Del hablar y del decir.
Estoy en Francia. Más precisamente en Borce, un pueblo situado en el Valle del Aspe. Más precisamente aún en el Cap de Lourbu una zona montañosa con pinos campos de heno.
Acaba de venir a verme mi vecino de los campos de abajo un hombre honesto y franco que mira siempre directamente a los ojos, muy atento, como si te viese el hipotálamo. Mientras hace esto sonríe y sólo habla si tiene algo concreto que decir. Sólo habla para decir verdad. Cuando termina lo que haya de decirme se larga.
Paradójicamente a mí me cae muy simpático y no me producen ninguna incomodidad ni su limpia mirada, ni su modo de decir.
Cavilo que si esta misma actitud se produjese en la ciudad interpretaría su mirada como una amenaza y su franqueza y parquedad en el decir como una falta de delicadeza. La palabrería, el hablar por hablar, sería una de las particularidades de la civilización. Las vacías palabras de los cócteles, inauguraciones, cenas, presentaciones y demás zarandajas para qué sirven y han servido. Para nada. En realidad casi nada de lo que decimos sirve para nada. Casi nada de lo que decimos es oído por otro.
Cavilo en qué tanto por ciento de las palabras salidas de mi garganta lo han hecho para decir verdad. Y han sido muy pocas. La mayoría lo han hecho para hacer gracia, o mejor dicho para hacerme el gracioso. Para defenderme o atacar a un interlocutor que se había sentido herido o me había herido con sus argumentos. Por vanidad al fin y al cabo. Pero la mayoría de las palabras salidas de mi garganta lo han hecho por hacer ruido, para llenar algún silencio incómodo, para vencer mi ya olvidada timidez juvenil.
¡Qué poco de nuestro tiempo lo empleamos en comunicarnos verdaderamente!.
Por esto me gusta mi vecino que sólo dice lo que ha de decirse.
A ver si aprendo. Aunque me parece que ya es tarde.
4 comentarios
Inde -
julio-bagüés -
Inde -
Y si lo fuera, tampoco sería tarde.
jose luis martin-caro -