Conversación con Hubert Marcelly allá por el 1989.
No sé porqué últimamente recuerdo a menudo una conversación que tuve con el escultor Hubert Marcelly en la Casa de Velázquez cuando ambos disfrutábamos de una beca allí. Hubert era bastante mayor que yo. Debía de andar por la cuarentena mientras que yo tenía veintitantos. Hubert era un tipo muy mesurado y culto. Era Alsaciano y había vivido por medio mundo. Yo le tenía como una especie de hermano mayor. Y él aceptaba gustoso aquél papel.
La beca se me terminaba y con ella la posibilidad de seguir en Madrid. Durante todo el tiempo que duró la beca, dos años, del ochenta y ocho al noventa, además de trabajar en el taller de la Casa de Velázquez, estuve pintando aparatos de feria en una empresa de Pinto que los fabricaba. Lo que me daba cierta seguridad económica al añadir el dinero que ganaba a la pensión de la beca. Pero sólo con esos ingresos magros e irregulares, una vez terminada la pensión y perdido el taller de la Casa de Velázquez, no podía alquilar otro taller suficientemente grande en Madrid.
La otra posibilidad, aún más alocada era la de irme a París. Dónde no tendría ingreso alguno salvo los pocos ahorros con los que contaba y la promesa de un entonces incipiente galerista muy “echao palante” de enviarme lo que pudiese cada mes. Ese galerista no tenía ni galería por aquél tiempo. Tenía un local en Zaragoza y el deseo de ser galerista. Se llamaba, y se llama, Fernando Latorre.
La tercera posibilidad era volver a Zaragoza.
Mientras le hacía partícipe de mis preocupaciones Hubert me miraba sonriente. Con la misma sonrisa que mira el tío al sobrino adolescente cuándo le cuenta que está perdida y fatalmente enamorado. Después pausadamente y muy dulcemente, sin dejar de sonreír me dijo:
- En la vida es imprescindible y necesario asumir riesgos. Sólo así se vive verdaderamente. El miedoso, el que asegura su futuro, el que prevé lo que le va a pasar, respira, come y caga, pero no está vivo. Por eso nos odian. Hay que cuidarse mucho de pasar inadvertido. Pobre de ti si el estado se fija en ti apenas unos minutos. Por lo tanto y a tu edad sólo puedes elegir si eres honesto la posibilidad más arriesgada: La de irte a París.
Le dio una larga calada al cigarrillo rubio que estaba fumando y continuó.
- Te aconsejo esto porque eres bueno, porque tienes el suficiente talento. Pero no olvides que el talento no es más que el veinticinco por ciento del total.
Le dio otra calada al cigarrillo.
- Otro veinticinco por ciento es el tesón. El hacer bien los deberes. El no decaer. El resistir. El ser ordenado y hacer lo que se debe de hacer para ser amable y educado incluso en las peores circunstancias. Otro treinta por ciento es la salud. Sin salud no hay nada que hacer. Mantente en forma. El trabajo es ímprobo y se necesita un cuerpo y una mente resistente. No hagas caso a las lecturas que mitifican a los artistas autodestructivos. Eso es una moda romántica que inexplicablemente aún perdura. Y el veinte por ciento restante es la suerte.
Aquí nada podemos hacer más que esperarla. Pero no olvides la lección de Gide: La vida es ondulante. La suerte viene y va.
3 comentarios
nana -
¡Que ganas tengo de verla!
carmen -
Carmen.
Saludos
Anónimo -
Saludos