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http://youtu.be/it6-92AuP1M

De la pintura y otras cosas.

De la pintura y otras cosas.

Hece un tiempo Paco Lafarga me pidió un texto de presentación de una exposición que hizo en Zaragoza, en las salas del Torreón de Fortea más concretamente. Hoy lo he releído y me ha parecido conveniente compartirlo con ustedes.

A continuación el texto:

 

 

 

Cuando Leonardo escribió aquello de que la pintura es “cosa mentale” seguro que no imaginó las vueltas que a esta frase se le iba a dar en los siglos siguientes a su muerte. Seguro que de haber sido consciente de la gravedad de la afirmación la hubiese matizado más: hubiese dicho, quiero pensar yo, que sí, que es cosa” mentale” pero aún más “sensuale”. Que si sólo es “sensuale”, no sirve, que si sólo es “mentale”, tampoco. Que el pensamiento sin acción lleva a la locura; que la acción sin pensamiento a la estupidez. Que del mismo modo que el funabulista se deja llevar por encima del cable con la máxima concentración para que la locura de jugarse la vida no se convierta en un hecho fatal, el pintor se adentra en la grasosa y untuosa inexactitud de la pintura. Que cuanta más loca sea la aventura más cuerdo habrá de estar el aventurero.

Pero esto solo son especulaciones mías, Leonardo solamente sentenció que la pintura es “cosa mentale”, de lo “sensuale” no dijo nada y esto le sirvió de punto de apoyo, siglos más tarde, a Marcel Duchamp para decir que abandonaba la pintura por ser un asunto meramente “olfativo y retiniano” para concentrarse exclusivamente en la “cosa mentale”.

 Pero a mi parecer, Duchamp nunca dejo de ser un pintor, como demuestra su última y secreta obra “el etant donné” que no es otra cosa, en esencia, que un cuadro renacentista moderno en el que el espectador está obligado a mirarlo, del mismo modo que se escudriña por el ojo de la cerradura,  a través de dos agujeros que reproducen el efecto de la perspectiva cónica central de los cuadros clásicos. 

Quiero pensar que del mismo modo que sólo se puede estar despierto si se ha dormido antes, sólo la pintura puede ser “mentale” cuando es “sensuale” y al revés.

A la pintura le pasa como al tiempo, el sabio Agustín de Hipona  sentenció al respecto:

“-Me preguntáis qué cosa es el tiempo. Si lo pienso no lo sé, más si no lo pienso lo sé”.

Lo mismo ocurre con la pintura, yo no sé decir qué cosa es si se me pregunta, ahora bien si no se me pregunta, lo sé perfectamente. Pocas cosas hay más evidentes para los ojos de un pintor que la pintura misma, del mismo modo que evidente es el paso del tiempo. Podríamos decir, también del tiempo que es “cosa mentale”, y cierto sería, pero no sería menos cierto decir que el paso del tiempo se siente en la carne y que la medida del mismo, más que los minutos, los segundos y las horas, es la profunda angustia vital que su transcurrir nos provoca.

El asunto, es a mi parecer, que el ser humano cree saber cosas que en realidad las siente; y cree sentir cosas que en realidad las sabe. Que el ser humano, esencialmente, no es sino  un mono confundido y erecto que gusta de complicar lo sencillo y simplificar lo complejo.

 Mi amigo el profesor y escritor Carlos Castán me contó que uno de sus alumnos de sus clases de Filosofía en un instituto de Huesca, un día, en plena explicación sobre los sofistas le espetó con un marcado acento rural:

“-Eso da filosofía non vale más que pa matate a cabeza”

Y en justicia, mi amigo Carlos, no pudo quitarle la razón a su alumno.

Por esto “sin matarnos mucho la cabeza” se podría afirmar que la pintura no es un modo de ser de la naturaleza, ni de las paredes, ni de los lienzos;  la pintura es un modo de ser del hombre que algunos ejercitan. Que misteriosamente se ejercita desde tiempos muy remotos y sin que sirva realmente para nada. Y que ha venido ejercitándose desde los tiempos de Altamira hasta ahora ininterrumpidamente. Aún a pesar de que en los últimos cincuenta años no se haya dejado de poner en duda su pertinencia.

De esta cosa tan impertinente y de tan difícil definición que es la pintura doy clases los jueves desde hace algún lustro en un aula que a tal efecto tiene la obra social de ibercaja.

 Y un jueves vino a mi clase un tipo tímido, con gafas y que situó su caballete en uno de los puntos más lóbregos del local. Resultó llamarse Paco Lafarga. En cuanto le vi entrar supe que era un pintor. Del mismo modo que los aficionados a los toros saben que un torero es un torero con sólo verle caminar en el paseíllo. Ahora bien, como San Agustín, no puedo explicar por qué lo supe.

Pintó, con notable pericia, un retrato de su padre con los ojos cerrados y con el torso desnudo. No me sorprendió que lo hiciese bien. No puedo explicarlo, pero así fue.

Tras unos meses se fue y se montó su propio estudio y una pequeña academia. Al poco de instalarse le visité y descubrí su faceta de dibujante prodigioso. En su minúsculo estudio encontré unos estupendos y enormes dibujos.

Desde entonces he seguido con vivísimo interés todo lo que ha hecho. Básicamente se ha limitado a pintar su entorno más cercano. Ha pintado a su mujer, a su padre, a su cuñada, a su piscina azul.  Es lo mismo que hizo Morandi  con sus botellas o el de Altamira con sus bisontes. Se trata de que la pintura se manifieste a través de lo cercano. Sólo siendo absolutamente local se puede aspirar a ser verdaderamente universal. 

Paco Lafarga pinta muy bien. Que esta frase sea escrita por otro pintor debería ser suficientemente explícita, pero ahora, en estos tiempos en los que se ha de explicar a los demás lo que tienen delante de las narices, parece no ser suficiente. Paco Lafarga además de pintar muy bien debería ser un auténtico artista visual  que ha elegido la pintura como medio de expresión, pudiendo haber elegido otros medios más modernos como el video o la fotografía. Creo que también es su caso.

Ahora la pintura es también una distracción, una terapia, pero para los verdaderos artistas es, antes que nada, un medio para penetrar siempre más allá de lo conocido. Esta penetración da igual que sea sobre el mundo, sobre los hombres o sobre uno mismo. El pintor, el verdadero, inicia y prosigue su viaje sin otras leyes que las que él mismo idea sobre la marcha. Navega desnudo y aterido en un mar embravecido de grasa y aguarrás. Nadie puede comprenderlo, ni siquiera él mismo, pero esto no quiere decir que un cuadro de un verdadero pintor, como es el caso, no esté lleno de significados.

El estudio de Paco Lafarga tiene algo de camarote de submarino o de celda de castigo. Es de techos muy bajos, tan bajos que Paco anota en ellos numerosas frases que dan prueba del fatigoso combate que mantiene consigo mismo para que la obra salga del mismo modo que  el hilo segregado de los gusanos de seda: lenta e ininterrumpidamente. Frases que leo de soslayo, pudorosamente, cuando me invita a ver su obra. Frases que me impresionan y que olvido en cuanto salgo de su estudio. Esas frases son suyas y de ése lugar, sólo en ese sacro lugar deben de ser pronunciadas. Frases que también hablan de mí, y de todos los pintores verdaderos que nos han precedido .

 Sólo otro pintor sabe lo terrible, lo doloroso, lo placentero e intenso que es el hecho de ejercer el oficio del único modo posible. En la más confortable e intensa de las soledades, esperando que se den las condiciones de la hora de la verdad, cuando la pintura es por sí misma, cuando la mano va antes que la cabeza, cuando todo es fácil. Pero esto ocurre sólo cuando ella quiere. Por esto Paco espera garabateando las paredes de su estudio-sarcófago acolchado por sus pensamientos.

No sé si sabe Paco lo bien que le comprendo….

 

Pepe Cerdá

 

 

De la dignidad.

Hemos entrado a la vez en un café de Bedous. Son una pareja de mediana edad. Seguro que españoles, casi seguro que de Zaragoza o de Pamplona. Les delata su ropa,su calzado y su actitud. Van vestidos con lo que venden en la planta de “sport” del Corte Inglés. La ropa está tratada con esa pulcritud provinciana tan difícil de imitar. Está demasiado limpia para ser ropa de montaña. Se nota que en verano la meten recién lavada en bolsas de plástico a la espera del próximo invierno. Ellos creen que no se les nota, que parecen de la clase que pretenden emular, pero no lo consiguen. Creen que Emidio Tucci es el colmo de la discreta elegancia masculina. Casi seguro que son funcionarios, o, quizás, empleados de banca aún sin intervenir. No parecen temer el perder su puesto de trabajo inminentemente. Sus ingresos se han reducido un poco, pero habían sido previsores y no se metieron en grandes deudas. Ponen un determinado gesto en su cara al entrar al bar que se puede traducir por: “somos muy dignos, tenemos una posición que nos permite pasar éste fin de semana en nuestro apartamento de Villanua y luego hacer una escapadita Francia, a comprar queso”. Pero no se sienten seguros del todo en elextranjero. Aunque sea un extranjero que apenas dista treinta quilómetros de la frontera.



Se les ha notado su inseguridad por el modo en el que han mirado a los “tardohippyes que poblaban el café “, ella se apretado un poco más el brazo de su marido, él, haciéndose cargo de la situación, ha pronunciado por debajo de su bigote
recortado con exactitud esta frase: “Garçon, sil vous plait,deux cafés au lait”. Sin caer en la cuenta que la camarera no es un “garçon” y que hace más de cuatro lustros que en Francia no se emplea la palabra “garçón” para llamar a un camarero. Pero así lo estudió en los Escolapios hace siete lustros. Aún conserva en su pulcra biblioteca el método Perrier para estudiar Francés. Camarero: garçon.



Se han sentado a mi lado y se han puesto a hablar entre ellos en la seguridad de que nadie en el café podía comprenderles. Se han quejado del precio del café y han empezado a comparar el café con uno español. Que si estaba más sucio, que si los hippies fumaban aún estando prohibido, que si la carretera está peor en Francia, etc.



Se han ido enseguida. Se han montado en un pulcrísimo todo terreno que no había rodado jamás por un camino y han vuelto a la seguridad de su apartamento.



Me han llamado la atención porque es una de las pocas parejas que he visto últimamente a los que la crisis aún no les ha golpeado en sus gestos y en su actitud. La mayoría ya no pisa tan fuerte, ya no está tan segura de su posición. Ni siquiera los ricos. Puedo notar en las miradas que ya no es como antes, y que ya nunca será. Esta pareja aún no sabe que se está planeando acabar con sus ahorros por medio de impuestos, multas, tasas o sanciones, o por el padre de todos los robos: la devaluación. Se imprimirán tantos billetes que los suyos, los guardados, valdrán la mitad, con suerte.



Pero aún no ha ocurrido y lo que les preocupa es que se fume o las carreteras francesas, benditos sean.

Cuando la realidad exagera.

Una particularidad de las guerras y de las crisis es que la realidad exagera. Al contrario que en tiempos de aburrida bonanza y felicidad en los que hay que exagerar la realidad para hacerla interesante, en los tiempos de verdadera zozobra hay que mitigarla para hacerla digerible. No hay más que echar un vistazo al modo aséptico con el que la prensa ha tratado las inmolaciones de los desahuciados,¡quemándose a lo Bonzo!, para probar que lo que digo es cierto. Nuestra sociedad del analgésico no está preparada para soportar el verdadero drama. Lo toleramos y aplaudimos en la pantalla de cine, en un libro, a miles de kilómetros, pero no en la puerta de al lado.



Ahora la totalidad de los que esto lean tienen el drama encima, o tan cerca que pueden sentir su fétido y caliente aliento en su nuca. Cuando la realidad exagera los gobernantes y los privilegiados se esfuerzan en ocultarla con literatura, con palabrería en definitiva. Por esto es ahora cuando los verdaderos escritores han de dar fe de tanto sufrimiento intentando ser fieles a su asco y a su miedo.



Dicho está.

Vuelta a las andadas.

Fernando Sanmartín, hombre de finura inaudita en estas tierras de Aragón y buen amigo, y mejor escritor, me recrimina el que no escriba aquí. Y por hacerle caso aquí me veo tecleando sin ton ni son las teclas de mi ajado teclado. Algunas teclas son más blancas que otras. Alguna ha perdido casi la letra impresa sobre ella de tanto uso. Las más usadas: la A, la E y la D; las menos: la X, la W y la Ñ. Pienso que las teclas del teclado son cómo los órganos de nuestro cuerpo. La W sería como el bazo, que nadie sabe para qué sirve y la A y la E como el corazón y el pulmón: imprescindibles.

 

Pienso en la idea que de mí tiene Fernando, y en la idea que de mí tengo yo, y en la idea que de mí tiene mi madre, y mis enemigos, y en la idea que de mi tienen las personas a las que he defraudado y a las que he defraudar en el futuro. Pienso que la idea de uno es una cosa cambiante y que sin embargo raramente se suele revisar a lo largo de la vida. Fulano: un tipo simpático y un poco tonto; Mengano: muy inteligente pero vago; éstas serían las etiquetas que en nuestro cerebro ponemos en las casillas de los seres “conocidos” y que nunca más revisamos; dando por supuestas dos estupideces: que no nos equivocamos al calificar y que la persona descrita no ha sido cambiada por la vida y sus avatares. Sin embargo, lo poco que puedo afirmar sin temor a equivocarme es que: todo cambia, se pudre y muere; que nada permanece, que los éxitos son instantáneos y las desgracias crónicas. Que, por lo tanto, nada es lo que fue, ni lo que será

 

De mí se suponen dos cosas: que soy un pintor y que gusto de escribir. La primera, la de que soy un pintor parece poco discutible (otra cosa será que sea bueno o malo, pero lo llevo siendo toda la vida), ahora, la de que gusto de escribir, ya no estoy tan seguro, aunque también hace mucho que lo hago. Me explico. Soy pintor porque lo pone en mi licencia fiscal y porque declaro ingresos por ello, pero lo de escritor no lo pone en ningún sitio y lo de que “me gusta” tampoco está tan claro. Yo lo que no puedo remediar es lo de cavilar, pero supongo que esto le pasa a todos mis semejantes, ni de ir más allá de lo sabido o lo correcto.

 

Todas las personas que me han ido leyendo aquí desde hace ya pronto diez años tendrán una idea de mi que no coincidirá con la mía, pero tengan por seguro que todos estamos equivocados.

 

Según mi antigua costumbre paso a “pegar” esto en mi blog sin releer ni corregir. Sean indulgentes, o no, según les plazca.

De todo hace ya mucho tiempo

Hace mucho tiempo que no escribo aquí.

No lo hago porque casi nunca estoy en casa. En la casa en la que tengo el ordenador de mesa y un teclado confortable para escribir. En la nave dónde ahora pinto tengo un portátil pequeño con un teclado muy incomodo y me da pereza. También le echo la culpa de mi pereza a la tableta “iPad” desde donde ahora veo el mundo. Desde la “iPad”, o desde el teléfono “iPhone” como mucho se puede escribir un “Tweet” de 140 caracteres con mis gruesos dos dedos.

No lo hago, también, porque me da una intrínseca pereza hacerlo. Porque no le encuentro ya el sentido.Si se lo vuelvo a encontrar, o si se me ocurre algo importante, o gracioso, que decirles volveré a escribir aquí.

Por esto mantengo abierto el blog.

El 28, 29 y 30 en Tobed.

Los días 28, 29 y 30 de este mes, o lo que es lo mismo, el viernes sábado y domingo que vienen, estaré en Tobed en un encuentro de cuadernistas junto al gran Enrique Flores. El asunto lo organiza el Ayuntamiento de Tobed. Para más información "punchen" aquí.

Aún quedan plazas. Seguro que lo pasamos bien y aprendemos.

Así lo veo yo

Les "pego" este articulo de un tal Moreno Bentué. Es de lo mejor y más claro que he leído sobre la maldita crisis.

 

Se ha llegado al final de un modelo. El actual sistema o modelo de sociedad, el llamado Estado de Bienestar, está llegando a su fin tal y como lo conocemos. La presunción de este sistema de "protección social" es la de asumir la responsabilidad del bienestar social y económico de los ciudadanos mediante un conjunto de prestaciones en beneficio de los trabajadores y de sus familiares que tienen por objeto elevar su nivel de vida económico, social, cultural e integral.

Pues bien, esta pretensión se ha demostrado totalmente inviable.

¿Por qué? Sencillamente por la dimensión del desequilibrio entre ingresos y gastos públicos. Desequilibrio que, por cierto, arrastramos desde hace décadas, pero que desde el 2007-2008 se ha manifestado como inasumible.

Desde 2007 estamos claramente en déficit, que es el faltante en que incurre el Estado al intervenir mediante gasto público en la actividad económica. Es decir, es el resultado negativo de la diferencia entre gastos e ingresos. El déficit de 2008 a 2011 es de unos 352.000 millones de euros. Sólo en 2011 el desequilibrio fue de 91.350 millones euros, lo que supone un déficit del 8,5%. En 2011 los gastos superaron a los ingresos en un 24,20% (¡en 2009 fue un 32%!).

Claro está, este déficit se ha intentado cubrir con deuda. Los gastos se tienen que pagar y no se ingresa lo suficiente. En 2011 la deuda era de 734.961 millones de euros, es decir, un 68,50% del PIB. Esta semana se han conocido datos del 2012: la deuda es de 804.388 millones de euros, es decir, ¡el 75,9% del PIB!

Estos datos vienen a significar que el actual Sistema del Bienestar se ha basado exclusivamente en el crédito y la deuda y no en la riqueza creada por el país. Por pura lógica es insostenible, se ha llegado a un límite físico. Por cierto, que este crédito lo han ofrecido los malvados mercados, de lo contrario ya habríamos quebrado hace bastante tiempo...

Dicho esto, ¿es la gran deuda española el punto más preocupante? No. El principal problema de la economía española es que está en permanente déficit, es decir, no puede ingresar más que lo que gasta. Esto, simple y llanamente, significa que no somos solventes. No podremos devolver las deudas que contraemos. Es decir, estamos técnicamente quebrados. Ahora mismo no podríamos hacer frente a los pagos de nuestros pasivos con nuestros activos. Esto es algo que parecen no entender premios Nobel como Krugman y Stiglitz, que continúan queriendo resolver un problema de deuda con más gasto, más deuda y más monetizaciones. No tiene ninguna lógica salvo para keynesianos y demás escuelas de pensamiento que son incapaces de comprender el ciclo económico.

La deuda es una consecuencia del déficit, y es el déficit lo que puede causar el impago de la deuda. Hay países que pueden estar mucho más endeudados que España, pero sin embargo su capacidad de pago es mucho mayor porque siguen creando riqueza, por lo que el riesgo de invertir en ese país es menor. Pongamos un ejemplo. ¿Qué es más preocupante, que Emilio Botín tenga una deuda de 1 millón de euros o que yo tenga una deuda de 50.000 euritos? Pues eso, está claro. No es tanto la deuda, sino la capacidad de pago de la misma. En el caso de España la capacidad de pago actual es nula.

Es evidente que en algún momento los ingresos deberán ser superiores a los gastos. En caso contrario nos dirigimos rápidamente al colapso.

Hay dos vías para eliminar el déficit: la vía del ajuste por ingresos o la vía del ajuste por el gasto. No cabe ninguna duda de que el gobierno de Rajoy ha intentado centrarse en aumentar los ingresos mediante la subida masiva y espectacular de todos los impuestos. Ha sido un auténtico y doloroso fracaso. No solamente no ha recaudado lo que se proponía, sino que además la recaudación no ha hecho más que caer (más de un 10% este año el IVA). Es comprensible: los impuestos se comen la renta de los ciudadanos y los beneficios de las empresas, a la vez que impide el desapalancamiento. La consecuencia es que parte de la producción se destruye (cierran empresas) y otra parte de la producción se sumerge y pasa a ser mercado negro, por lo que cada vez se recauda menos.

Al gobierno se le llena la boca hablando de recortes, pero lo único que ha hecho ha sido subir impuestos. No ha recortado en absoluto el gasto, sólo ha recortado el poder adquisitivo del sector privado y, de esta forma, la posibilidad de salir de la crisis. Austeridad no significa subir impuestos, sino bajar el gasto. Además, ¿cómo se va a reducir el déficit subiendo el IVA si éste representa el 5,5% del PIB español? Seamos serios...

Ya no debe quedar duda de que hay que incidir en los gastos, disminuyéndolos.

Pues bien, ¿qué es lo que hace que el Estado esté quebrado? Respuesta: lo que llamamos gasto social, la llamada "protección social". El gasto social en los Presupuestos Generales del Estado para 2012 es del 56% del presupuesto total. Dentro de esta partida, las pensiones significan el 66% del gasto social y el 37% del presupuesto total. Las prestaciones por desempleo, otras prestaciones y fomento del empleo significan el 27% del gasto social y el 15% del presupuesto total. Por tanto, las pensiones más las prestaciones y servicios al desempleo suman el 46% del gasto estatal para 2012.

Lo que hace que el Estado esté quebrado no son los coches oficiales (0,3% del gasto), la justicia (0,5%), el ejército y la defensa (2%), la educación (0,7%) ni la sanidad (1,2%). Todo esto hay que reformarlo y recortarlo, claro está, pero es evidente que no es lo que provoca estar en una posición deficitaria sistemática.

La causa son las siguientes partidas, que juntas suman el 55% del gasto: las pensiones, desempleo, fomento del empleo, otras prestaciones económicas, servicios sociales y promoción social, acceso a la vivienda y gestión y administración de la seguridad social. Es decir, el Estado del Bienestar en sí mismo es lo que nos lleva al abismo y a la quiebra más absoluta. El sistema actual está listo para sentencia. No se genera riqueza para pagar estos servicios.

Y aquí no hay ni trampa ni cartón, se pongan los estatistas como se pongan. Rajoy mintió cuando dijo que subir el IVA era la única medida que se podía tomar. Se debe disminuir el gasto y está claro cuáles son las partidas a recortar. Y los gobernantes lo empiezan a tener claro. Hace poco De Guindos insinuó que si la economía española no crecía en el corto plazo, sería imposible mantener las prestaciones de pensiones y desempleo. ¡Touché!

Repetimos: forzosamente tiene que haber recortes para ajustar por la vía del gasto en las partidas que hemos comentado. La alternativa es quebrar, impagar las deudas a los acreedores, ser expulsados del euro, tener una divisa hiperdevaluada, no poder financiarse en los mercados en varias décadas y, evidentemente, no poder tener "protección social" de ningún tipo. Dicho de otra manera: o es el fin del Estado de Bienestar o es el fin de España.

J. MORILLO BENTUE.S

Otro año más.

Hoy, siete de septiembre, desde hace cincuenta y un años, es mi cumpleaños. Desde hace siete años he escrito aquí cada siete de septiembre lo que ha convertido este nimio hecho en una tradición onomástica, y las tradiciones han de cumplirse.

Heme aquí tecleando sin gafas para la presbicia una vez más.

Tener cincuenta y un años en mi caso es la constatación de un fracaso. Ya no va a poder ser. Ya no voy a poder cumplir mi sueño. Que era este: ser prejubilado de banca. Tengo unos cuantos amigos y conocidos que les largaron a la rua a los cincuenta con una grasa indemnización y su sueldazo; y, aún con estas, no terminan de encontrarse a sí mismos, no saben qué hacer con su tiempo, ni con sí mismos. ¡Qué injusticia!. Yo que me tengo encontraó, y que sé, exactamente, qué hacer conmigo y con mi tiempo he de seguir en la brecha de la búsqueda cotidiana de nutrientes.

Cincuenta y un años es una edad que ya comienza a ser severa. Pero sobre esto no tengo ninguna influencia.

Adios.

Erre que erre.



Continuar
pintando cuando los ojos, aparte de aquejados por la presbicia, ven el mundo a
través del escepticismo, del descreimiento y del cansancio, es un acto titánico. Continuar pintando en
medio de la crisis moral y económica que nos aqueja, cuando el éxito es
sencillamente imposible, es un acto insensato .
Tener la fe en el futuro que ha sustentado hasta hace unos años a la
modernidad y a nuestro sosiego es una estupidez.



Sólo se
puede continuar cuando se cree firmemente, y desde la consciencia, que el
milagro es lo único probable. Por esto las obras de los viejos pintores, como
Rembrandt, como Goya, como Monet, son las mejores. Son cuadros pintados por
nada y para nada. Son cuadros pintados por seres humanos cegados por las
cataratas y la presbicia. Son cuadros pintados por manos reumáticas y espaldas
baldadas. Y sin embargo son obras magníficas tan sólo sustentadas por la verdad
del último aliento, de la última voluntad.



Son malos tiempos. El único consuelo es que los que vienen van a ser peores. Y sin
embargo no va a haber nada, salvo la parálisis o la ruina absoluta, que me
impida seguir intentando que el milagro suceda. Que el buen cuadro se me
aparezca mientras trabajo.



Buenos días.

Entrevista de Mariano Gistaín

Mariano me ha hecho esta entrevista. La "pego" por si es de vuestro interés.

 

 

 

 

 

Entrevista a Pepe Cerdá

(http://www.pepe-cerda.com/)

Me quedo horas mirando tus cuadros, caminos, Zaragoza allá abajo, gasolineras, cielos. No puedo explicarlo, me desborda. Con los elementos que hay, colores, formas, luces... no es bastante. En tus cuadros siempre hay algo inexplicable, que no se puede nombrar.

-¿Pintas en trance?

No sé si en trance, pero no dándole demasiada importancia, sí. Si me concentro demasiado, como sacando la lengua entre la comisura de los labios, mal, sale un churro. Si lo hago con demasiado desdén, mal también. Se tiene que pintar con facilidad, aunque esto paradójicamente es muy difícil. Se pinta de verdad cuándo la mano va un instante antes que la cabeza. Pero tú ya lo sabes: escribir es lo mismo.

-Por un lado tu pintura es pura materia, o quizá quiero decir eficacia: lo justo para producir un ’efecto cuadro’, perfecto: una ecuación tiempo/ejecución... Productividad, incluso facilidad. Pero al mismo tiempo tus cuadros son infinitamente espirituales.

-Acabo de leer un ensayo-biografía de Sorolla escrito por Felipe Garín y Francisco Tomás (que ahora mismo está de rebajas en el Vips) en el que se trata este asunto de la “facilidad”. Este ensayo reproduce las críticas en este sentido de Unamuno, Valle Inclán, Ortega, etc, o lo que es lo mismo: los intelectuales de la época, a la facilidad, como antítesis de la verdadera creación. La verdadera obra de arte habrá de sufrirse. En realidad es un canto al sufrimiento. Enfrentados a esto están Sorolla y Blasco Ibañez, que se hicieron riquísimos no haciendo ni puto caso a la panda de estreñidos que les criticaban. En los últimos tiempos ha pasado un poco esto mismo. El verdadero artista, según ellos, se nutrirá del tormento interior. Yo nunca he pensado esto y por eso no les gusto a los próceres de las artes y pero no me importa.

-Muestran lo que no existe. Eso quiero decir.

-Al contrario. Creo que mis cuadros muestran lo que existe, lo que pasa es que nadie se para a mirar, fijándose, lo que tiene delante de sus narices. Prefieren ver el mundo a través del ordenador, de la televisión, de los periódicos o de lo que les cuentan. Se sienten así mas seguros, menos intranquilos. Ver, fijándose, la calle en la que viven desde hace tanto, iluminada por la macilenta luz de las farolas, al anochecer les hace percatarse de que el paso del tiempo les muerde en la carne y de que su tiempo es finito. Y eso no hace ninguna gracia.

-¿Cómo te ves en el ensayo que te ha dedicado Julio José Ordovás?

-Pues está cojonudo. Ha hecho un gran trabajo. Me ha seguido unas semanas y ha anotado mis ocurrencias. Está escrito extraordinariamente y lo digo porque cuándo lo lees no eres consciente de que estas leyendo. Esto, para mí, es la prueba de que es bueno.

-¿Qué es lo que más te ha sorprendido?

-Que lo haya hecho tan bien.

-Tu blog (http://pepe-cerda.blogia.com/) es un clásico de la claridad. El lector sabe que siempre va a sacar algo.

-Ahora ya no tengo ganas de escribir como antes. Desde que murió Félix me cuesta mucho más. Creo que lo escribía sobre todo para él.

-Cuentas cosas sencillas, como que te gusta picar con el azadón en el campo, pero la anécdota remonta el vuelo y llegas a conclusiones y reflexiones muy originales. ¿Cómo se hace?

-Pues sin darle ninguna importancia. Dejando que la cabeza vaya de un sitio a otro y sin pretender tener éxito.

-¿Qué piensas de Félix? ¿Te descubres a veces hablando con él?

-Félix me ha dejado en la orfandad más absoluta. Él me quería intrínsecamente y me obligaba a hacer aquello que quería hacer desde siempre y que siempre posponía. Antes te he dicho que ya no escribo porque sé que Félix no lo va a leer, y es así. Félix paliaba la terrible soledad del creador, o por decirlo de un modo menos pomposo, de los que nos empeñamos en hacer cosas que ni sirven para nada ni nadie nos ha encargado. En Villamayor, en el bar, cuando digo que tengo mucho trabajo porque estoy preparando una exposición, me contestan “Eso es bueno, con el paro que hay”. Cómo les explico que el trabajo que yo tengo consiste en tirar mi bolsa y mi vida preparando unos cuadros que posiblemente no se venderán, y que si se venden, tardaré en cobrar y no cubrirán mis gastos. Félix se dedicaba a lo mismo que yo y que tú, y aún a pesar de eso quería nuestro bien. Pero lo quería activamente, empeñándose, no se quedaba en los políticamente correctos “buenos deseos” con palmadita en el hombro y puñalada trapera de los demás. Félix era igual de bocazas que yo y absolutamente incapaz, al igual que yo, de hacer el mal a sabiendas. Siento enormemente su muerte. Y pienso mucho en él. Pero sé que a ti te ocurre lo mismo. Sé que él te quería de igual modo que a mí.

-¿Te sorprendiste diciéndole algo inesperado a su biógrafo, Jorge Martínez Lucena, si es que hablaste con él?

-Sí. Su biógrafo contactó conmigo en primer lugar. Le dejé un comentario en una reseña que había hecho sobre “Amarillo”, el libro de Félix, y vino a la presentación póstuma del último libro de Félix en el Principal y yo era su único contacto. No me sorprendí de nada que le dije y hable con él sin ninguna autocensura. Creo que así lo hubiese querido Félix.

-¿Crees que la muerte es una limitación o piensas que puede tener algún truco, una salida a otro universo?

-Creo que es el final. En el poema de Vicente Pascual lo cuenta muy bien: Cuando venga la muerte me dirá:” - Ya está”. Y le diré: “¿Ya está?”. Y me dirá: “Ya está”. No lo sé contar mejor.

-El momento de presión que nos agobia, ¿influye en tu pintura, en los nuevos proyectos, en tu actitud?

-Absolutamente. Procuro que no me influya pero no lo consigo. Nos enfrentamos a muy malos tiempos para nuestros quehaceres. Pero me sigo tirando sin red como antes. Con más miedo y con la misma inconsciencia.

-¿Qué te gustaría que te preguntaran en una entrevista y nunca te preguntan?

-¿Necesita usted una casa de 500 metros cuadrados en París?. Tengo una que me gustaría cederle.

- ¿De dónde sale esa felicidad que transmiten todos tus cuadros? (incluyendo el del payo al que van a fusilar que lleva el puro entre los dientes,

por citar alguno)

-Supongo que de la levedad con que están hechos la mayoría de ellos. Los cuadros insistidos y resobaos es imposible que transmitan lo que dices. Es como cuándo ves terminado un puzzle de 1000 piezas, o una torre Eiffel de cerillas, o una colcha de ganchillo, a mí me dan un mal rollo enorme. ¡Cuántas horas de vida malgastadas!.

-¿Sería la felicidad el núcleo de tu pintura?

-Me gustaría que así fuese.

 

 

 

 

De las aficiones y los trabajos.

He de confesar un secreto. Últimamente he descubierto que lo que más me gusta es picar. Cuando digo “picar” no me refiero a tomar tapas con cañitas en los bares. No. Me refiero a picar con un pico o un azadón. Sé que puede extrañarles, a mí también me extraña, pero es así.

Desde hace unos años paso la mayor parte de mi tiempo, al menos de mi tiempo libre, en una casa de campo en el pirineo francés. El terreno que rodea la casa es muy empinado y encargué hace años que me hiciesen unos caminos para hacer más fácil el merodear. Unos con pala excavadora y otros a mano. Al observar cómo los hacían reflexioné sobre que no hay nada más civilizado, más romanizado, que trazar caminos y ejecutarlos. Como los caminos están sin asfaltar, como es natural, han ido necesitando de un cierto mantenimiento que he ido acometiendo yo mismo. Lo que al principio me pareció un trabajo penoso y engorroso se fue convirtiendo, poco a poco, en una especie de adicción. Tanto es así que comencé a trazar y ejecutar nuevos caminos. El sonido del azadón al hincarse en la tierra, el modo tan especial con el que el tiempo se detiene mientras pico, mi corazón latiendo con fuerza, el sudor cayendo sobre mis ojos mientras mi perro me observa, o dormita, o juega, el transitar la primera vez por el tramo recién terminado me reconcilian con algo atávico e importante, o al menos eso creo.

Se trata de hacer ejercicio, pero no baldío, como el de los gimnasios, o el del footing, sino construyendo. Un anciano agricultor me contó que no entendía porqué no había una dinamo en cada bicicleta estática de los gimnasios para aprovechar la energía. Y no le faltaba razón. Cansarse por construir, por generar algo, creo que es más sano que cansarse por cansarse, tal y como ocurre cuando se hace deporte. Además el ejercicio de mis ancestros no fue ni el golf, ni el tenis; fue arar, trillar, segar y entrecavar y creo notarlo mientras pico.  Creo que mi cuerpo es el resultado de la información genética de mis predecesores, que los genes no previeron que uno de sus descendientes se dedicase a las artes y a la reflexión. Por eso los pobres tienen más tendencia a engordar que los ricos. Los pobres engordan porque han de guardar para los tiempos de escasez. Los ricos saben, genéticamente, que no les faltará y pueden dedicarse sin miedo al espacio de la teoría: a la artes y a las letras.

Las siguientes dos semanas no podré ir a continuar picando mi camino, estaré en París y luego en Benasque, y créanme que lo echaré de menos. Algo está cambiando en mis prioridades o quizás me esté volviendo loco. 

Expongo en París

Expongo en París

Las ciudades en las que se ha amado, sufrido, errado, vagado, embriagado; en definitiva: en las que se ha sido joven, no pueden visitarse, tan sólo cabe recordarlas.

Es lo que tiene la juventud: sólo puede recordarse. En nuestra época el botox, los tintes de pelo y las liposucciones, hacen que algunos ancianos intenten no parecerlo, intenten volver a ser jóvenes, pero no lo consiguen, solo consiguen ser unas patéticas caricaturas desdibujadas. Esto me ocurre a mí con París.

Mañana he de ir a París, expongo el sábado. Voy en coche, mejor dicho en camioneta, con los cuadros en la baca. Hace treinta años cuando comencé a exponer por ahí suponía que a mi edad vendrían a buscar los cuadros unos señores, con bata y guantes blancos, y que con sumo cuidado los introducirían en unas cajas estancas. Pensaba en esto mientras me hacía miles de kilómetros con los cuadros atados a la baca haciendo un ruido infernal. Los señores con bata y guantes blancos han venido alguna vez en el pasado a mi estudio a coger los cuadros, pero siempre les ha pagado la administración porque la exposición la organizaba algún museo o institución. Jamás una galería privada les ha enviado, no puede pagarlos, ahora la administración tampoco. Pienso que eso de ir en coche con los cuadros en la baca es un poco como lo de la liposucción, no deja de ser revisitar la juventud, pero por obligación, del mismo modo que se maquillan las viejas prostitutas en un intento desesperado de competir con la lozanía de sus colegas.

Pero no estoy triste, al contrario, me apetece volver a exponer allí y llevo los cuadros en la baca de mil amores, tan solo querría explicar la extraña y melancólica sensación de volver al sitio en el que se estuvo. Sensación absolutamente común a todos los mortales que tienen la suerte de cumplir años, por otra parte.

Pintan bastos.

¿Pero no habían superado los Bancos Españoles todos los  exigentes test de stress?, ¿no estaba garantizada su solvencia y liquidez en el peor de los escenarios posibles?. ¿No están garantizados nuestros ahorros por el estado?

¿Por qué ahora necesitan urgentemente otros ochenta mil millones de euros?

¿Pero no era su majestad y su familia un modelo de compromiso con España y ejemplo de todas las familias españolas?.

¿Pero qué ha pasado en este mes?

¿Por qué se nos ha despertado tan súbitamente?

Mi generación, la de Zapatero, la chiripitiflautica, ha vivido en el candor, en la creencia de que las cosas siempre han de ir a mejor. De que la bondad rige el mundo y la maldad siempre es vencida. En esto nos instruyeron nuestros mayores. Cuándo nos instruían, apenas habían pasado una veintena de años en que la guerra había devastado España y Europa. Nuestros instructores habían vivido los desastres de la guerra y querían formarnos como si nunca hubiese existido tal ignominia, tal vergüenza. Querían protegernos del odio, querían protegernos para que creciésemos en la felicidad. Tal y como se hace con los niños cuando se les instruye por medio de cuentos y se les hace creer en los reyes magos.

El crecimiento económico interrumpido desde nuestro nacimiento, allá por los sesenta, hasta hace unos años, ayudó a nuestros padres a darnos más y más caprichos. Así se paso del burro al Seat seiscientos, del refajo al bikini, del puchero al duralex y del hambre a la dieta. Nuestros padres y nosotros volvíamos a los pueblos dónde aún vivían nuestros abuelos a hacer picnic, con nuestras sillas plegables y nuestras neveras portátiles. Nuestros abuelos, enjutos, agrietados y resecos, acompañados de sus mulos y burros miraban atónitos a la pandilla de veraneantes en que se habían convertido sus descendientes. Nuestros abuelos que habían estado en la guerra de África como soldados y los padres de nuestros abuelos en la de Cuba, y nuestros tíos en la de Ifni, no tenían ni un ápice de candor, pero les parecía bien nuestra felicidad, aunque les pareciésemos un poco ridículos, pero qué se sabrían ellos si eran prácticamente analfabetos.

Pues ahora resulta que nuestros analfabetos y refajaos abuelos de los que nos reíamos porque no se fiaban de llevar el dinero al banco, porque no gastaban más de lo que tenían y porque procuraban autoabastecerse, resulta que no andaban tan desencaminaos.

Resulta también que nuestros gobernantes jamás en la historia se habían encontrado con una población tan candorosa, tan dispuesta a comulgar con las ruedas de molino de la soberanía popular, la monarquía parlamentaria y de nuestro solvente sistema financiero.

Pero para nuestra desgracia, y la de nuestros gobernantes,  la realidad, que se nutre de acontecimientos y no de voluntades políticas tal y cómo les gustaría a nuestros próceres, se nos impone súbita e incontestable.

Nuestros abuelos y padres tenían ya prevista la desgracia y por esto actuaban con cautela y no compraban sillas de camping ni acampaban en la era. Nosotros no teníamos prevista la desgracia, es más la considerábamos imposible.

Ahora, como dirían nuestros abuelos, pintan bastos.

Cuadernos del pirineo.

Cuadernos del pirineo.

Cuaderno de Enrique Flores en el Hospital de Benasque.

 

 

Ya me he vuelto a meter en otro lío. El último fin de semana de este mes andaré por Benasque impartiendo un curso de cuadernos junto a Enrique Flores y Alfredo. Lo que viene a ser como torear junto a José Tomás y Curro Romero. Ambos son maravillosos dibujantes y lo digo sin exagerar. Si quieren apuntarse punchen aquí.

Saludos.

De la imposibilidad de apretar las tuercas de los submarinos.

El estado supone que hay una bolsa de dinero negro enorme en España y que hay que hacerla aflorar con planes antifraude y amnistías fiscales, vamos; los clásicos palo y zanahoria de toda la vida. Y se quedan la mar de satisfechos por la ocurrencia. Se atreven incluso a dar cifras de la economía oculta. ¿Pero si es “oculta” cómo la ven?. Son cosas de los aprobadores de oposiciones, que cuando se quieren enterar vía informe y análisis, ya es tarde.
Lo que el estado no sabe, o no quiere saber, es que ya casi no queda dinero negro en España. Lo hubo, y mucho. Pero tras más de cinco años en crisis y sin ingresar ni una, las idas y venidas de los autónomos y pequeños empresarios a las cajas de seguridad de los bancos, a la baldosa suelta o al sobre con pasta en el libro hueco, han ido en aumento hasta agotar las negras reservas de billetes. Y los que tenían verdaderas fortunas en metálico hace ya muchísimo tiempo que no están aquí, ni ellos ni sus fortunas. Ahora mismo puedo contar por decenas los rumbosos empresarios con chalé, y moto Harley, que moran arruinados en la habitacioncita de soltero, con la guitarra y los banderines colgados de la pared, de la casa de sus ancianos padres, si tienen la suerte de que aún les vivan.
Señores del estado: Hay tres cosas imposibles de ocultar: el dinero, la salud y los elefantes. El que no lo crea que le pregunte a nuestra majestad por lo de los elefantes. Por la negra pasta que les pregunten a los pocos restaurantes de lujo que quedan cuantas cuentas son pagadas en efectivo con billetes azules. Sé que pretenden hacer creer a los mercados y a la jefa germana que si se ponen serios los malos van a aflojar la pasta. Pero no se pueden apretar más las tuercas de los submarinos. Es imposible.

El tiempo es vida y la vida es tiempo

Hace un par de días, cenando, una amiga escritora me recriminó el que no escribiera aquí.

-Tienes muy abandonado tu blog. He entrado un montón de veces y no escribes nada.

-No encuentro ni el tiempo, ni la razón, ni el qué decir.

-Da igual. Tú escribe sin más. Además no se puede cerrar ni una mercería sin dar explicaciones. “Cerrado por defunción” o por “cese de negocio” es la mínima información que se les debe a los clientes aunque sea escrito de mala gana y en un cartón como la mayoría de las veces ocurre. Los que se largan sin dar explicaciones son los cobardes y los estafadores y tú tan sólo eres un vago.

-Pues vas a tener razón. Pero ser un vago no es un defecto, al contrario es la pereza el espacio en dónde se desarrollan las teorías…

-Tu no te enrolles y a escribir el cartón que has de colgar en la puerta de tu negocio. Tanto si lo vas a reabrir cómo si lo vas a cerrar.

Y en estas me dejó. Y como tenía razón aquí me veo retecleando las teclas de mi ordenador de despacho sin saber muy bien qué decir.

Si pienso en el porqué no escribo e intento ser sincero es a causa de que desde hace un par de meses tengo un iphone y una ipad, que son esos artilugios que valen para todo menos para escribir algo que tenga más de un par de frases. De ahí el éxito de twiter.

Es desde estos aparatejos desde los que me relaciono con la red y con el mundo desde hace un tiempo y no desde mi ordenador de despacho con su gran teclado y confortable sillón. La inmensa mayoría de lo aquí escrito lo está hecho sin intención y sin ton ni son y como forma de escabullirme de lo que fuese a hacer en el ordenador. Ahora esta circunstancia apenas se da ya que como les digo veo el mundo desde mi ipad.

Mundo que me espanta, como a ustedes, más cada día. Sólo hay una cosa que me espanta más que el mundo y son nuestros políticos y su subgrupo vocero: los tertulianos.

Había pensado escribir sobre las mayores idioteces oídas en estos últimos meses. Incluso comencé a apuntar algunas como la de un tertuliano que dijo:”…pero quién legitima a los mercados, quién les ha votado”. Como si la realidad tuviese que someterse a plebiscito. ¡Ay señor! Pero he abandonado la idea porque ahora no se escuchan más que idioteces, en el mejor de los casos, o falsedades malintencionadas y partidistas en el peor. Por esto abandoné la idea y comencé a apuntar y a recordar las “sensateces”, cosa muchísimo mas escasa de oír en estos tiempos en dónde la confusión es total.

En este sentido escuché una entrevista en la radio a Eleuterio Sánchez, el lute, que como Cervantes ha sido cocinero antes que fraile, que me gustó. Ambos han sido presos y soldados antes que intelectuales y lo que dicen lo suelen decir porque lo saben, porque les ha pasado, no porque lo hayan leído u oído como la mayoría de nosotros.

Pues bien, en esa entrevista pronunció una frase que por simple y cierta me pareció genial. Dijo refiriéndose a la libertad, cuestión en la que tanto él como Cervantes son autoridades, que: “El tiempo es vida y la vida es tiempo”. Por lo tanto, como el tiempo no te lo puede arrebatar sino la gran señora: la muerte, mientras el tiempo fluya por tus venas se será libre. Redicho queda.

De los noventa y los ahora.

La agenda del año noventa me recordó aquella crisis económica provocada por la entrada de Sadam Huseim en Kuwait. 

Aquella crisis provocó un 24% de paro y tres devaluaciones casi consecutivas de la peseta. Yo llegué a París con el franco a unas 18 pesetas y en muy poco tiempo llegó a 26 pesetas. Como casi la totalidad del exiguo dinero con el que contaba en los primeros años era español mi pobreza se agravó con aquellas devaluaciones, del  8%, del 9% y del 6%, o sea que en total del 23%. Cerraron muchísimas empresas y el mercado del arte no fue una excepción. En Francia también se notó la crisis, la primera Galería en la que expuse en París; Catherine Fletcher, cerró nada mas terminar mi exposición, pero lo de España fue tremendo, cerraron decenas de galerías, y las que resistieron lo hicieron con economía de guerra. Nadie pagaba nada, nadie cobraba nada. El cheque pegado en mi agenda es un recuerdo de aquella situación. En las casas, nuestras madres, conocedoras de la escasez de la posguerra hacían acopio de comida.

Esta crisis es distinta. Todas lo son. Pero los efectos son muy parecidos. Lo que es curioso es lo pronto que se nos olvidó aquella.Tampoco recuerdo muy bien cuándo fue la recuperación. Supongo que fue paulatina, como todas las recuperaciones. La fractura es súbita y la cura larga. Siempre es así.

El origen de esta crisis de ahora fue que los bancos de todo el mundo prestaron dinero a espuertas a gente que no se lo podía devolver. Pero de esto hace ya cinco años. Los bancos, al menos en Europa, no han quebrado, la gente sí. Los países europeos en peor situación no pueden devaluar la moneda, tal y como lo hizo el ministro Solchaga, en tres ocasiones, que sería una solución, chapucera, pero solución. La gente, como entonces, sólo se enteraría de que era pobre si salía de España.Si no salían, no. Aquí seguirían cobrando lo mismo y tan contentos.

No sé si estamos peor o mejor si comparamos. El paro para este año se fija en el 26.6 %, más de dos puntos superior al de entonces, lo que hace suponer que la recuperación será más larga que la de aquel tiempo. El problema es que ahora ya nos pilla mucho más mayores a los que nos pilló aquella en la veintena. Y eso de ser mayor y pobre es una putada.

 

 

 

 

Agenda

Ayer, entre los miles de libros, catálogos, revistas, carpetas y cajas vacías que en completo desorden conforman mi biblioteca, encontré mi agenda del año 1990.

Es una agenda grande y negra, tipo dietario. Con tan solo acariciar la cubierta, bastante sobada por el uso, me trasladé a aquél año. Mi último año de la Casa de Velázquez en Madrid y el primero de mi estancia en París.

Aquél año cumplí veintinueve años y me recuerdo sintiéndome ya muy viejo, demasiado como para empezar una carrera artística, con la sensación de llegar tarde ya a todo. Ahora, desde mis cincuenta, me parece ridícula aquella sensación, pero entonces era algo que me atormentaba verdaderamente.

Aquél año expuse en Almagro, en la galería Fúcares, en Utrecht, en la casa de España (ahora Instituto Cervantes), en Venecia, en la Iglesia de San Bartolomeo y en Zaragoza, en el Palacio de Sástago. Sólo la exposición de Almagro fue individual, el resto fueron colectivas. En la página de la agenda que reseña y recuerda la exposición de Almagro aún hay pegado con celo un cheque a mi nombre de ciento cincuenta mil pesetas firmado por el propietario de la galería Fúcares: Norberto Dotor que nunca tuvo fondos. Me recuerdo llamándole desde una cabina de teléfonos de París para rogarle que me pagara ya que necesitaba el dinero con urgencia. Nunca lo hizo.

Aquél año, tal y cómo rezan las citas anotadas, pedí varias becas que no me fueron concedidas: la de la cité International des Arts, que me obligó a desplazarme a París y presentarme ante una tal Madame Bruneau, la del Ministerio de Exteriores y alguna más.

Aquél año conseguí una habitación en el Colegio de España de París y un pequeño estudio en la Cité International Universitaire, en el boulevard Jourdán.

Aquél año conocí a Fernando Latorre que me llevó en su coche a París, a mí y a mis trastos, y que financió mis primeros meses. Luego montó su galería, primero en Zaragoza y después en Madrid; pero entonces no era sino un amigo que vendía cuadros y que se puso de mi parte vendiendo los míos.

En la agenda que ayer encontré no hay ni un solo día en el que no haya varios propósitos, ni un solo día en el que la zozobra de la vida por vivir no se note.

Desde ahora hasta entonces hay una línea imaginaria de veintidós años.

Veintidós años vividos en la dirección marcada por las decisiones tomadas en aquél año.

Ayer devolví la agenda al montón de libros desordenados que conforman mi biblioteca, tal vez nunca más la vuelva a encontrar.

 

De quién fui y aún me acuerdo.

La mayoría de la gente tiene una idea muy equivocada de mí. No me extraña; yo mismo tengo una idea equivocadísima de mí. Si intento desenmascararme un poco ante el espejo  aún puedo ver en mí al adolescente que tímido y aterrado veía al mundo como una constante amenaza. Adolescente que era delatado en los momentos más inoportunos por el rubor incandescente de su cara para chanza y mofa de sus congéneres, y lo que era más terrible: de sus “cogéneras”.

Construí, entonces, una serie de discursos aprendidos para salir del paso cuando el nudo en la garganta me bloqueaba. Aparenté ser dicharachero y ocurrente, cuando no había ocurrencias más precocinadas que las mías, ni locuacidad más forzada. Aprendí a impedir que mi sangre subiese a las mejillas por su cuenta y sin permiso. Disfracé mi cobardía por medio de una suerte de temeridad suicida, que me hizo tomar el camino menos aconsejable solamente para demostrarme a mí y a los demás más cercanos que era cualquier cosa menos un cobarde aterrado, que es lo que en realidad era y soy.

La dicharachería forzada que empleo cuándo me siento amenazado, sobre todo con los recién conocidos, me ha hecho, y me hace, meter la pata constantemente.  No sé si después de treinta años largos de interpretar un personaje uno puede volver a ser el que se era. Pero me gustaría. Me gustaría poder callar y mantenerme en calma. Me gustaría dejar de temer. Aunque nada a mi alrededor lo aconseje.