París
Viaje en furgoneta a París. Ayer volví. Afortunadamente me ha acompañado Ana y me ha quitado la mitad de los kilómetros, que a esta edad ya me empiezan a pesar, y ha soportado el mal carácter que solemos tener los simpáticos en la intimidad.
Hemos estado allí cuatro días. Yo, intentando resolver unas cuestiones aritméticas con mi galerista. Como era de esperar, nada ha salido como preveía. La aritmética para los galeristas es una ciencia abstrusa. Vender y cobrar, para ellos, son dos verbos que se conjugan en tiempos muy distintos.
A pesar de todo, es un tipo simpático, y a su manera la cosa va funcionando. Me ha propuesto un par de proyectos al otro lado del atlántico y me ha manifestado su amor incondicional, para después añadir que ya me pagará más adelante que ahora le viene mal. Vamos, lo mismo que llevo oyendo en los últimos veinte años, ¡Ay!, el mercado del arte, si yo les contara...
Estos días en París, mientras ardían los coches en “la banlieu” (con la absoluta despreocupación de los parisinos del centro, para ellos la única revolución “cool” fue la del 68) he comprado un montón de libros y he visitado la exposición que en el “Gran Palais” ha montado Jean Clair sobre la Melancolia. Cómo era previsible: Impresionante.
Jean Clair es uno de los tipos más listos y más sensatos de todo el elenco que teoriza actualmente sobre cuestiones artísticas. Fue el comisario de la Bienal de Venecia del centenario, y de la mítica exposición “El alma en el cuerpo” de la que esta es una especie de continuación.
Jean Clair es un niño, que hace “collages” con las obras auténticas, a escala 1-1, para expresar una idea. Todo esta cuidadosamente medido: el montaje, la iluminación, el catálogo, la disposición...Es una especie de cueva del horror de las ferias por donde se transita, y te van sorprendiendo los objetos, los textos, los cuadros, y de donde se sale más sabio y más emocionado de los que se entra. Si tienen ocasión no se la pierdan.
A nuestra vuelta, antes de cruzar la frontera, llamé a mi nuevo amigo Pio Caro, al que conocí al tiempo que me enseñaba Roma la semana anterior. Resultó que estaba en Bera, en la mítica casa que los Baroja poseen allí y nos invitó a comer, y luego a visitar la casa. En la comida nos presentó a Miguel Sánchez Ostiz, poeta, ensayista y novelista Navarro, que anda preparando algo sobre los Baroja. Miguel y yo, simpatizamos enseguida y tras hablar de tres o cuatro amigos comunes, nos pusimos al asunto, es decir un chuletón que probaba la existencia de Dios Padre. La conversación transcurrió fluida, como transcurre entre viejos camaradas, aunque en este caso, éramos recién conocidos.
Después visita a la casa de Itzea. Todo está como estuvo. El comedor con su chimenea y la lámpara levitando sobre la mesa. Los salones con estupendos cuadros colgados de sus paredes. Muchos de ellos de Ricardo Baroja. Y las bibliotecas. ¡Ay! las bibliotecas. A mí no hay nada que más me guste que las ferreterías y las tiendas de libros, entro a menudo en estos establecimientos para que se pare el tiempo y mi cabeza.
Pues imagínense lo que puede uno sentir en la mismísima Biblioteca de Don Pio Baroja, y en la del piso de arriba, la de Don Julio Caro Baroja. No puedo describir aquí lo que eso es. Puedo sólo decirles que es uno de los sitios más sobrecogedores de los que yo conozco. Decenas de miles de bellísimos libros se alinean en los estantes de las dos últimas plantas, algunos cuadros, algunas estatuas les acompañan. Pero la presencia de los libros es impresionante. Diríase que los muros están sustentados por los libros y no al revés.
Mañana más. O pasao. O al otro.
3 comentarios
Raquel -
Luis Augusto -
Teresa -
besos