Al óleo o surrealista
Eso del derecho a la intimidad es un invento de las grandes ciudades. En los pueblos la cosa es más bien al contrario: el deber de cada recién llegado es dar todas las explicaciones que le requieran el resto de las vecinos y por supuesto han de ir por delante las más escabrosas y vergonzantes. Estas serán amplificadas en el bar por los parroquianos, y de ahí al resto del pueblo. Sólo cuando ya haya sido debatido el asunto hasta la extenuación se dará el tema por zanjado.
Si el recién llegado no comprende esto y se niega a responder los impertinentes interrogatorios a los que se verá sometido por cualquiera que se cruce, lejos de conseguir lo que pretende (que es, lisa y llanamente: que le dejen en paz) va a conseguir lo contrario. Va a ser tema recurrente y crónico en el bar, va a ser sometido a una investigación exhaustiva: horarios, relaciones amorosas, pasado, trabajo, inclinaciones sexuales... etc. Con el resultado de estas investigaciones en las que participará todo el pueblo al unísono, niños y ancianos incluidos, y una vez procesadas por el centro de inteligencia: (el bar de la plaza), se construirán todo tipo de especulaciones posibles al respecto.
Cuando yo llegué aquí, a Villamayor, llegue con la ingenua creencia de ser transparente, de que había pasado inadvertida mi llegada. Villamayor tiene dos mil habitantes y está a diez kilómetros de Zaragoza, esto me hizo suponer que sus habitantes no debieran estar tan interesados en las cuitas de los recién llegados como en lugares más pequeños y más alejados de una ciudad. Me equivoque.
Primer día, primer periódico, primer café en el bar de la plaza. Yo todavía era, a los efectos de la cortesía, un ciudadano francés. Al entrar en el bar digo:
-Buenos días, señoras y señores. (Macarrónica traducción del: bonjour, monsieurs, dames recurrente en Francia)
-(silencio)
Me dirijo al fondo del establecimiento, mientras soy mirado sin disimulo. Me acomodo y le digo a la señora que atiende la barra.
-Buenos días señora, sería usted tan amable de ponerme un café con leche.
-¡Pues claro!, que te piensas que estoy haciendo aquí pues, pasar la mañana...
Me lo pone, se lo agradezco, no me responde, me enfrasco en la lectura protectora del periódico, ella se va al otro extremo de la barra, el bar está en silencio, los parroquianos expectantes, y desde el otro lado me espeta:
-¿Tú eres pintor?
Yo balbuceante..
-Sí señora, sí.
-Pues ya me dirás como tengo que pintar el bar.
- Pues... crema. Si crema estará bien es luminoso y disimula la nicotina..
Esa fue toda la conversación. Pagué y me fui.
Día siguiente, mismo sitio, misma hora.
-Señora sería tan amble...
-Sí, ya sé, un café con leche.
Vuelve a irse al otro extremo, los parroquianos en silencio, y desde el otro lado me vuelve a espetar:
- Oye tú, que me han dicho los Cirilos, que tú pintes cuadros, que ellos ya pintarán bares..
Los Cirilos eran los pintores de brocha gorda del pueblo y por otra parte excelentes profesionales como supe después. Vaya, resulta que en dos días ya había tenido mi primer conflicto de intereses profesionales con los otros pintores que aún no había tenido el gusto de conocer. Me enfrasqué otra vez con el periódico.
El parroquiano de al lado pegando la hebra se dirigió a mí y me dijo:
-Así que eres pintor...
-Si señor.
-Pero tú eres pintor de esos que pintan al óleo o surrealista.
No recuerdo que le contesté, pero desde aquel día la frase anda dando vueltas por mi cabeza y no descarto escribir una nueva historia del arte atendiendo a esta nueva diferenciación estilística: al óleo o surrealista.
Para que luego digan que se pierde el tiempo en los bares.
Si el recién llegado no comprende esto y se niega a responder los impertinentes interrogatorios a los que se verá sometido por cualquiera que se cruce, lejos de conseguir lo que pretende (que es, lisa y llanamente: que le dejen en paz) va a conseguir lo contrario. Va a ser tema recurrente y crónico en el bar, va a ser sometido a una investigación exhaustiva: horarios, relaciones amorosas, pasado, trabajo, inclinaciones sexuales... etc. Con el resultado de estas investigaciones en las que participará todo el pueblo al unísono, niños y ancianos incluidos, y una vez procesadas por el centro de inteligencia: (el bar de la plaza), se construirán todo tipo de especulaciones posibles al respecto.
Cuando yo llegué aquí, a Villamayor, llegue con la ingenua creencia de ser transparente, de que había pasado inadvertida mi llegada. Villamayor tiene dos mil habitantes y está a diez kilómetros de Zaragoza, esto me hizo suponer que sus habitantes no debieran estar tan interesados en las cuitas de los recién llegados como en lugares más pequeños y más alejados de una ciudad. Me equivoque.
Primer día, primer periódico, primer café en el bar de la plaza. Yo todavía era, a los efectos de la cortesía, un ciudadano francés. Al entrar en el bar digo:
-Buenos días, señoras y señores. (Macarrónica traducción del: bonjour, monsieurs, dames recurrente en Francia)
-(silencio)
Me dirijo al fondo del establecimiento, mientras soy mirado sin disimulo. Me acomodo y le digo a la señora que atiende la barra.
-Buenos días señora, sería usted tan amable de ponerme un café con leche.
-¡Pues claro!, que te piensas que estoy haciendo aquí pues, pasar la mañana...
Me lo pone, se lo agradezco, no me responde, me enfrasco en la lectura protectora del periódico, ella se va al otro extremo de la barra, el bar está en silencio, los parroquianos expectantes, y desde el otro lado me espeta:
-¿Tú eres pintor?
Yo balbuceante..
-Sí señora, sí.
-Pues ya me dirás como tengo que pintar el bar.
- Pues... crema. Si crema estará bien es luminoso y disimula la nicotina..
Esa fue toda la conversación. Pagué y me fui.
Día siguiente, mismo sitio, misma hora.
-Señora sería tan amble...
-Sí, ya sé, un café con leche.
Vuelve a irse al otro extremo, los parroquianos en silencio, y desde el otro lado me vuelve a espetar:
- Oye tú, que me han dicho los Cirilos, que tú pintes cuadros, que ellos ya pintarán bares..
Los Cirilos eran los pintores de brocha gorda del pueblo y por otra parte excelentes profesionales como supe después. Vaya, resulta que en dos días ya había tenido mi primer conflicto de intereses profesionales con los otros pintores que aún no había tenido el gusto de conocer. Me enfrasqué otra vez con el periódico.
El parroquiano de al lado pegando la hebra se dirigió a mí y me dijo:
-Así que eres pintor...
-Si señor.
-Pero tú eres pintor de esos que pintan al óleo o surrealista.
No recuerdo que le contesté, pero desde aquel día la frase anda dando vueltas por mi cabeza y no descarto escribir una nueva historia del arte atendiendo a esta nueva diferenciación estilística: al óleo o surrealista.
Para que luego digan que se pierde el tiempo en los bares.
9 comentarios
jcarbonell -
Isabel -
Susana -
Muy bueno el post.
Nicolás -
A ver, es cierto, no hay ninguna intimidad y, si intentas guardarla, la gente no la respetará y se te meterá hasta la cocina. O te llamará raro o loco. Pero ten por seguro que, si te colocan la etiqueta de "raro", o "loco", o "pintor", te respetarán como tal. En las sociedades tradicionales, en los pueblos, te quieren conocer y saber todo de ti, para tratarte como quien eres y respetarte. Serás el pintor del pueblo, el tonto, el maricón, la puta, el maestro... un personaje más, pero te respetarán. Serás alguien, tendrás una identidad. En la ciudad hay intimidad, pero no porque se respete, sino por el anonimato inevitable. Obviamente, hay ventajas en ambas maneras de vivir: a veces me gusta ser anónimo en la ciudad. insisto, que allí lo que tienes es anonimato, no intimidad. La intimidad la da el estar con uno mismo, no la gente que te rodea. Pero me hubiera gustado ver a alguien como me vi yo ayer, atrapado por la nieve en una carretera, y ver qué diferencia hace en el pueblo donde estaba (Zuera) ser alguien del pueblo o no serlo. Toda la del mundo.
Antón -
Teresa -
ajci37 -
Anónimo -
Miguel -