Pintura y madurez
Cuando niño, veía a mi padre extender la pintura sobre el papel y el tiempo se detenía. Lo único que estaba ocurriendo en el mundo era aquello. Era magia. Sólo los mayores estaban ungidos en aquel don.
Luego, cuando uniformaron los criterios. Cuando escolar, me enseñaron a ser idéntico a los otros (es decir a tener identidad). Descubrí, desilusionado, que aquel don, de extender pintura no era inherente a los mayores. En realidad los mayores que se entretenían extendiendo pintura no eran, exactamente adultos.
Un poco más tarde, sin determinación, sin tomar decisión, me ví a mí mismo extendiendo pintura y experimenté lo cierto, lo de no ser adulto, lo de vivir de la caridad del prójimo, lo de no ser eficaz, lo de no tener ingresos medidos y regulares, cuan pienso compuesto en granja de cerdos. Y los demás, los idénticos, los que tenían identidad, tenían además coche, novia, trabajo, hijos y futuro. Y el conjunto de todas estas cosas: crédito. Y nosotros los de los garabatos, los saltimbanquis de su olvidada niñez, nos veíamos obligados a representar con humilde arrogancia el personaje que ellos deseaban ver.
Y de cuando en cuando, para relajarse, nos visitaban, se quitaban la corbata y nos confesaban que ellos en realidad, no son idénticos, que no tienen identidad, que nos quieren y tras tirar unas monedas, al marchar se llevaban uno de nuestros garabatos.
Y otra vez solo, como el condenado, a garabatear, a extender pintura, frenéticamente, para olvidar que nada se es, cuando no se tiene capacidad de tener crédito.
Y así pasa la vida y cuando la tele, el plasma, el móvil y el ordenador, aquí estoy yo: extendiendo pintura.
Luego, cuando uniformaron los criterios. Cuando escolar, me enseñaron a ser idéntico a los otros (es decir a tener identidad). Descubrí, desilusionado, que aquel don, de extender pintura no era inherente a los mayores. En realidad los mayores que se entretenían extendiendo pintura no eran, exactamente adultos.
Un poco más tarde, sin determinación, sin tomar decisión, me ví a mí mismo extendiendo pintura y experimenté lo cierto, lo de no ser adulto, lo de vivir de la caridad del prójimo, lo de no ser eficaz, lo de no tener ingresos medidos y regulares, cuan pienso compuesto en granja de cerdos. Y los demás, los idénticos, los que tenían identidad, tenían además coche, novia, trabajo, hijos y futuro. Y el conjunto de todas estas cosas: crédito. Y nosotros los de los garabatos, los saltimbanquis de su olvidada niñez, nos veíamos obligados a representar con humilde arrogancia el personaje que ellos deseaban ver.
Y de cuando en cuando, para relajarse, nos visitaban, se quitaban la corbata y nos confesaban que ellos en realidad, no son idénticos, que no tienen identidad, que nos quieren y tras tirar unas monedas, al marchar se llevaban uno de nuestros garabatos.
Y otra vez solo, como el condenado, a garabatear, a extender pintura, frenéticamente, para olvidar que nada se es, cuando no se tiene capacidad de tener crédito.
Y así pasa la vida y cuando la tele, el plasma, el móvil y el ordenador, aquí estoy yo: extendiendo pintura.
4 comentarios
Teresa -
besos
carmelo -
Gatopardo -
Luis Augusto -
Ahora bien,si es una defensa corporativa del artista entonces vale.
En cualquier caso,estoy feliz de que nos vuelvas a regalar tus reflexiones.Ayer mismo una lectora tuya del centro de Europa me decía que le "fastidiaba" un montón no poder leerte más.
Este post tuyo va a dar una alegría a más de uno.
Gusto de encontrarte de nuevo.