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pepe-cerda

Casa rural

De niño pasaba todos los veranos en el pueblo de mi Madre, con mis abuelos. Entonces, no sé si se acordarán, los veranos duraban tres meses cumpliditos, no como ahora que con veinte días vas servido. Pero a lo que estamos: En el pueblo, se dormía siesta todos los días en cama con dos colchones y en habitación con contraventanas entornadas, el pan era de hogaza y los huevos de verdad, siempre algún perro mordía a algún niño, (casi siempre en defensa propia) y se aliviaba uno en el corral con las gallinas alrededor. Y luego ya de más mayor: las fiestas, con su baile y con ellas, con los refrotes y las calenturas...¡Ay!, que tiempos..
Ahora ya en el “demonio del mediodía”, (que es como llaman los franceses a la crisis de los cuarenta, tan finos ellos), buscando paraísos perdidos, nos da por pasar fines de semana en casas rurales. Pero ya nada es lo mismo. Recuerdo una muy fina del Maestrazgo que hacía ostentación de su nutrida biblioteca (como es sabido, el libro de antes de dormir es un gran aliado de las viejas parejas) ya que los dueños, Ingleses ellos, habían sido editores antes que granjeros. Lo que no avisaban en la publicidad de la torre es que no había ni un solo título en castellano, como por supuesto no hay televisión, sólo te quedan dos opciones: o poner cara de indio tomando bicarbonato hojeando una guía del Maestrazgo en Inglés para que todos supongan que dominas la lengua de Sapeskeare, o confraternizar con los trasnochados intelectuales catalanes que suelen poblarla. Vamos, que viene a ser como pillarse las gónadas con la tapa de un baúl: si te sientas te las aplastas y si te levantas te las arrancas.
Si decides dar una vuelta por los alrededores constatas que los perros ya no muerden más que al hijo de Ana Obregón con la esperanza de hacerse famosos y que uno ya no esta para subir cuestas por mucho que se estrene botas de treking y bastón. Lo único que tiene de bueno es que el carísimo fin de semana se hace casi tan eterno como aquellos tres meses de la niñez.
Y es que, lo malo del pasado es, que ya no es lo que era...

2 comentarios

Nicolás -

Yo creo que dormir en un colchón de paja, cagar en el corral y comer huevos recién puestos sigue siendo posible, y además barato. Yo tengo una amiga que vive en un pueblo abandonado y que lo hace a diario. Claro, lo que no resulta es cómodo (bueno, lo de cagar puede que sí, eso va a gustos). Lo que no se puede esperar es pagar un pastón para irte a un hotelito al Maestrazgo y esperar que te digan que si quieres cagar te salgas afuera, vamos, que me imagino a un cliente dándole el apretón y el señor inglés diciéndole "please go to the backyard" y encontrándose allí cagando con un intelectual catalán en cuclillas al lado haciendo lo propio. No se puede esperar pagar por ir a un sitio y esperar que te sirvan "lo auténtico". O puede que sí, vaya usted a saber, en esta era del simulacro (Baudrillard dixit) todo parece que es una versión de algo anterior, y vaya usted a saber dónde está la versión original...

Anónimo -

Señor Cerdá, me da la impresión de que habla usted de la Torre del Visco. Estuve una vez, cuando se rodaba la película "Libertarias", y cuando me destinaban habitación, soy escritor de guías de viajes y de guías mágicas, acerté a ver la cama de sábanas revueltas de Victoria Abril, y al fondo vi la cara de un señor más bien lánguido. Había un piano, juraría que había un piano. Y recordé una escena muy graciosa, de alto contenido erótico, de "La muchacha de las bragas de oro" de Vicente Aranda, que también, creo, es el director de "Libertarias". Ya perdonará mi mente sucia, pero no me hubiera importado dormir en aquellas sábanas con la actriz.
Dirá usted lo que quiera, pero el lugar es realmente paradisíaco si vas en buena compañía. Yo, ya entonces, sólo llevaba el ordenador portátil. También vi a Miguel Bosé, le hice una foto, pero, oiga, no es lo mismo...