De la muerte.
La muerte de uno, la propia, la que a todos nos aguarda, no se ve. Se siente la agonía, la decrepitud, la sospecha cierta de que queda poco si se muere de enfermedad. Si se muere de accidente la cosa será distinta obviamente, pero esto es una perogrullada que espero me disculpen.
Digo que la muerte se ve en los demás. Cuándo la propia se presenta uno ya no está. Por lo que se puede convenir que de la muerte, de la de uno no tenemos ninguna experiencia. ¡Toma perogrullada, y ya van dos!
Yo la primera muerte que he visto venir de verdad y bastante compartida ha sido la de mi amigo Emilio Abanto. La de los otros amigos fallecidos ha tenido más o menos una causa. Las drogas, el alcohol, la temeridad, etc. Los otros amigos fallecidos han muerto por “cosas de jóvenes”, de algún modo se la habían buscao. Emilio no. Emilio ha muerto por la cara. Emilio no fumo un cigarrillo en su vida. No bebió demasiado. Llevo una vida más o menos ordenada. No cometió excesos. Y un cáncer se lo llevo lenta e inexorablemente.
He hablado con él con cierta periodicidad durante todo el proceso y él me ha ido contando, cómo siempre que hablábamos, con toda franqueza y naturalidad el desarrollo. Del mismo modo que nos contábamos otro tipo de experiencias durante toda la vida.
Esta muerte podría haber sido perfectamente la mía. Y él el que ahora escribiese esto y el que me hubiése visto en la urna maquillado y con la barba ridículamente recortada.
Es un proceso absolutamente normal, vulgar y natural. Sólo el miedo que nos da a los vivos hace posibles las religiones y magnifica el asunto hasta la colosidad de las pirámides y tumbas de todo tipo. Emilio me regaló con su sinceridad algo muy importante que nunca olvidaré.
3 comentarios
larraz -
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Saludos.