Texto para Charo.
Hace un tiempo me llamó una amiga pintora (y sin embargo alumna) para que le escribiese un texto para el catálogo de una exposición (la primera de cierta importancia, creo) que inaugurará el próximo viernes primero de Septiembre en el Hotel Boston.
Esto es lo que salió:
Decir que conozco a Charo como pintora es decir poco y es inexacto. Yo de Charo sé. Sé cual es su compromiso con la pintura, con la suya y con toda la que en el mundo se haya hecho. Sé como la vive y como la practica. Sé del vivísimo interés con el que se enfrenta a cada cuadro. Lo sé porque tiene la gentileza de compartir todo esto conmigo cada jueves desde hace tres años.
Cada jueves a las diez tengo una cita con pequeño grupo de pintores que aman su quehacer. Son lo que bien dicen los franceses “amateurs”, y que aquí se traduce impropiamente como “aficionados”, cuando el sentido literal del término es “amadores”. Es decir personas capaces de amar, en este caso de amar su trabajo, como se debe amar: con entrega absoluta y sin límites. De entre todas ellas, Charo es una de las que más se le nota que esta viviendo lo que hace. La que acomete los problemas más complejos con la determinación de llegar hasta el final. Cueste lo que cueste. Enfrentándose, cara a cara, en cada cuadro al fracaso, como debe de ser.
Charo y mis demás amigos de cada jueves no sé si saben el bien que me hacen. Yo no soy un “amador”, soy un profesional, algo que es un sinsentido u oxímoron cuando se aplica a las cosas del alma, de la piel para dentro, y que llevo tan buenamente como puedo arrastrando contradicciones como castillos. Tener licencia fiscal, tarjeta de crédito, plazos que pagar con el producto de la osadía de intentar hacer arte, es una barbaridad. Máxime cuando no sé lo que es el arte, ni en que consiste y mucho menos como se hace sistemáticamente, tal y como se me exige desde la estructura que se me ha impuesto. De eso que llamamos arte, lo único que sé es reconocerlo cuando lo veo, casi siempre hecho por manos ajenas. Mi trabajo principal es pues, intentar aislarme lo suficiente para que el milagro de la obra de arte se produzca, si ello quiere, claro está. Dejar de pensar para ser, intentar parar el mundo para existir; y para esto la única vía es amar el oficio, y a los que lo hacen, y lo han hecho. Por eso sigo intentándolo, porque sigo amándolo, porque soy un “amateur”, un “amador”, que soporta precariamente su estructura “profesional”. Me defiendo como puedo del mundo, en especial del mundo del arte, con las únicas armas a mi alcance: con la ironía y el descreimiento. A seguir intentándolo se me ayuda cada jueves, cuando doy, en teoría clases de lo que no sé; y se me contagia con una dosis de la extraña pócima que hace amar la pintura.
Charo hoy hace una exposición. Es decir se “expone”ante los visitantes, ante la crítica o el elogio, y da un paso, aparentemente lógico, hacia la “profesionalidad”. Yo me siento tan orgulloso como preocupado. Sé lo que significa para ella una exposición de esta magnitud. Sé el titánico esfuerzo realizado para la ejecución de los cuadros. Sé del pánico escénico de una muestra de este tipo. Y desgraciadamente, sé también de la banalidad con que se miran las exposiciones en nuestros tiempos. Sé como todo el mundo corre en socorro del vencedor, como alaba lo que le dicen que debe alabar y como desdeña lo que no comprende y de lo que no ha recibido instrucciones de uso. Por esto les pido que miren estos cuadros como lo que son: son el honesto y sincero intento de traducir el mundo, su mundo, a pintura y esto merece el máximo de los respetos.
Pepe Cerdá
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