Fermín Aguayo
Que infinita tristeza transmiten los magníficos cuadros de Fermín Aguayo. Son las cuartillas arrancadas del dietario que narra la encarnizada lucha contra su destino, del empeño de ser pintor a toda costa, a costa de su propia vida.
Yo conozco bien el teatro de operaciones donde tuvo lugar esta particular guerra. Viví seis años en Kremlin Bicetre, en donde murió devorado por un cáncer, alimentado por sus obsesiones, privaciones y angustias. Pasé muchas de mis noches en la Butte aux Cailles en donde él rebozado literalmente en pintura luchaba hasta el alba y la extenuación para que los cuadros fuesen lo que debían ser, espectros rebozados como él en grasa coloreada. He bebido en los bares en los que él lo hizo, el Select, la Domme... y en muchísimos más.
Viví como él una temporada en la Cité International Universitaire, en donde conocí a Clara Uriel, la sobrina de uno de sus mejores amigos y benefactores, el Doctor Uriel, que me contó un montón de anécdotas de la relación entre ambos.
Por esto el miércoles, en la inauguración de su retrospectiva en el Palacio de Sástago, no podía dejar de pensar en si tanto sufrimiento, tanta vida de hambre y privaciones se podía compensar con un acto como ese. Salude al Doctor Uriel y hable un rato con él de su gran amigo Aguayo. También estaba Antonio Bonet Correa y Concha Lomba que, creo, han sido los comisarios de la muestra.
Pero a lo que vamos, conozco perfectamente la infinita tristeza del París gris y sin recursos. La terrible soledad de la noche rota por un aparato de radio que carraspea en francés. La mirada de tu compañera, harta en silencio, de no llevar una vida como los demás. Y todo por la pintura y por la gloria futura que no acaba de llegar. Viviendo de prestado y la vida pasando mientras.
Por eso no termino de ver nunca los cuadros de este hombre. Como él muy bien decía en una entrevista: los ojos no ven, los ojos reconocen, o lo que es lo mismo, los ojos sólo ven lo que reconocen.
Y mis ojos, cuando ven sus cuadros, reconocen a la tristeza un instante antes que a la pintura.
Yo conozco bien el teatro de operaciones donde tuvo lugar esta particular guerra. Viví seis años en Kremlin Bicetre, en donde murió devorado por un cáncer, alimentado por sus obsesiones, privaciones y angustias. Pasé muchas de mis noches en la Butte aux Cailles en donde él rebozado literalmente en pintura luchaba hasta el alba y la extenuación para que los cuadros fuesen lo que debían ser, espectros rebozados como él en grasa coloreada. He bebido en los bares en los que él lo hizo, el Select, la Domme... y en muchísimos más.
Viví como él una temporada en la Cité International Universitaire, en donde conocí a Clara Uriel, la sobrina de uno de sus mejores amigos y benefactores, el Doctor Uriel, que me contó un montón de anécdotas de la relación entre ambos.
Por esto el miércoles, en la inauguración de su retrospectiva en el Palacio de Sástago, no podía dejar de pensar en si tanto sufrimiento, tanta vida de hambre y privaciones se podía compensar con un acto como ese. Salude al Doctor Uriel y hable un rato con él de su gran amigo Aguayo. También estaba Antonio Bonet Correa y Concha Lomba que, creo, han sido los comisarios de la muestra.
Pero a lo que vamos, conozco perfectamente la infinita tristeza del París gris y sin recursos. La terrible soledad de la noche rota por un aparato de radio que carraspea en francés. La mirada de tu compañera, harta en silencio, de no llevar una vida como los demás. Y todo por la pintura y por la gloria futura que no acaba de llegar. Viviendo de prestado y la vida pasando mientras.
Por eso no termino de ver nunca los cuadros de este hombre. Como él muy bien decía en una entrevista: los ojos no ven, los ojos reconocen, o lo que es lo mismo, los ojos sólo ven lo que reconocen.
Y mis ojos, cuando ven sus cuadros, reconocen a la tristeza un instante antes que a la pintura.
8 comentarios
fascinado -
Anónimo -
Incurable pérdida originaria de niñez, que transitará cada espatulazo hasta España 36. Rabioso radicalismo provinciano de juventud abstracta en Pórtico. Pensando en Zaragoza y en pintura se quema vivo. Deslumbramiento parisino, sofisticación de la retina a la moda informalista. Marguerite. Innegociable compromiso íntimo con la búsqueda de su verdad. Doble retorno a España: físico en furtivas escapadas por paisajes que arranca de su recuerdo a jirones de pintura al volver a la Butte-aux-Cailles; mental en tardía y redentora revelación velazqueña. Fantasmal figuración gris-plomiza, ineluctable desvelamiento de la propia voz, universal por aragonesa, arrebatada antes de tiempo.
(io)
nacho -
Anónimo -
Lo cual,nachete, suscribe enteramente este zoquete (la verdad es que es curiosa la tendencia a la más ramplona descalificación personal de algunos lectores de este blog).
VIVA AGUAYO.(io)
nacho -
Anónimo -
Nicolás -
ojalá a mí me pudiera decir un cuadro lo que te ha inspirado a ti...
Perro -