacer.

Una pereza intrínseca, metafísica, me paraliza. He asumido compromisos profesionales con la esperanza de cumplirlos con ganas. Pero o sé si seré capaz. Lo de las ganas, que es lo más difícil, claro está. Cumplirlos casi seguro que lo haré. Al fin y al cabo hace ya mucho tiempo que soy un profesional.

Expondré en Junio en Basilea, coincidiendo con la feria de arte, en Octubre en Utrecht. Y otro año más habrá pasado. Y otro año más habré pasado sólo en el taller la mayor parte del mismo.

La vida trascurre mientras te preparas para el porvenir. Pero cuando el porvenir es ya; ya no hay tiempo para insensateces. La insensatez es el único modo de ejercer la vida.

Pero esto no lo enseñan en los colegios.

De la corrupción en otros tiempos.

Tengo un buen amigo que ahora roza los ochenta y que trabajó durante el franquismo en la administración del estado. Hubo un tiempo que se ocupó de lo que entonces se llamaba cupos para la importación. En aquél entonces los españoles estaban obligados prácticamente a consumir productos españoles. Las cosas de importación además de estar muy gravadas por impuestos estaban sometidas a “cupo”, es decir: era el estado el que autorizaba el número de unidades de lo que fuese que se podía importar. Este asunto regía sobre todo en el caso de los automóviles. En aquella España del biscuter, el huevo y el gogomovíl (los más jóvenes que consulten en internet y vean las maravillas del diseño autárquico español) poseer un Buick americano o cualesquiera automóvil de importación era el sueño de la nueva clase social pudiente emergente tras la posguerra.

 

Para conseguir este sueño no sólo había que tener dinero sino también influencias entre los que autorizaban la importación de los coches. Entre estos se encontraba el jefe de mi amigo en aquél entonces. Entre las decenas de anécdotas que me ha contado de su vida no me resisto a contarles esta acontecida en aquél periodo.

 

Un día se presentaron en el despacho de Madrid dónde se autorizaban los cupos un grupo de vendedores de coches valencianos. Tras las presensaciones le dijeron a  la subsecretario encargado de la importación que se asomase a la ventana. Desde lo alto refulgía la negrura brillante de un maravilloso Buick enorme en comparación con los menguados coches de fabricación española que circulaban escasos por la calle.

 

       -    Que coche tan precioso.

 

Exclamó el subsecretario.

 

El que llevaba la voz cantante de los comerciantes de automóviles se dirigió al subsecretario y le dijo:

 

-         Es un regalo para usted. Señor subsecretario.

-         Me siento muy honrado por su generosidad. Pero deben hacerse cargo que por mi puesto no puedo aceptar regalos de este tipo.

 

El subsecretario se volvió a asomar a la ventana y rascándose la barbilla continuó diciendo:

 

-         El coche mira que es bonito.... La verdad es que es una preciosidad. Mire usted, no lo acepto como regalo, pero estaría muy interesado en adquirirlo. ¿Cuál es su precio?

-         Para usted, señor subsecretario: mil pesetas (precio ridículo incluso para la época)

       -     Esta bien. En este caso querré tres unidades.

Definición de pintura.

Mi querida Chime me ha dejado este comentario sobre lo que le pareció a su hija uno de mis cuadros. No se puede explicar mejor lo que yo entiendo por pintura.

 

 

Hola Pepe,
como mejor cumplido a tu exposición te cuento la reacción de mi hija ante uno de tus cuadros, el primero del tío vivo. Ella tiene siete años, y quiere ser "cuidadora de ponies" con lo que al entrar a La Lonja y ver esos caballitos que parecía que estaban ahí girando delante de ella, se quedó parada mirándolos de lejos, emocionada, y a continuación se acercó corriendo para verlos más de cerca, y cuál fue su sorpresa que esos preciosísimos caballitos ya no eran más que manchas de pintura. Me miró y me dijo toda desconcertada : "Ay, mami, es que de lejos parecía otra cosa... ". Se parece mucho a una definición que hiciste hace muy poco de lo que para tí es "pintar bien", sólo que con otras palabras.

Once años no son nada...

Alguien se ha entretenido en colgar videos en los que salgo en internet. Aquí les dejo uno de ellos.Es de hace once años, de octubre de 1998. Salí en el programa cultural "La Mandrágora" en la segunda cadena de televisión española. Esto es parte del programa. Para que vean los estragos del paso del tiempo y lo tontorrón que era.

De la cateta dignidad.

El día nueve inauguré una exposición en la Lonja de Zaragoza. La entrada era libre. Pasaron por allí unas mil quinientas personas en un par de horas. Saludé a más de la mitad sin enterarme muy bien a quién saludaba.

Pues bien; en estos últimos cuatro días han sido decenas las personas que indignadas se han dirigido a mi al encontrarme con ellas diciéndome afrentadas, cargadas de razón y de dignidad:

 

-         No fui porque no me mandaste invitación.

 

Lo dicen ofendidas. Con lo significadas e importantes que creen ser estas personas en la sociedad zaragozana no puede tratarse de un olvido. Ha de ser una provocación.

Un artista que yo creía amigo me llegó a decir que hasta mi exposición siempre había recibido la invitación. Como insinuando que yo me había entretenido en quitarlo de la lista del ayuntamiento. Es que es de locos.

 

Créanme que yo no he querido ofender a nadie. Me he pegado la paliza de mi vida para pintar los cuadros. Después para preparar y coordinar los catálogos. Y luego di, extenuado, una lista obsoleta y sin revisar de las direcciones que tenía. No me preocupó demasiado ya que la entrada era libre y la exposición y su inauguración estaba publicitada más que suficientemente. Nadie interesado podía decir que no se había enterado. ¡Si sale hasta en el programa de fiestas como una acto más!.

 

Se puede deducir, pues, que no se quejan de no haberse enterado. Se quejan de no haber sido distinguidas por mí o por el ayuntamiento como susceptibles de recibir notificación (que no invitación, insisto) del evento.

 

Entiendo que es estúpido este sentimiento. Pero si viven su dolor en silencio no tengo nada que objetar. Ahora bien, si se me espeta a la cara como un dardo envenenado, tal y como viene sucediendo, la cosa no deja de ser molesta.

 

Se trata de la falsa dignidad cateta y provinciana, ya lo sé, pero es que empiezo a estar cansado de tanto cateto digno y maleducado.

 

Dicho queda.

Pepe Cerdá, parte dos.

Hoy inauguro. Me voy a permitir una licencia. Aquí les dejo esto.

Joya literaria.

Me manda Ignacio García esta joya literaria:

"D. Pedro Muñoz Seca vivía en una casa de Madrid donde atendía la portería un encantador matrimonio al que profesaba autentico afecto.
.
Falleció la mujer y a los pocos días el marido, más de pena que de enfermedad, pues era un matrimonio profundamente enamorado.
.
El hijo de los porteros se dirigió a D. Pedro y le pidió que redactara un epitafio para honrar su memoria. Del corazón de Muñoz Seca surgieron estos versos:
.
Fue tan grande su bondad,
tal su generosidad
y la virtud de los dos
que están, con seguridad,
en el cielo junto a Dios
.
Corría 192.... y en aquella época era preceptivo que la Curia diocesana aprobara el texto de los epitafios que habían  de adornar los enterramientos, así que D. Pedro recibió una carta del Obispado de Madrid para que modificara el verso, puesto que nadie, ni siquiera el Obispo, podían afirmar, de un modo tan categórico, que unos fieles hubieran ascendido al cielo sin mas.
.
D. Pedro rehizo el verso y lo remitió a la Curia del modo siguiente:
.
Fueron muy juntos los dos
el uno del otro en pos
donde va siempre el que muere
pero no están junto a Dios
porque el Obispo no quiere.
.
Nueva carta de la Curia. Tras recriminar al autor lo que cree, con toda razón, que es un choteo de Muñoz Seca, le exige una rectificación ya que no es el Obispo el que no quiere, sino que es nuestro libre albedrío el que nos lleva al cielo o no.
.
Así que D. Pedro remata la faena escribiendo un verso que jamás colocó en enterramiento alguno porque la Curia jamás le contestó:
.
Vagando sus almas van
por el éter, débilmente,
sin saber qué es lo que harán
porque, desgraciadamente,
ni Dios sabe donde están.

El Orador.

Don Ramón Gómez de la Serna en 1928.

Invitación

Invitación

He aquí la invitación de la exposición que me ha tenido ocupado los últimos meses.

 

Los cuadros ya están colgados en las paredes.Ahora ya sólo queda que vengan ustedes y los vean. A partir del nueve que es el día de la inauguración, claro está.

Son más de sesenta cuadros. No les digo más, que no me gusta hablar aquí de mi trabajo pictórico. Si están ustedes cerca de Zaragoza, o van a pasar por aquí en los próximos dos meses, y la quieren visitar me honrarían mucho.

De la evolución y los seres de la cúspide de la pirámide.

Primero empezó la Biblia con eso de qué el hombre era el rey de la creación. Más adelante se nos contó en el libro de los libros como después de Caín (el agricultor y transformador de su entorno del que todos somos descendientes-aunque no nos digan con qué hembra, ¿quizás con su propia madre Eva?-) y tras cargarse a su hermano ecologista Abel, nos convertimos en civilizados. Los elegidos de Dios, claro. A los no elegidos a los herejes e infieles se les podía dar toda la caña qué se quisiera. Leña al mono hasta que aprenda catecismo.

Esto podría ser una regla general de todas las religiones monoteístas. A los nuestros todo y a los demás caña. Siempre te dejan la posibilidad de “convertirte” para  no parecer tan injustos.

Darwin con su teoría de la evolución de las especies estableció claramente diferentes categorías en la evolución. Desde los seres monocelulares a los mamíferos, ni más ni menos. El Darwinismo sociológico fue precisamente la excusa que empleó el nazismo para decir científicamente que la raza aria era la más evolucionada, por lo tanto la más alejada de aquél primer ser vivo monocelular. O por decirlo en cristiano (nunca mejor dicho) la más industriosa de las sagas de hijos de Caín. Esto les dio la razón para liar la que liarón Y tener razón es el arma más mortífera en el aparente estado de derecho como el que vivimos.

La religión monoteísta que ahora adoramos es la democracia. Cómo en las cruzadas mediavales andamos embarcados en un par de guerras para imponer la democracia a hostias.

Como en toda religión monoteísta, como en toda categorización Darwiniana, tenemos nuestros sacerdotes o nuestros sabios cargados de fe o razón (que cada vez viene a ser más lo mismo) que nos dicen a los no “elegidos” lo que nos conviene o nos deja de convenir.

Yo no soy ni de izquierdas, ni de derechas. Lo que es un primer defecto grave para existir en democracia. Yo lo único que diferencio en la historia son los sistemas de gobierno totalitarios y sistemas de gobierno liberales. Yo defiendo un adelgazamiento del estado para que nos dejen respirar un poco a los ciudadanos, para que nos dejen equivocarnos. Defiendo que no se aplique la categorización Cainita o Darwiniana para decidir quien come o quien no, quien vive o quien muere. Tal y cómo se aplicó en el estalinismo o en el nazismo por ejemplo.

Pues bien: en este país y en la última campaña de tráfico se nos decía textualmente: no podemos conducir por ti. Todo un paradigma de lo que este estado, o mejor dicho los que ejercen el poder en este estado piensan de sus gobernados. Ellos lo hacen mejor que nosotros. Ellos saben mejor que nosotros lo que nos conviene. Ellos nos quitan los puntos del carné por nuestro bien y premian a los buenos con dos de propina. Como con los caramelos en la guardería. Es en el fondo el mismo principio que cargaba de razón y de ley a  los de la revolución cultural china. Por su bien ahogaban a los recién nacidos en los arrozales delante de sus padres. Con gran alegría de los responsables del partido y funcionarios. Era el bien común lo que debía primar.

Todo el mundo parece estar de acuerdo que el bien común es el dogma primero de la democracia. Tan importante que está ligeramente por encima de la otra falacia, perdón de la otra ley general,  la de igualdad entre los creyentes demócratas.

Pues bien: esta crisis esta poniendo en obscena evidencia las categorías de nuestra sociedad. Esta crisis no la están padeciendo los verdaderos creyentes demócratas bautizados por el rito admitido de la oposición. Los que quieren conducir por nosotros están exentos de pegarse una hostia en la carretera por llevar veinte horas conduciendo para entregar el pedido. Los que han aprobado la oposición son los seres más evolucionados desde el organismo monocelular. Son los arios. La casta superior.

Al igual que las religiones monoteístas le dicen al infiel: conviértete. Habed hecho oposiciones o meteos en política para poder ocuparos de lo que les conviene a los demás y de cuales han de ser sus obligaciones, dicen los elegidos. Como por ejemplo ahogar al segundo hijo en los arrozales en el régimen maoísta, o denunciar al vecino judío en el nazista.

Esta crisis va a ir a peor y, como en todas las situaciones de verdadera emergencia, nadie va a querer perder sus privilegios. Estos van a ser dentro de poco tan obscenos, con respecto a los que no los tengan, que mucho me temo que las cosas desde el punto de vista político van a ir hacía un cierto totalitarismo, disfrazado de buenismo paternalista. Estén atentos a las disposiciones que en nombre del bien común van a tomar en los próximos meses los que se han ganado su poder de decisión por oposición, o por las urnas, o por las dos cosas. Los de la categoría máxima. Los mejores hijos de Caín o los más evolucionados seres desde el punto de vista Darwiniano.

 

Exactitud.

A. es un tipo estupendo. Vive aquí, en Villamayor. A. estuvo trompa desde los catorce hasta los cuarenta y cuatro. En su casa tenían unos campos con viñas que les producían unos dos mil litros de vino al año y en Mayo ya tenían que comprar porque se lo habían bebido entre su padre y él.

A. Trabajaba en una empresa multinacional. A los cuarenta y cuatro le diagnosticaron, como es natural, una grave enfermedad hepática en una revisión de la empresa. El médico poniendo cara de circunstancias le dijo:

            

                - Le doy la baja permanente. Y su enfermedad es tan grave que no creo que le queden más que unos meses de vida.

 

El que se murió fue el médico un par de años más tarde, tal y como le gusta comentar a A., que dieciséis años más tarde de esta conversación suele desayunar conmigo por las mañanas en el bar. A. dejó de beber y sigue con nosotros para asombro de la ciencia médica. Desde entonces cobra la inutilidad y hace pequeñas labores en el campo. Tiene una original idea de la justeza. Dice:

 

                -  Yo he bebido lo justo. Una copa más y al cementerio. Una copa menos y aún estaría madrugando y trabajando en la empresa.

 

Y tiene más razón que un santo.

De la muerte.

La muerte de uno, la propia, la que a todos nos aguarda, no se ve. Se siente la agonía, la decrepitud, la sospecha cierta de que queda poco si se muere de enfermedad. Si se muere de accidente la cosa será distinta obviamente, pero esto es una perogrullada que espero me disculpen.

Digo que la muerte se ve en los demás. Cuándo la propia se presenta uno ya no está. Por lo que se puede convenir que de la muerte, de la de uno no tenemos ninguna experiencia. ¡Toma perogrullada, y ya van dos!

Yo la primera muerte que he visto venir de verdad y bastante compartida ha sido la de mi amigo Emilio Abanto. La de los otros amigos fallecidos ha tenido más o menos una causa. Las drogas, el alcohol, la temeridad, etc. Los otros amigos fallecidos han muerto por “cosas de jóvenes”, de algún modo se la habían buscao. Emilio no. Emilio ha muerto por la cara. Emilio no fumo un cigarrillo en su vida. No bebió demasiado. Llevo una vida más o menos ordenada. No cometió excesos. Y un cáncer se lo llevo lenta e inexorablemente.

He hablado con él con cierta periodicidad durante todo el proceso y él me ha ido contando, cómo siempre que hablábamos, con toda franqueza y naturalidad el desarrollo. Del mismo modo que nos contábamos otro tipo de experiencias durante toda la vida.

Esta muerte podría haber sido perfectamente la mía. Y él el que ahora escribiese esto y el que me hubiése visto en la urna maquillado y con la barba ridículamente recortada.

Es un proceso absolutamente normal, vulgar y natural. Sólo el miedo que nos da a los vivos hace posibles las religiones y magnifica el asunto hasta la colosidad de las pirámides y tumbas de todo tipo. Emilio me regaló con su sinceridad algo muy importante que nunca olvidaré.

Conversación con Hubert Marcelly allá por el 1989.

 

No sé porqué últimamente recuerdo a menudo una conversación que tuve con el escultor Hubert Marcelly en la Casa de Velázquez cuando ambos disfrutábamos de una beca allí. Hubert era bastante mayor que yo. Debía de andar por la cuarentena mientras que yo tenía veintitantos. Hubert era un tipo muy mesurado y culto. Era Alsaciano y había vivido por medio mundo. Yo le tenía como una especie de hermano mayor. Y él aceptaba gustoso aquél papel.

 

La beca se me terminaba y con ella la posibilidad de seguir en Madrid. Durante todo el tiempo que duró la beca, dos años, del ochenta y ocho al noventa, además de trabajar en el taller de la Casa de Velázquez, estuve pintando aparatos de feria en una empresa de Pinto que los fabricaba. Lo que me daba cierta seguridad económica al añadir el dinero que ganaba a la pensión de la beca. Pero sólo con esos ingresos magros e irregulares, una vez terminada la pensión y perdido el taller de la Casa de Velázquez,  no podía alquilar otro taller suficientemente grande en Madrid.

 

 

La otra posibilidad, aún más alocada era la de irme a París. Dónde no tendría ingreso alguno salvo los pocos ahorros con los que contaba y la promesa de un entonces incipiente galerista muy “echao palante” de enviarme lo que pudiese cada mes. Ese galerista no tenía ni galería por aquél tiempo. Tenía un local en Zaragoza  y el deseo de ser galerista. Se llamaba, y se llama, Fernando Latorre.

 

La tercera posibilidad era volver a Zaragoza.

 

Mientras le hacía partícipe de mis preocupaciones Hubert me miraba sonriente. Con la misma sonrisa que mira el tío al sobrino adolescente cuándo le cuenta que está perdida y fatalmente enamorado. Después pausadamente y muy dulcemente, sin dejar de sonreír me dijo:

 

- En la vida es imprescindible y necesario asumir riesgos. Sólo así se vive verdaderamente. El miedoso, el que asegura su futuro, el que prevé lo que le va a pasar, respira, come y caga, pero no está vivo. Por eso nos odian. Hay que cuidarse mucho de    pasar inadvertido. Pobre de ti si el estado se fija en ti apenas unos minutos. Por lo tanto y a tu edad sólo puedes elegir si eres honesto la posibilidad más arriesgada: La de irte a  París.

 

Le dio una larga calada al cigarrillo rubio que estaba fumando y continuó.

 

-         Te aconsejo esto porque eres bueno, porque tienes el suficiente talento. Pero no olvides que el talento no es más que el veinticinco por ciento del total.

 

Le dio otra calada al cigarrillo.

     

        - Otro veinticinco por ciento es el tesón. El hacer bien los deberes. El no decaer. El resistir. El ser ordenado y hacer lo que se debe de hacer para ser amable y educado incluso en las peores circunstancias. Otro treinta por ciento es la salud. Sin salud no hay nada que hacer. Mantente en forma. El trabajo es ímprobo y se necesita un cuerpo y una mente resistente. No hagas caso a las lecturas que mitifican a los artistas autodestructivos. Eso es una moda romántica que inexplicablemente aún perdura. Y el veinte por ciento restante es la suerte.

Aquí nada podemos hacer más que esperarla. Pero no olvides la lección de Gide: La vida es ondulante. La suerte viene y va.

 

 

 

 

Emilio Abanto ha muerto.

Emilio Abanto ha muerto. Ayer fue el entierro. Ayer fui al tanatorio y lo vi anunciado en un display como esos que anuncian las llegadas y salidas  en las estaciones y los aeropuertos. Con letras rojas formadas por pequeños puntos de luz se anunciaba centelleante entre otros : EMILIO ABANTO VIAMONTE SALA 4.

Entré en la sala cuatro y lo vi en su ataúd, maquillado y con la barba muy arreglada. Con la cara más afilada de lo normal. Desde que vi a mi abuelo muerto cuándo tenía doce años no había vuelto a ver  otro muerto. La imagen me impresionó mucho más de lo que suponía y apenas pude saludar a su padre y a sus hermanos al salir de la sala.

Emilio Abanto y yo fuimos amigos desde los catorce o quince años. Fui yo el que le llevó al Bar bonanza allá por el setenta y siete. Me había dicho Mariano Naharro (anticuario y galerista donde yo trabajaba de aprendiz) que en ese bar se juntaban los pintores y poetas de la ciudad. Y allá que nos fuimos Emilio y yo que queríamos ser pintores, o poetas o cualesquiera cosa que nos permitiese no crecer ni ser adultos madrugadores y trabajadores. Emilio ya no salió más de allí. Creo no exagerar si afirmo que Emilio ha estado en el Bar Bonanza el setenta por ciento de los días de su vida. Era uno más de la familia. Ayer en el entierro estaban Manolo, Marisa y sus hijos los dueños del mítico bar bonanza.

Emilio estuvo la mayoría de los días conmigo en los estudios que tuvimos en la calle Ramón y Cajal, calle San Pablo, plaza Santo domingo, calle Prudencio , La Nave etc.

Lo que no hizo fue venirse conmigo ni a Madrid ni a París. Pero en mis frecuentes vueltas lo veía con frecuencia.

Emilio ha sido un compañero en la vida. Con él se han ido miles de recuerdos compartidos. La gente que asistió a su entierro es probablemente la gente que asistirá al mío. Teníamos los mismos amigos y conocidos de toda la vida.

Emilio fue una persona amable , educada y decente.

Emilio ha muerto. Y una parte de mí se ha ido con él.

Lo de todos los años, pero un día más tarde.

Desde que empecé a escribir en este blog he escrito todos los siete de septiembre. El siete de septiembre es mi cumpleaños. Ayer, siete de septiembre, no lo hice. No sabía qué decirles. Hace ya mucho que no sé qué decirles. Hace ya mucho que sólo pinto y callo.

Cumplí cuarenta y ocho. Una cifra que ya empieza a ser respetable si a años de vida ser refiere. Cuando me veo en las fotos veo a un tipo maduro y con sobrepeso. Cuando me miro para adentro veo a un tipo que no termina de encontrar el sosiego. Cuando me miro al espejo sólo veo unos ojos inquirientes y asombrados. Y aún no sé de qué se asombran y qué interrogan.

He pintado muchos cuadros desde Febrero para acá. Pesan mucho. Son, en su mayoría, muy grandes. La gente viene a verlos y yo tengo que moverlos para que los vean mientras se rascan la barbilla. Es muy cansado, el moverlos y que se rasquen la barbilla.

La gente no sabe nada de nada. Y menos de pintura. Pero les gusta mucho aparentar que saben. Sobre todo si tienen algo de pasta. Yo se los enseño para ver si compran alguno. Pero con la crisis nadie compra. Me duelen los riñones de tanto mover peso. Luego siempre les invito a comer en el restaurante del polígono. El menú de ejecutivo en el reservado por supuesto. Intento aparentar que no necesito dinero.

Dentro de un mes inauguraré una gran exposición en la Lonja de Zaragoza. La Lonja es enorme. En la exposición habrá unos cincuenta cuadros. Los que he pintado mientras he estado callado.

¿Cuándo dejará de preocuparme eso que no da la felicidad pero que me han dicho que quita los nervios?. La despreocupación debe de ser la antesala de la felicidad. Yo siempre he estado preocupado. Sobre todo por la falta de pasta. Y no he hecho nada para conseguirla. Como el torero que gracias al pánico desprecia su vida.

Pues eso que cuarenta y ocho e igual de gilipollas.

Conversación terapéutica.

 

Hace algunos lustros mi amigo el maestro profesor y sin embargo pintor Ignacio Mayayo se apiadó de un joven en un bar de madrugada que le dijo que no tenía dónde dormir. Se lo llevó a casa y ,cómo le solía pasar a Ignacio, se quedó a vivir con él un año largo y a sus expensas.

El joven,  al que todos llamábamos el coleguita, se instaló en una habitación interior del piso que entonces ocupaba Mayayo en la calle Mefisto de Zaragoza. Decoró su cuarto pegando en las paredes un montón de páginas de tebeos de Conan el bárbaro. El personaje que más admiraba.

Ignacio ya tenía una larga experiencia de compartir casa con indigentes. Había vivido con un mendigo al que todo el mundo llamaba el Chérif ya que siempre portaba en su mugrienta chaqueta una estrella de metal. Además de haber sido el "pagano" (del verbo pagar) y anfitrión de unas cuantas comunas de aquellas del final de los setenta. Por esto el que otro indigente más se instalara en su casa se lo tomaba con una naturalidad bíblica. No le producía el más mínimo estrés.

El coleguita se ganaba la vida traficando con hachís a pequeña escala. A menudo volvía a casa magullado a golpes por algún altercado propio de la noche y de su negocio. No era mal chaval pero parecía claro que la fortuna ni le sonreía ni le iba a sonreír.

Un día al llegar a casa de madrugada Ignacio se lo encontró llorando desconsoladamente:

 

      -    ¿Qué te pasa?, le preguntó Ignacio.

 

Entre sollozos el coleguita le respondió:

 

      -     Estoy muy triste porque he tenido un desengaño amoroso...

 

-         ¡Pero cómo vas a tener tú un desengaño amoroso si eres un mierda que no tiene dónde caerse muerto!. Trabaja, búscate una casa, cómprate un coche...Y cuándo tengas todo eso podrás enamorarte y tener desengaños amorosos. ¡No te jode el mierda este!.

 

El coleguita tras la conversación se quedó pensativo. Después arranco de la pared de su cuarto todos los tebeos de Conan. Por la mañana salió pronto y recién duchao a buscar trabajo.

 

El otro día me lo encontré, veinte años más tarde, y me contó que vive en un adosao con su familia y es vendedor de ordenadores.