Bocazas.
A estas alturas se supone que habré de admitirlo: soy un bocazas. O como dicen por aquí “tengo una boca como una dalla” (guadaña). No me protejo cuando converso y digo lo que me parece sin medir las consecuencias. He de admitir que las consecuencias son cada vez más molestas. Mis enemigos se entretienen en ir envenenando mi entorno amplificando todo aquello que haya dicho y haciendo que llegue crudo y descontextualizado a oídos de todo aquél que pueda darse por aludido y me pueda perjudicar. Es un comportamiento clásico, lógico y predecible; lo sé. Pero lo que no puedo hacer es contenerme y medir mis juicios. Juicios que tienen más una vocación literaria que enjuiciadora. Los que me conocen saben que me dejo matar por una frase. Es mi carácter. Pero del mismo modo que soy incapaz de contenerme cuando ligo una frase con otra contando un sucedido, aún a pesar de que alguien pudiese molestarse, soy absolutamente incapaz de obrar de mala fe premeditadamente. Y no lo digo como virtud sino como defecto. Es lo que me hace más vulnerable.
Son los que callan, como dice el refrán, los peligrosos. A los que hablamos, como dice mi madre, se nos va la fuerza por la boca.
5 comentarios
bea -
En cierta ocasión le hablé de alguien que, en una escena digna de Cyrano, mirando a los ojos a un adversario indigno, un colega suyo advenedizo, rastrero y mediocre, le llamó, ante un público expectante como el de los corros del patio de los colegios de chicos cuando hay pelea, "vendedor de calzoncillos". Lo dijo alto y claro, despacio, deletreando las letras, regodeándose en su certeza de haber acertado plenamente con el calificativo. Lo despellejó, claro está, para disfrute de la peña.
A mi amigo aquello le gustó tanto, tantísimo, que se le quedó grabado, y años más tarde, en un arrebato de indignación frente a un tipo también advenedizo, rastrero y mediocre, no pudo resistir la tentación, y en lo que fue su gran momento de gloria en mucho tiempo, se lo espetó tal cual, a ritmo lento, dándose el gusto: "Es usted un vendedor de calzoncillos"...
Calculó mal, - o tal vez no - porque el tipo aquel, además de mediocre, y rastrero y demás, era un político influyente del ministerio de cultura, y mi amigo comprobó lo caro que salen algunas veces ciertos lujos.
Como su trabajo dependía en gran parte de encargos institucionales, sufrió durante largo tiempo el mayor de los ostracismos profesionales, no sé aún cuál fue la hondura de las heridas que le llovieron, ni si se arrepintió de sus palabras. Pero estoy absolutamente segura de que si se volvieran a dar las circunstancias, haría lo mismo. Y por cómo le brillan los ojillos cada vez que recuerda aquel momento, me da que, en el fondo, se siente orgulloso de haber sido fiel a su naturaleza.
Inde -
Anda, que no me acuerdo yo veces de eso, ni nada...
Pero, macho, qué quieres que te diga: una cosa es la discreción y otra la traidoría. Y prefiero al esbocarrao que al mosigón, cien veces.
Por cierto: tener una boca como una dalla quiere decir que comes sin fundamento, todo lo que te ponen por delante, sea trigo, hierba o piedras, que todo va p'adentro. Hablar más de la cuenta o sin filtro, sin medir bien las consecuencias, es lo que he dicho antes: un esbocarrao.
En fin, ya somos dos.
pepe -
nana -
Por otra parte hacía tiempo que no oía la palabra dalla, me ha recordado a mi padre. El la afilaba debajo de una noguera (nogal) que habia en la puerta de mi casa, era un hombre callado, pero nada peligroso.
Menos mal que hablas Pepe , aun que creas que de mas haces que sea muy ameno todo lo que cuentas, y los que te vamos conociendo no dudamos de tu buena fé, así que no te preocupes tanto.
josé -
¡SILENCIO! ¡SILENCIO!
Ni el mejor diplomático
es capaz de agradar a todos
Ni van a entrar en el Paraiso (dicen)
Quienes no hayan provocado
una buena cosecha de enemigos
Y una más buena y abundante cosecha de
AMIGOS
Salud.