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Así lo veo yo.



Así lo veo yo, pero Stanley George Payne lo cuenta mejor.

Agencia EFE

Para el hispanista estadounidense Stanley George Payne, el juez Baltasar Garzón "no representa a la justicia, sino a la política" y su investigación de los crímenes del franquismo suponen "una broma de mal gusto".

 

Stanley G. Payne, que acaba de publicar "¿Por qué la República perdió la Guerra?" (Espasa), considera que mientras que la derecha española "ha admitido" los crímenes del franquismo y "sus errores", la izquierda aún "no ha hecho autocrítica".

En una entrevista con Efe, considera que Garzón "se contradice a sí mismo", por que cuando hace años se le pidió la persecución de Santiago Carrillo aludió a una amnistía, "algo que ignoraba cuando quería perseguir a las derechas", y añade que "alguien que se porta así, no representa a la justicia, sino a la política".

Payne en su obra aporta un análisis diferente sobre las circunstancias externas e internas que influyeron en la Guerra Civil, al considerar que los historiadores españoles "siguen en la vía de la negación freudiana" con respecto a ciertos aspectos de esta contienda.

En este sentido, el escritor, Doctor en Historia por la Universidad de Columbia, lamenta que la izquierda aún hoy "persista en presentar un proceso revolucionario violento", como el que tuvo lugar en la Guerra Civil, como algo "democrático".

En su opinión, mientras que la derecha española ha admitido y reconocido "sus errores", la izquierda "todavía no ha hecho autocrítica", responsabilidad que -dice- tiene pendiente, aunque añade que "la nueva ideología -el buenismo o corrección política- disfraza la realidad".

Un análisis diferente de la República, una atención "equilibrada" al problema de la "guerra de religión", un análisis "objetivo" de la represión, una discusión de todas las dimensiones de las intervenciones extranjeras y una discusión más amplia de su lugar en la historia militar general y en la historia europea son algunas de las novedades que, según su autor, aporta el libro.

Según Stanley G. Payne, el contexto internacional de comunismo y fascismo tras la I Guerra Mundial "exacerbó a las pasiones en España" y supuso el desencadenante de la Guerra Civil, en la que -dice- "no hubo guerra relámpago, sino ataques frontales".

Para el historiador, el asesinato del líder monárquico José Calvo Sotelo en julio de 1936 precipitó de forma clara la sublevación de Franco contra la República, porque aunque la conspiración militar ya estaba en marcha, "era una conspiración débil".

"Muchos más se lanzaron a ella" tras el asesinato de Calvo Sotelo, según Payne, quien asegura que "no fue tanto el asesinato en sí, sino el hecho de que la policía del Estado republicano secuestrara y asesinara a un miembro del Parlamento", algo que -añade- "se creía que indicaba que bajo el Frente Popular ya no existía la menor garantía de la vida".

Entre los principales errores de los republicanos este hispanista cita la revolución, "que desperdició las energías"; la "floja" política militar en las primeras semanas y el hecho de depender de meras milicias; la ausencia de unidad; la no intervención y su dependencia de los comunistas; y el hecho, "muy lógico, de que Stalin no quería arriesgar demasiado".

Además, en su opinión la guerra de la República contra la religión "les hizo un daño enorme", al tolerarse la quema de conventos, las agresiones a los religiosos y a los católicos y promoverse un plan para dar fin a la educación católica".

Para Stanley G. Payne, con la Guerra Civil "toda España perdió, con la excepción de algunos militares y algunos otros que se beneficiaron de la dictadura".

No obstante, la contienda sirvió para que los españoles aprendieran "a largo plazo", y fruto de ese aprendizaje -dice- es el "éxito de la transición".

"Los únicos que representan el espíritu de 1936 son unas pocas gentes en la izquierda junto con algunas figuras de la derecha", asegura Payne, académico de la Real Academia Española de la Historia desde 1987, quien considera que la crispación actual es, en comparación, "poca cosa y meramente un intento de marcar puntos políticos".

Para Payne, "la época de las revoluciones, y de las grandes contrarrevoluciones a lo Franco, ya ha pasado".

 

No hay de qué preocuparse.

No sé si saben que para parar a un barco trasatlántico o  petrolero hacen falta cincuenta kilómetros. Es la distancia necesaria desde que se paran las máquinas hasta que se detiene. Es lo que se llama inercia.

 

No sé si saben que en el 2007 las cuentas del estado español arrojaron un superávit del dos por ciento y que las cuentas de principios del 2010 nos dicen que estamos con un déficit cercano al doce por ciento. De +2 % a  –12% hay catorce puntos de diferencia. Catorce puntos de caída. No hay ningún dato que prevea su parada. Es lo que se llama tendencia.

 

No sé si saben que el déficit griego es ahora de casi el catorce por ciento y que esto ha provocado la ruina del país. Es lo que se llama riesgo-país.

 

No sé si saben que en el 2007 el déficit griego era de alrededor del tres por ciento. Ósea que de –3% a – 14 % hay once puntos de diferencia. O lo que es lo mismo Grecia ha bajado once escalones en esta crisis y le han bastado para buscarse la ruina. España ha bajado catorce escalones , tres más que Grecia en el mismo periodo (y sin ninguna previsión de desaceleración, por emplear el término zapateril)  y nos dicen que no hay de qué preocuparse. Es lo que se llama: mantenimiento de  la paz social.

 

No sé si saben que el único modo de rebajar el déficit y evitar la ruina es subir los impuestos hasta dejar a los que generan de verdad la economía : los autónomos y pequeños empresarios, en régimen de esclavitud. Si ahora se trabaja hasta junio de cada año exclusivamente para el estado a partir de ahora habrá de hacerse hasta septiembre u octubre y habrá que estirar lo de los últimos dos meses para el resto del año, lo que dará exclusivamente para alimentarse con nutrientes baratos. Porque subir los impuestos es bajar los sueldos o los beneficios. Es lo que se llama reforma fiscal.

 

No sé si saben que los que tripulan el barco, los que debían haber parado las máquinas hace cincuenta kilómetros, los de la desaceleración de Mendizábal, lo han comandado y lo están comandando muy bien. Es lo que se llama fe en las instituciones.

 

Como ven no hay de qué preocuparse.

Madronita Andreu

Madronita Andreu

Acabo de ver el documental realizado con las filmaciones de Madronita Andreu. Javier Rioyo me habló hace ya tiempo de que estaba haciendo este documental pero hasta hoy no lo había visto. Es fabuloso. No se lo pierdan. Es un retrato de una época. Es un canto a la alegría. Madronita era un genio.

Sólo quería decírselo a ustedes.

El futuro ya no es lo que era.

La desesperanza consiste en creer que el futuro será peor que el presente y tiene como consecuencia principal la mirada hacia atrás. Son los ancianos, a los que no les queda ya casi vida, los que viven de recuerdos. Por el contrario la esperanza es patrimonio de los jóvenes y su alimento principal es la utopía. Son los jóvenes los que anhelan hacer realidad sus sueños. Sólo la persecución infatigable de la utopia nos permite vivir felices. Por esto el cristianismo nos dice que hay vida después de la muerte: para mantenernos ilusionados hasta el último instante. Perdónenme esta perogrullada inicial que creo necesaria para explicar el momento político actual.

Es sintomático que un gobierno de izquierdas, un gobierno que cree en el progreso como dogma, esté empeñado en mirar hacia atrás del modo en el que este nuestro lo está haciendo. Generalmente, cuando se mira hacia atrás es porque no gusta lo que se ve delante. Del mismo modo que las parejas en fase terminal se reprochan asuntos ocurridos en el pasado, nuestros partidos mayoritarios andan discutiendo sobre cuestiones acaecidas hace decenios. Viene a ser como si en el puente de mando del Titanic viendo ya que el choque contra el iceberg es inminente comenzasen a reprocharse mutuamente entre los oficiales sobre quien fue el culpable de elegir el rumbo que les llevaba al inexorable desastre.

Leí una frase (hace ya algún decenio) en un libro de Juan Cueto que se titulaba“Mitologías de la modernidad”que decía así: “Lo malo del futuro es que ya no es lo que era”.  Este es a mi juicio el meollo de la cuestión. La sociedad del analgésico y del confort no puede aceptar la inminencia de malos tiempos. Nuestros políticos, ocupadísimos en hacer permanente campaña electoral en lugar de gobernar, no tienen ni la capacidad, ni el interés, ni la competencia, ni la posibilad de convertirse en verdaderos estadistas que es lo que ahora necesitamos. Por eso impostan la voz, como los adolescentes para parecer adultos, para intentar disimular que no tienen ni idea de cómo salir de esta.

¡Que Dios nos coja confesaos!

Ni diestro ni siniestro.

Me entristece la acusación simplista de que soy de derechas.

 No, no lo soy. Tampoco de izquierdas. No soy de nada, al menos de nada tan poco complejo. Pienso al igual que Ortega que “ser de derechas o ser de izquierdas son dos formas de ser un imbécil”.

Lo que procuro hacer es pensar por mí mismo y decir después lo que me parece.

Si decir que la palabra progreso significa hoy una cosa distinta que a principios del siglo veinte es reaccionario quizás lo sea. Pero a mí antes que reaccionario me parece obvio.

Si decir que los compradores de cuadros con gomina y bata de guatiné verde me parecen cazadores de patos urbanos es de izquierdas quizás lo sea. Pero a mí antes que de izquierda me parece ridículo.

Lo que no soporto es el dogma de lo políticamente correcto ni al que corre con sus argumentos en socorro del poderoso. Detesto al intelectual orgánico sirva al partido en el gobierno o al de la oposición. Detesto al que ejerce de tertuliano y opina “libremente” lo que toque opinar. Sé que el paro y la indigencia son cosas muy malas y que hay que buscarse un hueco antes de que sea tarde y desde este punto lo comprendo todo. Y hasta lo perdono porque como dicen los musulmanes: “antes de juzgar a alguien hay que caminar tres días con sus babuchas” . Lo único que procuro no hacer es comulgar con ruedas de molino.

Por esto me entristece la acusación de que soy de derechas, porque no lo soy y siento explicarme tan mal como para que pueda deducirse que lo soy por lo que escribo.

 

 

 

No sé, no sé...2

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¿Hago porque soy o soy porque hago?

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No sé, no sé...

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¿Sé quién soy o soy quién sé?

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Invocando al mono pintor.

Invocando al mono pintor.

Estoy intentando pintar, por esto no escribo. Expondré en junio en Suiza, en Basilea, y me gustaría que los cuadros que haya en la exposición representen sin ninguna duda lo que yo entiendo por pintura. La dificultad estriba en que si pienso sobre lo que yo creo que es la pintura no sé lo que es, ahora bien, si no lo pienso lo sé. Por eso escribir (luego pensar) me sienta fatal para pintar.

 

Esto nos ocurre muy a menudo a los humanos. Sabemos muchísimas más cosas de las que comprendemos.  Y al contrario: muchas de las ideas que creemos haber comprendido no las sabemos. Uso con toda intención las palabras creer y comprender. Es, precísamente, en el significado de estas dos palabras dónde reside el meollo de la cuestión. Frecuentemente se usan en nuestro lenguaje casi como sinónimos y esto nos hace confundirnos muy a menudo. Esta última afirmación es bastante irreverente con la cartesiana fe en la ciencia y la razón. También lo es con pensamiento único de la tecnología y la rentabilidad y con la fe en lo demostrable (y por lo tanto reducible, simplificable) a palabras o números. Sin embargo todos sabemos que el silencio es mucho más elocuente que la palabreria. Palabreria que tan a menudo se usa para convencernos desde el púlpito de la razón de cualesquiera cosa que nos haga avergonzarnos de nuestras atávicas creencias para asumir sin prevención el dogma de lo nuevo, de lo recién hecho, de lo recién demostrado.

Esta ideología, o más bien creencia, está detrás de la verguenza que sintieron nuestros padres por su origen  pueblerino y paleto al llegar a la ciudad en masa allá por los años sesenta. Esta ideología es la que hizo que se buralaran de sus orígenes riendo a mandíbula batiente mientras se veían la amplísima filmografía española con paletos como protagonistas de la época. Esta ideología, este complejo de inferioridad, está latente en la fe en lo nuevo. Son los paletos, los recién llegados a la ciudad, los que construyen la vanguardia para hacerse un sitio en la urbe. Son, como los conversos, los más creyentes. Nuestro universal director de cine manchego sería un claro ejemplo de lo que intento explicar. Aunque ahora vuelva a exortizar y reivindicar su origen con sus últimas películas fuerón las trasgresoras primeras cintas las que le hicieron un hueco en el mundo, las que lo hicieron visible.

 

La fe en el progreso, aunque este esté matando la naturaleza toda, es decir todo lo que no es él, es indiscutible. El progreso se comporta tal y como hacen todas las plagas y todos los cánceres. El progreso debe crecer ilimitadamente aunque esto sea imposible, esa es la paradoja Ahora los progresistas se han inventado la tontería del crecimiento sostenible. Lo hacen porque no se atreven a hablar de recortes y de restricciones a todos los niveles, incluido el más grave: el demográfico. Por todo esto, y ahí es donde iba: ser moderno ahora, no es lo mismo que serlo en los años veinte. Ser moderno ahora es ser cómplice del asesinato.

 

Por otra parte, en el saber y el comprender reside el origen de la supuesta supremacía del ser humano sobre el resto de los animales. Los primatólogos (los que estudian el comportamiento social de los primates) nos dicen que la única diferencia entre los monos y nosotros es el lenguaje reducible a palabras que albergan conceptos. Aún así dicen reconocer entre los chimpancés un proto lenguaje ya que pueden diferenciar entre cientos de conceptos albergados en otros tantos chillidos distintos. Y yo les digo: ¿un sonido que alberga un concepto no es, por definición, una palabra?. Viene a ser como si  un observador que no hablase chino dedujese que los orientales no son humanos porque se comunican por medio de sonidos ininteligibles.

 

Pero ya me callo que estoy pensando demasiado y no me sienta bien. En resumen: que estoy intentando “pensar” como un mono para ser tan buen pintor como Picasso.

 

 

¿Por cierto...?. ¿Nadie ha estudiado la similitud morfológica entre Picasso y un simio?

¿Ni su gusto por hacer gansadas ante sus invitados como un titi de circo..?. ¿Ni su especial relación con los animales...?

 

Adiós, que me voy por los cerros de Úbeda de la especulación....

*(Cuadro de Alexandre Gabriel Decamps.)

Pintor eficaz.

Cuando me preguntan por cómo fueron mis inicios como artista suelo responder lo siguiente:  “...me hicieron pintor porque no valía para estudiar.”

 

La sonrisilla de mi interlocutor me hace suponer que lo entiende como un chiste o una “boutade”. Pero yo lo digo en serio. Fue esa la causa principal por la que me inicié en el oficio.

 

Mi padre fue sucesivamente desde los años cuarenta impresor, camionero, taxista, dibujante, pintor, rotulista, decorador, dibujante publicitario, creador de “slogans” y muchas cosas más.

Mi padre hacía cualquier cosa, preferiblemente con un lápiz o una brocha, para ganarse la vida. Mi padre, como la mayoría de los padres de aquella época, estaba empeñado en “darnos estudios” a mi hermana y a mí. A mí me había metido en “Los Escolapios de General Franco” (así se llamaban para diferenciarlos de los de la “Calle Sevilla” o “Cristo Rey”, también colegios de los Padres Escolapios) porque era la ilusión de su vida ya que envidiaba desde niño la bata del uniforme y el modo en el que salían los escolares en perfectas filas de a dos capitaneados por un cura para acompañarles a sus casas. A él, desde el colegio gratuito y de enseñanza deficiente al que apenas asistió un par de años antes de la guerra, le parecía el colmo de la correcta educación.

A partir de los catorce años empecé a no ir bien en los estudios. Es algo bastante clásico que suele pasarle a los varones cuándo descubren la vida. A algunos se les pasa en unos meses y a otros no. A mí no se me pasó. Comencé a faltar a clase y a suspender, y a repetir curso.

 

Para gran dolor de su corazón mi padre comprendió que no iba a ser abogado, ni médico, ni ninguna cosa importante.

 

-Vas a tener que conformarte con ser un Cerdá cualquiera.

 

Me dijo bastante decepcionado. Un “Cerdá cualquiera”, es lo que era él según su criterio. En aquél momento era “pintor-decorador de aparatos de feria”. Zaragoza era entonces, año1975, una pequeña potencia europea en la fabricación de aparatos de feria. Había media docena de empresas que los construían. Mi padre era el encargado de pintar las fachadas de los trenes de la bruja o los frisos y columnas de los “scalextric”, o los módulos de los “voladores”...No le faltaba trabajo. Más bien, le sobraba.

 

Allí es dónde yo empecé a pintar y dónde se me instruyó para ser un “pintor eficaz”.

Me gustaría detenerme un poco en este término: “pintor eficaz”. Es muy importante.

Por aquél entonces no había ni plóteres, ni vinilos, ni ordenadores, ni nada por el estilo. Cualquier imagen que se viese en un muro, o en un autobús, o en una lona debía de estar pintada “a mano”. Para esto en una ciudad del tamaño de Zaragoza había no menos de una treintena de pintores capaces de reproducir “a mano” lo que se les encomendase. Debían de hacerlo lo más rápido posible y lo mejor posible. Lo que se cobraba no permitía estar mucho tiempo con cada asunto. Cuando me demoraba por lo que fuese mi padre me decía.

 

-Ves terminando que estamos perdiendo dinero.

 

Así, pintando y con un sinfín de libros de autoaprendizaje que aún conservo me fui convirtiendo en un “pintor eficaz”.

 

Mucho más tarde, cuando ya había pintado miles de metros cuadrados con los temas más diversos, fue cuando oí por primera vez la palabra “artista” refiriéndose a la ocupación de un chaval de mi edad.

 

-Ah, ¿Y en que disciplina?.

-Hace cuadros modernos.

-Ah. ¿Es pintor?.

-Sí, pero no como tú. Él hace cuadros de su propia creación e investiga sobre las posibilidades de nuevos soportes y nuevos materiales.

-Ah.

 

Yo, que pintaba las lonas con pintura de metílciclosanona; los aparatos de feria con poliéster y esmalte sintético; las columnas transparentes con unas lacas de nuestra invención y “a muñequilla”, no estaba investigando con nuevos materiales. ¡Había que joderse!.

 

Para resolver esto y para hacerme visible a los ojos de algunas señoritas de mi edad alquilé mi primer estudio y plante un caballete y me puse a investigar en lo que hiciese falta. Pero a lo que me negué, y aún me niego, por decoro, por no hacer el ridículo, es a llamarme a mí mismo artista. Es más me molesta que lo hagan los demás. Un “artista” será alguien que como mínimo haya hecho una “obra de arte” y eso no lo cumple casi ninguno.

 

Yo lo que soy, lo que sigo siendo, es un “pintor eficaz”. Hoy al servicio de mí mismo que me auto encargo los trabajos. Pero se los encargo al mismo pintor en el que me convertí cuando no “valía para estudiar”. 

 

Y de aquellas lluvias vinieron estos lodos.

 

 

 

 

Del hablar y del decir.

Estoy en Francia. Más precisamente en Borce, un pueblo situado en el Valle del Aspe.  Más precisamente aún en el Cap de Lourbu una zona montañosa con pinos campos de heno.

 

Acaba de venir a verme mi vecino de los campos de abajo un hombre honesto y franco que mira siempre directamente a los ojos, muy atento, como si te viese el hipotálamo. Mientras hace esto sonríe y sólo habla si tiene algo concreto que decir. Sólo habla para decir verdad. Cuando termina lo que haya de decirme se larga.

 

Paradójicamente a mí me cae muy simpático y no me producen ninguna incomodidad ni su limpia mirada, ni su modo de decir.

 

Cavilo que si esta misma actitud se produjese en la ciudad interpretaría su mirada como una amenaza y su franqueza y parquedad en el decir como una falta de delicadeza. La palabrería, el hablar por hablar, sería una de las particularidades de la civilización. Las vacías palabras de los cócteles, inauguraciones, cenas, presentaciones y demás zarandajas para qué sirven y han servido. Para nada. En realidad casi nada de lo que decimos sirve para nada. Casi nada de lo que decimos es oído por otro.

 

Cavilo en qué tanto por ciento de las palabras  salidas de mi garganta lo han hecho para decir verdad. Y han sido muy pocas. La mayoría lo han hecho para hacer gracia, o mejor dicho para hacerme el gracioso. Para defenderme o atacar a un interlocutor que se había sentido herido o me había herido con sus argumentos. Por vanidad al fin y al cabo. Pero la mayoría de las palabras salidas de mi garganta lo han hecho por hacer ruido, para llenar algún silencio incómodo, para vencer mi ya olvidada timidez juvenil.

 

¡Qué poco de nuestro tiempo lo empleamos en comunicarnos verdaderamente!.

 

Por esto me gusta mi vecino que sólo dice lo que ha de decirse.

 

A ver si aprendo. Aunque me parece que ya es tarde.

Frase de Alfonso Ascunce.

Por si no leen los comentarios va la frase de Alfonso Ascunce (estupendo pintor navarro) tras ver el video de Plensa del post anterior:

 

 

“Queda claro que no hay cosa más complicada que llegar a ser quien se es.”

 

 

Genial.

Jaume Plensa

Imprescindibles: Jaume Plensa


Este es un documental que le acaban de hacer a Jaume. Es estupendo. Con lo envidioso que soy se me hace cada vez más difícil no odiarle por sus éxitos clamorosos. Pero no puedo odiarle ni sentir celos. Le he visto trabajar con ahinco y con fe desde hace lustros. Se lo merece, nadie le ha regalado nada. Hace ya demasiados años que somos amigos.

¡Viva Jaume!.

Labia de feriante.

 

Un tal César Cólera escribe este artículo sobre un servidor en Andalán.es.

Es el segundo artículo de una serie que va a llamarse Cabezudos. Supongo que César Cólera es un pseudónimo. No tengo el placer de conocerle.

Me siento muy honrado por haberle inspirado y he de reconocer que está muy bien escrito y con mucha gracia. Lo “pego” a continuación para que juzguen ustedes mismos.

 

 

Labia de feriante

César Cólera

Los pintores en general y los pintores aragoneses en particular son fieles a sus autorretratos hasta la sepultura. Natalio Bayo digo yo que habrá cambiado alguna vez los cristales de sus gafas, pero gasta la misma montura desde que pintó su primer busto coliflórico, por no hablar de su bigote nicotinado. Jorge Gay sigue pareciendo un monje de Zurbarán pasado por la Teología de la Liberación, al que sólo le falta una de aquellas bufandas deshilachadas y anudadas como las sogas de los ahorcados que dibujaba el Perich. Cano ha retocado sus barbas trotskistas, pero poco, cuatro pelos rebeldes, lo justo para que San Heraldo no lo mande con sus monigotes a vociferar a la vía. Cerdá tampoco se ha pelado su barba bakuniana. La barba de Cerdá es como la boina de Pla. Una provocación y una invitación a la caricatura fácil.

   A Pepe Cerdá le gusta contar que aprendió a pintar pintando con su padre barracas de feria a brochazo limpio. De feria en feria Cerdá también aprendió el idioma de los feriantes. La labia de los quinquis. Cerdá vende sus cuadros como si rifara chochonas. Y hay que ver cómo se pelean los burgueses zaragozanos y sus señoras por un número de la rifa.

   El discurso artístico, social y económico de Cerdá es un discurso de vendedor de crecepelo. Y es todo un espectáculo, el mayor espectáculo que ofrece la gran feria del arte actual, verlo discursear desde la barraca de su blog.

   La barba de Cerdá tampoco es tan distinta de los bigotes dalinianos que Duchamp le pintarrajeó a la Mona Lisa. Cerdá, que es muy listo, sabe que lo que más cotiza en la feria pictórica es el malditismo. Y con su barba anarquista pasa por maldito descojonándose del malditismo, de sus santones, de sus adoradores y de sí mismo. Como los críticos de arte no son muy listos, porque si lo fueran ya habrían aprendido a reírse de sus metafísicas mamarrachadas, no se lo perdonan. Y así es como crece en el mercado la cotización de Cerdá, a contrapelo de la crítica, tal y como viene sucediendo desde la Bienal de Altamira. 

   La barba de Cerdá no es un barba bohemia o tuberculosa o eremítica. Es una barba de pega. Como la de la dueña Dolorida del Quijote. Una barba gamberra. Cerdá ha hecho profesión de fe del gamberrismo. Y se burla de la santificación del arte y de las beatificaciones de los artistas con un cinismo exagerado que provoca erupciones coléricas en los que lo sufren. Yo lo he visto. He visto cómo ardía la cólera en los ojos de los que sufrían, mordiéndose la lengua, sus risotadas. Las risotadas de Cerdá habría que enlatarlas como la mierda de Piero Manzoni. Risa de artista. Alcanzaría precios de escándalo. (Los precios. Ya es lo único que escandaliza del arte, aunque cada vez menos).

   Sin embargo, Cerdá se parece mucho más a sus colegas de lo que le gustaría. Si hay algo común a todos los pintores es el desprecio que unos y otros, sin excepción, muestran por los que compran sus cuadros. En esto los pintores se parecen a los teatreros.

   Cerdá es un pintor subversivo. Pero no por su barba de gamberro ni por su labia de feriante ni porque pinte jubilados al volante de un tractor. Lo que hace de Cerdá el más subversivo de los pintores es su nombre. Pepe. En ese Pepe no hay falsa modestia ni humildad ni ganas de epatar. Hay honestidad. Una honestidad brutal.

 

Prueba documental.

Prueba documental.

Mi amigo y genial fotógrafo Vicente Almazán me envía esta prueba documental.

La foto retrata al Sr Manolo y a su gato. Nótese las extrañas bolas que cuelgan del techo a modo de lámparas. No son lámparas son los puching ball que el Sr Manolo se entretiene en confeccionar. Por si no lo han deducido aún: es una foto del interior de la tienda de novelas en la que arranca mi post anterior. La tienda en la que el Chino compró el dichoso pelotón povéra. La foto es reciente y la tienda está todavía abierta.

¡Para que luego me digan que me invento las historias!.

Aquí queda esto.

Viaje por carretera.

En el tubo de Zaragoza, al lado del café cantante Plata, hay una tienda de novelas de segunda mano. Está justo al lado de la “Ortopedia la francesa”, tienda en la que sólo se vendían condones y que hacían la vista gorda con los menores que nos acercábamos a adquirirlos por curiosidad y morbo, casi siempre (siempre) para llenarlos de agua hasta que explotaban.  Pero a lo que iba: la tienda de novelas y revistas de segunda mano la regentaba un señor que se entretenía en coser entre sí diminutos retajos de piel que debía de recoger en la basura de algún taller de confección de prendas de piel. Los cosía primorosamente hasta conseguir la forma de una pelota que rellenaba de trapos deshilachados y guata. Para culminar la obra le cosía una cadena en uno de los polos de la esfera cutre y multicolor. Así conseguía una suerte de “puching ball”, de esos con los que se entrenan los boxeadores en los gimnasios, pero en versión autárquica y chabolista. Siempre tenía varias docenas de diverso tamaño. El otro día pasé y está en liquidación por “cese de negocio” y aún le quedaba alguna polvorienta en el escaparate.

Que yo sepa nadie le compró nunca ninguna. Nadie salvo mi amigo el pintor chino Xiao Fan.

 

Mi amigo Xiao Fan había venido a verme y como entonces andaba pintando globos le pareció muy interesante los puching ball esféricos y de retajos del vendedor del tubo y adquirió la más grande. Para él era una escultura de "arte póvera". Como se volvía a París en avión y el pelotón "póvera" era bastante grande me lo dejó para que yo se lo llevase en coche cuando volviese.

 

Por otra parte mi amigo Juan Alonso (semiótico y de Bilbao, aunque parezca imposible) estaba pasando unos días en casa de sus padres en Bilbao. Y habíamos quedado, como otras veces,  en la Plaza de Amara de  San Sebastián para subir juntos en mi coche a París. Como ambos vivíamos por aquél entonces en París viajábamos sin apenas equipaje. En realidad sin nada de equipaje. Exceptuando un bacalao salado y entero que llevaba mi amigo Juan bajo el brazo, como un cartapacio, así como un par de botellas de aceite “La gitana”, imprescindibles, según su padre, para hacer un buen “bacalao al pil-pil”. Plato que se había comprometido a cocinar para los amigotes a nuestra vuelta.

 

Mi coche era entonces un Opel Kadet ranchera. Como transportaba muy a menudo cuadros llevaba una baca que sobresalía un poco más que las normales. Era de fabricación casera. Yo le había atornillado unas barras que llegaban justo al límite de anchura de los retrovisores. De modo que sobresalían un palmo largo. Me di, y se dieron, no pocos coscorrones con las dichosas barras al subir o bajar de aquél coche.

 

Y por último, para describir los prolegómenos de la situación, aquél día, el del viaje a París, se me habían roto los dos bolsillos del pantalón que llevaba.

 

Inicié mi viaje de vuelta de buena mañana. Hasta París, desde Zaragoza, once horas de viaje no te las quita nadie. Por el retrovisor podía ver mi único equipaje: ¡el dichoso pelotón del chino!. Tres horas más tarde recogía a Juan en la Plaza de Amara de San Sebastián. Me esperaba con un enorme bacalao bajo el brazo envuelto primorosamente en papel de aluminio y luego con plástico transparente. En la otra mano la bolsa con el aceite de “La gitana”. En el amplio maletero del Opel Kadet depositamos el bacalao y el aceite que junto con el pelotón formaban un pintoresco bodegón. Y así continuamos viaje adentrándonos en Francia.

 

A la altura de Burdeos. Nada más recoger el ticket del peaje de la autopista unos gendarmes nos hicieron señas para que nos detuviésemos. Se trataba de una aduana volante.

 

Nos hicieron bajar del coche y nos pidieron la documentación. Mientras un orondo gendarme se abalanzo hacia el interior del vehículo. Aún recuerdo el ruido de su cabeza al chocar contra el saliente de la baca. Prácticamente rebotó y cayo al suelo entre alaridos de dolor. La cosa se ponía chunga. Inmediatamente sus compañeros nos hicieron poner las manos en el capó del coche para proceder a cachearnos. El que me cacheaba a mí comenzó por las axilas, como en las películas, y fue bajando para introducir al unísono ambas manos en mis bolsillos. Como los llevaba rotos sus manos fueron directamente a mis testículos, cosa que ni a él ni a mí nos hizo ninguna gracia. Pero era él el que llevaba la porra y la pistola. Comenzó a vociferar mientras se dirigía a su camioneta en la que guardaba un par de perros. De los de la unidad canina antidroga.

 

En el suelo aún estaba sujetándose la cabeza el primer gendarme, el que habíamos dejado fuera de combate a la primera, el del cabezazo contra la baca. El que me había tocado literalmente los huevos venía limpiándose las manos con unas toallitas húmedas y de muy mala leche. Detrás venía otro con los perros. Me ordenó abrir el portón del maletero. Los perros entraron excitadísimos y se abalanzaron sobre el bacalao. El que me había tocao los huevos me miró sonriente. Ya nos había pillao. Ahora sí que ya no teníamos escapatoria. Aparentemente era el alijo de hachís  más importante del año. Ya se sabe lo de los españoles y los porros...

 

-         Je peux vous demander qu´est -ce que c´est cela?.

 

Me preguntó, con recochineo, seguro de que nos tenía empuraos, mientras blandía el bacalao envuelto en papel de aluminio por la cola.

 

-         De la moroure...

 

Acerté a responder balbuceante, temeroso de su reacción.

 

Él lo olió y abrió un pedazo y puso cara de enorme desagrado al comprobar que era efectivamente bacalao. Volvió a entrar en el coche. Ahora los perros estaban encelaos con el pelotón del chino. Gruñian y no paraban de olisquearlo. Ahí sí que había "gato encerrao". Lo cogió por la cadena y me dijo:

 

-         Et ca....

Balbuceó. Se volvió mirandóme fijamente a los ojos  y me dijo:

 

-    Et cela, qu’est-ce est?

 

Y yo me quise morir. ¿Cómo le iba a explicar a aquel tipo cabreao y con pistola que tengo un amigo chino, que en el tubo de Zaragoza hay un tipo que se entretiene en coser pedacitos de piel...?. Si me ha costado todos los parrafos anteriores contarles lo del loco del tubo y en castellano. ¡Cómo lo iba a intentar en francés!. Y menos a aquél tipo que me miraba con aquella cara... Estuve a punto de confesar que éramos traficantes para que dejara de mirarme de aquél modo. Pero callé.

 

Terminamos en la comisaría de Burdeos dónde nos miraron hasta los empastes. El pelotón del chino terminó desmenuzado por la policía científica . Me lo devolvieron a jirones en una bolsa de plástico. Pasamos allí algunas horas.

 

Después otra vez rumbo a París miré por el retrovisor el bacalao manoseado por el que me había tocado los huevos junto con la bolsa de plástico con el aceite y los restos del pelotón y me dije que sería la última vez que viajaba sin equipaje.

 

Fin.

 

 

 

 

De explicar y comprender.

A veces doy clases de pintura.

 

En las clases de pintura se plantea un problema fundamental: ¿Cómo explicar lo que se sabe pero que no se comprende?. Yo sé lo que es la pintura pero no la comprendo. ¡Si ni siquiera sé explicármela a mí como voy a pretender explicársela a otro!.

 

Comprender es limitar a códigos simples un asunto hasta entonces complejo. Explicar es intentar guiar a otro por los vericuetos de la comprensión tal y como lo hizo el que lo explica hasta que lo comprendió.

 

Pero muy a menudo (casi siempre)  ese viaje hacia el conocimiento es personal e intransferible. Por lo que el otro casi nunca es “guiado” correctamente hacia la comprensión y el intento de explicar cualesquiera cosa está condenado al fracaso. Las limitaciones de los hombres en este sentido son enormes y más cuanto mas viejos nos hacemos. Las ideas preconcebidas, los tópicos y los traumas nos van cercenando el deseo de viajar a lo desconocido que es en esencia el único modo de aprender. Si, además, como es el caso, hablamos de pintura la imposibilidad de simplificar y desmenuzar los componentes de un buen cuadro hacen imposible la explicación del mismo. Sé que se intenta muy a menudo y que incluso hubo un programa de televisión que consistía en explicar cuadros en los museos. Pero es más un ejercicio literario, más un puro juego intelectual y pedante, que un verdadero intento de clarificar la cuestión. La práctica totalidad de los profesores que tuve, no sólo de arte sino de casi todo, sólo sabían explicar, es decir sólo sabían repetir lo que habían aprendido como loritos en libros de texto escritos a su vez por gente como ellos: gente que no sabía, que no había comprendido.

 

Por esto la única opción es que el “otro”, en este caso el alumno,  descubra su propio camino hacia la comprensión que no tiene por qué coincidir con el del “explicante”. Este es, a mi juicio el único camino: intentar crear el clima dónde sea posible aventurarse a la comprensión.

 

Por esto me dicen que soy un buen pintor pero un mal profesor.

 

Pero yo no estoy de acuerdo. Creo que soy tan mal pintor como profesor.

 

Buenos días

Habré de ir acostumbrándome al hecho de que habiendo dedicado la vida  al arte no he creído (en el sentido de tener fe) en la fantasía del artista de nuestra época ni un instante.

Es más, me ha desagradado más allá de lo razonable, más epidérmicamente, más alérgicamente, la actitud de la legión de artistas que he venido conociendo en estos años. La actitud de sentirse especiales, elegidos, de que los demás debían de ocuparse de ellos. He considerado esto como una minusvalía que debía combatir y que con tesón quizá, algún día,  podría vencer. En el pasado intenté creérmelo e hice todo lo que pude, como si alguien sin vocación ingresara en un monasterio para que haciendo ejercicios gimnásticos con el alma, a base de maitines, cilicios y laudes, encontrase la fe buscada y la gracia de Dios. Hoy puedo afirmar que no lo he conseguido. Mi escepticismo ha sido más fuerte que mi voluntad. No he conseguido “creer en mí” de ese modo obsceno, ciego y estúpido, con el que creen en si mismos los artistas de verdad. ¡Qué le voy a hacer!.

El caso es que por haber dedicado mi vida a intentar ser y sentir lo que no he sido ni sentido, ahora me veo prisionero de la imagen que los demás se han formado de mí, y de lo que suponen que soy por la abundante historiografía que desde se Vasari se viene haciendo sobre las vidas de los artistas, que en nuestra cultura se parece mucho a la vida de los santos.

 

Hace unos días, sin ir más lejos, se apuntó a una cena una ciudadana que tenía gran interés en conocerme ya que había adquirido en el pasado varios cuadros míos. Manifestó su deseo de sentarse a mi lado para conocerme, mejor dicho para reconocer la “idea” que se había hecho de mí. En realidad quería cerciorarse. La idea que se había hecho de mí venía dada: por lo que le habían contao, por la lectura del dossier de prensa y los catálogos que le dieron cuando adquirió hace ya un par de lustros los cuadros a un galerista de cuyo nombre no quiero acordarme.

 

Entonces yo vivía en París. Ella tenía una actitud de provincianismo ilustrado y viajado gracias a la agencia de viajes del Corte Inglés, que permite hacer creer a sus clientes que ya están de vuelta de todo, o por lo menos de los sitios que “ya han estao” desde su “vasto” conocimiento del mundo merced a la tarjeta del Corte Inglés, cuando en realidad no han hecho sino pagar una entrada del parque de atracciones global en el que han convertido el mundo las agencias de viajes. Conocía muy bien, por supuesto, París, y por ahí empezó la conversación. Me contó, antes de que yo pudiese articular palabra, quién era yo. Hizo una relación de las épocas de mi trabajo y manifestó su alegría al conocerme al fin. El tono de su voz era engolado y un pelín autoritario. Creía estar ejerciendo un derecho. El derecho de los señoriítos amantes del flamenco a tener desgañitándose a criaturas “cantaoras” hasta el alba. El derecho de los aficionados tras la corrida, tras ver jugarse la vida a los novilleros, a decirles lo que les parece en la tertulia del hotel tras su puro y su Cardhú.

 

Cualquiera de los miles de “artistas” que he conocido hubiesen estado encantados por la situación. Los más auténticos, luego los más fatuos, lo hubiesen considerado normal y hubiesen continuado la conversación,¡ consistente  en hablar de si mismos!, en el mismo tono ridículo y enciclopédico de la señora y hubiesen aprovechado para venderle algún cuadro más.

 

Pero para mí esto es imposible.

 

Me defendí de los halagos, en el fondo por delicadeza, con el sarcasmo y el cinismo más cruel que tuve a mi alcance. Y desde el sitio que lo recuerdo, es decir hoy por la mañana, fui muy desconsiderado. Recuerdo la cara de la señora. Estaba entre el estupor y la mueca. Metí la pata otra vez más.

 

Y es que yo no soy un artista. No he estado inspirado ni un instante de mi vida, por eso los errores que he cometido, que son muchísimos, no pueden ser disculpados desde la loca pasión creativa sino por la falta de sagacidad o de pericia. El decoro me ha impedido exigir al mundo que se doblegase a mi modo de ver las cosas por lo que mi falta de ambición ha sido total. Además de esta particularidad, este decoro me ha impedido mostrar mis traumas e interioridades tal y como hacen la legión de artistas de ahora desde la impudicia más obscena. Es una especie de neo destape.  Viene ser una especie de “landismo” ( no de Land Art, sino de Alfredo Landa) pero treinta años después de aquél destape y que se dirige a salidos más cultos.

Y aquí me veo vestido con mi hábito falso, sin posibilidad de ser otra cosa que la que parezco y con la imposibilidad de experimentar es conexión astral lo que me exigen los demás.

 

Buenos días.

 

 

Humor paralímpico.

En un bar del casco antiguo de Zaragoza entran dos parroquianos. Uno es manco, parece que desde hace tiempo. Empuja con el brazo que le queda una silla de ruedas que porta al otro con las piernas amputadas por debajo de las rodillas. Por lo nueva que está la silla y por los vendajes limpios deduzco que la amputación es reciente. El camarero tartamudo les recibe con alegría.

 

-¿Qué..qué...os...pon..pon...go?.

-Qué nos vas a poner tontolaba. ¡Dos carajillos!

-¡A..a..a..ahora... os...os...po...po...podéis...en...en...en...trenar... pa...pa...para ir a...a...a...las o...o...o..olimpiadas pa...pa...paralímpicas¡.

 

El recién amputado le contesta.

 

-Si es buena idea. Y tú te vienes de locutor de radio.

Encono.

No soy más que el empeño del empeño de ser lo que soñé ser.

Como ya no recuerdo lo que soñé,

sólo soy ya empeño ciego.

Sólo soy un caminante concentrado en las puntas de sus pies.

Izquierdo, derecho....Izquierdo derecho...Izquierdo, derecho...

New art Barcelona

Era en el noventa y seis. Mi amigo el pintor chino Xiao Fan y yo atravesábamos Francia en mi Opel Kadet ranchera con dirección a Barcelona. Veníamos de París. Íbamos a Barcelona  porque teníamos que exponer en la feria de arte New Art que se celebraba en el Hotel Majestic, reconvertido antes de su reforma en un lugar dónde celebrar ferias de arte.  Íbamos cargados hasta los topes de las obras que la galería de Terjk Wiegersma, la galería Liverpool, iba a exponer en su stand-habitación. Entre las obras que exponía había algunos cuadros nuestros. Por eso, y porque nos pagaba los gastos del viaje, estábamos haciendo de transportistas.

El viaje nos coincidió con una huelga de transporte. En Francia a esta huelga se le llamó: operation escargot. La cosa consistía en que nutridos grupos de camiones colapsaban todas las carreteras de Francia circulando a diez por hora. El viaje París Barcelona que nos debía haber costado poco más de diez horas nos costó casi veinticinco. Llegamos destrozados a Barcelona. La novia de nuestro galerista era catalana y tenía un piso familiar en Barcelona. Nosotros debíamos de dormir allí:

 

-         Es en la calle Lepanto. Entre la calle de Aragó y Valencia. Es el  número 272. Apúntatelo bien. Segundo derecha. Esta es la llave. Cuándo lleguéis abrid el sofá cama del salón y dormís allí. Nosotros llegaremos en avión al día siguiente y nos instalaremos en el dormitorio principal. Hay un parking en la esquina para dejar el coche.¿Te lo has apuntao bien?

-         Que sí...Descuida. Pasado mañana nos vemos.

 

En aquellos tiempos no había gps. Nos costó bastante encontrar la dichosa calle Lepanto. Mi copiloto chino intentando descifrar un antiguo mapa de Barcelona no ayudaba en la orientación. Pero no le culpaba. Me imaginába a mí en el mismo trance en Pekín y seguro que lo hubiese hecho mucho peor. Pero al fin lo conseguimos. Encontramos el parking. Aparcamos el coche y nos bajamos absolutamente exhaustos. Con las fuerzas justas de llegar al sofá cama con el que soñábamos despiertos.

 

Me recuerdo con el papelucho arrugado de la dirección.

 

-Calle...Lepanto 272...Sí aquí es.

 

Era de noche. No demasiado tarde. Al intentar meter la llave en el portal justo salió una chica que nos dejó pasar. Subimos al segundo derecha. La llave entró muy suave, pero al intentar abrir con ímpetu la cerradura la partí victima de mis deseos de dormir cuanto antes.

 

-¡Mierda!. Lo que nos faltaba.

 

Bajamos al patio dispuestos a dormir allí hasta que llegase nuestro galerista. Mientras el chino se acomodaba, busqué en los buzones un apellido como el de la novia de Terjk, quizás fuesen familia y nos podrían abrir. Aunque las explicaciones se me antojaban complicadas. De pronto, en los buzones vi una pegatina esperanzadora. Rezaba así: Cerrajero. Urgencias. 24 horas. 934568215.

Arranqué la pegatina y le dije al Chino.

 

-Espérame aquí. Ahora vengo.

 

Llame al cerrajero desde el bar de al lado. Los móviles no existían aún. No hizo ninguna pregunta salvo la de la dirección. En muy poco tiempo se presento con una moto vespa. No era muy hablador. Nos prohibió seguirle. Tras unos instantes bajó. Nos dijo que le debíamos ocho mil pesetas. Se las dimos, nos quedamos casi sin dinero y se largó. Subimos al segundo y la puerta estaba abierta de par en par. Respiramos aliviados.

Abrimos el sofá cama y nos tumbamos vestidos derrengados a dormir. Recuerdo no tardar ni unos segundos en quedarme frito.

No sé cuanto tiempo debió transcurrir hasta que oí un agudo chillido de una señora que me despertó. Abrí los ojos y vi a una pareja de mediana edad que estupefactos nos miraban.

 

-¿Pero que hacen ustedes aquí?. Ya hemos llamado a la policía.

 

Los vecinos del rellano estaban entrando en el piso armados con unos mangos de madera. Yo intentaba balbucear una respuesta e intentaba comprender a toda prisa que qué demonios estaba ocurriendo.

 

Resultó, cuando se aclaró el asunto, que no estábamos en el edificio de la calle Lepanto 272 sino en otro edificio de la misma calle pero con número 274. Por eso se había roto la llave. Dio la casualidad que también había un sofá cama en el salón y que no había nadie porque sus moradores habían salido al cine. ¡Nos habíamos instalado en otro piso!. Imagínense la sorpresa del matrimonio que al entrar en su casa se encuentran a un chino y a un barbudo roncando en el sofá desplegado del comedor. Inenarrable.

 

No recuerdo cómo logramos salir de aquel guirigay. Lo que sí que recuerdo es que nos volvimos al coche a dormir (es un decir) y unas horas más tarde tuvimos que montar el stand-habitación.

 

Para que luego digan que el mundo del arte es muy glamuroso...¡Ay!. Señor, Señor...