Labia de feriante.
Un tal César Cólera escribe este artículo sobre un servidor en Andalán.es.
Es el segundo artículo de una serie que va a llamarse Cabezudos. Supongo que César Cólera es un pseudónimo. No tengo el placer de conocerle.
Me siento muy honrado por haberle inspirado y he de reconocer que está muy bien escrito y con mucha gracia. Lo “pego” a continuación para que juzguen ustedes mismos.
Labia de feriante
Los pintores en general y los pintores aragoneses en particular son fieles a sus autorretratos hasta la sepultura. Natalio Bayo digo yo que habrá cambiado alguna vez los cristales de sus gafas, pero gasta la misma montura desde que pintó su primer busto coliflórico, por no hablar de su bigote nicotinado. Jorge Gay sigue pareciendo un monje de Zurbarán pasado por la Teología de la Liberación, al que sólo le falta una de aquellas bufandas deshilachadas y anudadas como las sogas de los ahorcados que dibujaba el Perich. Cano ha retocado sus barbas trotskistas, pero poco, cuatro pelos rebeldes, lo justo para que San Heraldo no lo mande con sus monigotes a vociferar a la vía. Cerdá tampoco se ha pelado su barba bakuniana. La barba de Cerdá es como la boina de Pla. Una provocación y una invitación a la caricatura fácil.
A Pepe Cerdá le gusta contar que aprendió a pintar pintando con su padre barracas de feria a brochazo limpio. De feria en feria Cerdá también aprendió el idioma de los feriantes. La labia de los quinquis. Cerdá vende sus cuadros como si rifara chochonas. Y hay que ver cómo se pelean los burgueses zaragozanos y sus señoras por un número de la rifa.
El discurso artístico, social y económico de Cerdá es un discurso de vendedor de crecepelo. Y es todo un espectáculo, el mayor espectáculo que ofrece la gran feria del arte actual, verlo discursear desde la barraca de su blog.
La barba de Cerdá tampoco es tan distinta de los bigotes dalinianos que Duchamp le pintarrajeó a la Mona Lisa. Cerdá, que es muy listo, sabe que lo que más cotiza en la feria pictórica es el malditismo. Y con su barba anarquista pasa por maldito descojonándose del malditismo, de sus santones, de sus adoradores y de sí mismo. Como los críticos de arte no son muy listos, porque si lo fueran ya habrían aprendido a reírse de sus metafísicas mamarrachadas, no se lo perdonan. Y así es como crece en el mercado la cotización de Cerdá, a contrapelo de la crítica, tal y como viene sucediendo desde la Bienal de Altamira.
La barba de Cerdá no es un barba bohemia o tuberculosa o eremítica. Es una barba de pega. Como la de la dueña Dolorida del Quijote. Una barba gamberra. Cerdá ha hecho profesión de fe del gamberrismo. Y se burla de la santificación del arte y de las beatificaciones de los artistas con un cinismo exagerado que provoca erupciones coléricas en los que lo sufren. Yo lo he visto. He visto cómo ardía la cólera en los ojos de los que sufrían, mordiéndose la lengua, sus risotadas. Las risotadas de Cerdá habría que enlatarlas como la mierda de Piero Manzoni. Risa de artista. Alcanzaría precios de escándalo. (Los precios. Ya es lo único que escandaliza del arte, aunque cada vez menos).
Sin embargo, Cerdá se parece mucho más a sus colegas de lo que le gustaría. Si hay algo común a todos los pintores es el desprecio que unos y otros, sin excepción, muestran por los que compran sus cuadros. En esto los pintores se parecen a los teatreros.
Cerdá es un pintor subversivo. Pero no por su barba de gamberro ni por su labia de feriante ni porque pinte jubilados al volante de un tractor. Lo que hace de Cerdá el más subversivo de los pintores es su nombre. Pepe. En ese Pepe no hay falsa modestia ni humildad ni ganas de epatar. Hay honestidad. Una honestidad brutal.
5 comentarios
miguel angel marqueta -
"Ladran , Sancho señal que cabalgamos "
Un abrazo
Miki
José Luis -
Inde -
Inde -
Aparte de que, sinceramente, creo que la cólera del césar debería servir para poner a remojar otras barbas.
Álex Nortub -