IGNACIO MAYAYO
Como hace días que no se me ocurre nada, cuelgo este texto que escribí como prefacio para el catálogo de la última exposición de mi amigo Ignacio Mayayo.
Así doy señales de vida y prometo volver a esto del blog cuando ande un poco menos liado.
Pepe.
IGNACIO MAYAYO
Diez años de dibujos, 1994-2004
Ignacio es un ser excepcional.
Lo digo en el más exacto sentido del término. El modo con el que él se enfrenta a la vida, y por lo tanto, en su caso indisolublemente, a la pintura, es absolutamente genuino e inhabitual. Este talante no se parece al de nadie, por lo menos al de nadie de los que yo haya conocido hasta la fecha y créanme no han sido pocos. En mi agenda hay más de mil direcciones de amigos, conocidos y saludados. Los que me conocen saben que soy una especie de adicto social, me gustan los otros, qué le vamos a hacer. Será porque todo lo que sé lo he aprendido de los demás o será por carácter, que más da.
Pero a lo que vamos. Gran parte de mis conocidos son eso que ahora se llama tan alegremente artista. A pesar de que a mí no me haga mucha gracia el uso de esta palabra, es una categoría profesional de uso admitido- hay hasta epígrafe y licencia fiscal- y engloba, como es sabido, a: actores, cantantes, instaladores, escritores, poetas, músicos, pintores, etc. Un rasgo común a todos es una cierta impostación en el ser, perdonable y asumible puesto que el oficio lo permite, y la sociedad lo admite. Tras ellos hay generalmente un personaje sustentado, a duras penas, por un triste mortal; una patológica sobredimensión del ego, y la obra que producen se alimenta precisamente del tormento, más o menos moderado, que produce todo esto. Todos buscan de algún modo su sitio en el mundo. Todos quieren ser admirados y queridos.
Todos, salvo Mayayo.
Hace ya más de veinte años que le conozco y que le observo con asombro; Mayayo no imposta, no se esconde detrás de su obra, no tiene personaje. Para hacer no necesita el aplauso, haría exactamente lo mismo en una isla desierta. Mayayo no aparenta, no parece, Mayayo es.
Cualquiera que conozca al maestro-profesor sabe que siempre va con un cuaderno de dibujo y que dibuja, paciente y desapasionadamente, cualquier persona o cosa que a su alrededor tenga. Más que dibujar levanta acta, sin aliviarse, sin eludir dificultades. He visto no menos de mil dibujos suyos hechos en los últimos diez años. Mil dibujos exactos y honestos, sin trampa ni cartón, hechos para él y sólo para él, sin ninguna pretensión de ser enseñados nunca. Precisamente por esto son buenos, por lo mismo que lo son los escritos de Montaigne o de Plá. Son buenos porque no nacieron con la pretensión de serlo, porque nacieron con el único empeño de autoexplicarse el mundo. Sin atender a los cantos de sirena de la época, la moda, la moral o la pasión. Sin escuchar otra voz que la suya propia.
Hay que tener en cuenta lo titánica que es esta empresa, aunque solo sea por el grado de constancia que exige. Pienso en el Goya de aún aprendo a pocos años de su muerte en Burdeos. La lucha peor, la más encarnizada es con uno mismo y contra la pereza humana, que elude y castra el sano deseo de aprender eternamente. La sociedad no suele permitir esto, necesita ciudadanos con un reparto de tareas inequívoco para su correcto funcionamiento. El médico, el fontanero, el registrador no deben tener, ni se pueden permitir, ninguna duda sobre su función y su capacidad. Contrariamente, aprender es poner en duda lo que se sabe sistemáticamente, los seres humanos sometidos a sociedad necesitan sentirse seguros, o lo que es lo mismo, alimentarse de certezas.
Una parte de Mayayo se alimenta también de certezas. Explica paciente y claramente problemas de geometría descriptiva en la Escuela de Artes a sus alumnos y a cualquiera que le pregunte en un bar (centenares de manteles y servilletas de papel magistralmente garabateadas lo demuestran). Convierte lo complejo en evidente, cosa que no está al alcance de cualquiera. Está firmemente convencido de que todo es explicable, es un cartesiano superlativo, o lo que es lo mismo: un cartesiano de las Cinco Villas.
El encono perseverante y crítico es su herramienta fundamental de trabajo. Con esta herramienta se hizo aparejador en Burgos y luego profesor de la Escuela de Artes. Es pues un profesor capaz y eficaz. Sabe y sabe decir.
Donde no puede alimentarse de certezas, sencillamente porque allí de nada sirven, es en su trabajo artístico. Sin embargo el método que emplea para hacer, es el mismo que con la geometría descriptiva. Con el mismo encono perseverante y crítico se enfrenta a lo desconocido, a lo que ni él, ni nadie, sabe cómo se hace; a lo que sólo surge cuando ello quiere, al misterio insondable de la obra de arte. Del mismo modo que los monjes tibetanos entonan mantras, o los cistercienses gregorianos, igual que las abuelas hacen ganchillo, Mayayo dibuja. Con humildad, sistemática y pacientemente, espera trabajando que la obra magistral se produzca por sí misma, sin forzar, del único modo posible.
Otra de sus particularidades se deduce de lo anterior. Mayayo desconoce el mal de nuestro tiempo y enemigo de las artes: la prisa. No tiene prisa, por lo tanto tampoco ambición. Esto lo hace insobornable, ergo ingobernable y lo que es más grave en su oficio: poco o nada rentable, cuando menos a corto plazo. Esto explica su escasa presencia en las muestras que de pintura se han hecho en los últimos lustros. Mayayo es inclasificable, escapa a la fragmentación necesaria para establecer categorías, que es el modo con el que se intenta explicar todo últimamente, por lo menos todo lo susceptible de ser cultura. En cualquier caso no hay de qué preocuparse. A él le importa sincera e íntimamente un rábano esta cuestión y hace bien.
Como he dicho más arriba, el grueso de esta exposición está compuesto por dibujos de sus cuadernos de apuntes. Los tiene por docenas, todos pulcramente acabados hasta la última página, lo que prueba la constancia en la intención y lo sistemático de la búsqueda. En ellos se puede rastrear su vida afectiva, sus viajes, la llegada de la inmigración a nuestra ciudad, sus andanzas en el mundo del teatro. Hay expuestos un par de centenares, pero podrían ser miles. Lo que más me ha sorprendido al elegirlos es su homogénea calidad. Todos son igualmente correctos, igualmente sinceros, igualmente claros. Es como si nunca hubiera tenido un mal día, un día de esos en los que no te sale nada a derechas. Dibuja del mismo modo que los gusanos segregan seda, calmada e ininterrumpidamente. Le he visto dibujar cientos de veces y es una especie de plóter humano. Todo lo que ve tiene traducción automática en el papel; lenta y primorosamente el dibujo se va construyendo aparentemente solo, es como si saliera del papel, como si lo estuviera calcando.
Durante la polémica ocasionada por la negativa de Antonio López a exponer en el Museo Reina Sofía (como protesta por la poca presencia de pintura figurativa en la colección permanente) se pudo leer en los diarios gran cantidad de artículos a favor y en contra de dicha postura. Fue necesaria la intervención directa de los Reyes para la solución del conflicto y finalmente se realizó la exposición. El mismísimo Tapies tomó parte en la polémica como aladid de los detractores, y en un artículo soltó esta afirmación que era el corpus del mismo: Copiar la realidad es una actitud escolar . Al hilo de este alegato me viene a la cabeza el dibujo que ilustra el libro para aprender a hacer arte contemporáneo de la editorial Leda en los años cincuenta (Fig 1), en el que se explica claramente lo que debe ser arte y lo que no. En él se ve claramente cómo como para serlo la imagen debe de dar una vuelta en la cabeza antes de ir a la mano. Hay pues ya, una opinión generalizada (tan generalizada como para divulgarla en un libro de autoaprendizaje) de que el arte es interpretación y no recreación como lo había sido hasta poco tiempo antes.
Ignacio, como yo mismo, somos de los que creemos que la idea de progreso no es inherente al arte, al contrario de lo que se empeña machaconamente en evidenciar la historiografía de arte más al uso. Digamos que un Ferrari es quizás, en términos generales, más eficaz que un carro. Pero de lo que no estamos tan seguros es de que la magnífica Composición VII de Kandinsky sea más eficaz que el no menos magnífico Entierro del Conde de Orgaz o que las pinturas de Altamira. Lo que creemos es que son igualmente eficaces para provocar la emoción necesaria para que la obra de arte se manifieste.
Cierto es que después de Kandinsky, Duchamp, Picabia, o Mondrian ya no se puede mirar la pintura sin contar con ellos, con su mirada. Pero lo que nos negamos a acatar es la obligatoriedad de seguir su camino. Pensamos, al igual que Tapiés, que copiar la realidad es efectivamente una actitud (con c ) escolar, pero creemos aún más que es una aptitud (con p) para pasar la vida entretenidos a la espera de comprender algo de lo que vemos. Hablando de dibujo, pensamos ambos que para encontrar el Rafael, o el Rembrandt de nuestra época, hay que ir a los tebeos: Giraud (el dibujante del Teniente Blueberry) Milton Caniff, Hugo Prat, y tantos y tantos otros, nos han enseñado tanto o más a dibujar que Ingrés, Rembrandt, Picasso, Otto Dix o Max Beckmann. Recuerdo que preguntado Picasso en los años sesenta por quién consideraba que era el mejor dibujante español, respondió sin dudar que Antonio Mingote.
Para Ignacio y hablando ahora de sus contemporáneos, sus referentes más claros son Lucian Freud y David Hockney. De Freud admira su capacidad para encarnar el alma, el callado pánico que nos produce existir. De Hockney justo lo contrario, el desenfado para evidenciar la intranscendencia de vivir, lo banal de todo esto.
De los aragoneses, admira el modo de dibujar de su buen amigo Gregorio Millas y el de Don Francisco Marín Bagüés. Gregorio Millas es un dibujante excepcional que desgraciadamente no ha expuesto en Zaragoza desde hace tiempo. Recuerdo una magnifica exposición de dibujos en el Museo Provincial en marzo del 84 y otra en mayo de ese mismo año, esta vez colectiva, en las salas de la sede de Ibercaja. ¡De todo comienza a hacer ya bastante tiempo...!, como dijo el poeta. Lo que quiero decir desde estas páginas (con, la por supuesto, complicidad de Mayayo) es que quizás estaría bien organizar una exposición suya para que los que no gozan de su amistad puedan conocer su trabajo como dibujante. A su otro referente aragonés, Don Francisco Marín Bagüés, le ocurre un poco lo mismo. Desde la exposición celebrada en la Lonja (creo recordar que al final de los setenta) no se ha enseñado su trabajo de un modo conjunto y urge, a nuestro juicio, una buena monografía sobre él.
Para concluir me gustaría hacerles una última observación: Miren estos dibujos como lo que son. Son un modo de ver y un modo de traducir esa mirada por medio de métodos ancestrales al papel. No hay más ni menos que esto (lo que no es poco ya esta es la particularidad esencial de lo humano). Podríamos decir que los humanos son monos que hablan y que son capaces de sintetizar lo visto, lo soñado o pensado, por medio de signos comprensibles para otros semejantes, conocedores del código empleado. Esto es en esencia dibujar. Esto es lo que ha hecho Ignacio en los últimos lustros y éste es el resultado.
Pepe Cerdá.
Así doy señales de vida y prometo volver a esto del blog cuando ande un poco menos liado.
Pepe.
IGNACIO MAYAYO
Diez años de dibujos, 1994-2004
Ignacio es un ser excepcional.
Lo digo en el más exacto sentido del término. El modo con el que él se enfrenta a la vida, y por lo tanto, en su caso indisolublemente, a la pintura, es absolutamente genuino e inhabitual. Este talante no se parece al de nadie, por lo menos al de nadie de los que yo haya conocido hasta la fecha y créanme no han sido pocos. En mi agenda hay más de mil direcciones de amigos, conocidos y saludados. Los que me conocen saben que soy una especie de adicto social, me gustan los otros, qué le vamos a hacer. Será porque todo lo que sé lo he aprendido de los demás o será por carácter, que más da.
Pero a lo que vamos. Gran parte de mis conocidos son eso que ahora se llama tan alegremente artista. A pesar de que a mí no me haga mucha gracia el uso de esta palabra, es una categoría profesional de uso admitido- hay hasta epígrafe y licencia fiscal- y engloba, como es sabido, a: actores, cantantes, instaladores, escritores, poetas, músicos, pintores, etc. Un rasgo común a todos es una cierta impostación en el ser, perdonable y asumible puesto que el oficio lo permite, y la sociedad lo admite. Tras ellos hay generalmente un personaje sustentado, a duras penas, por un triste mortal; una patológica sobredimensión del ego, y la obra que producen se alimenta precisamente del tormento, más o menos moderado, que produce todo esto. Todos buscan de algún modo su sitio en el mundo. Todos quieren ser admirados y queridos.
Todos, salvo Mayayo.
Hace ya más de veinte años que le conozco y que le observo con asombro; Mayayo no imposta, no se esconde detrás de su obra, no tiene personaje. Para hacer no necesita el aplauso, haría exactamente lo mismo en una isla desierta. Mayayo no aparenta, no parece, Mayayo es.
Cualquiera que conozca al maestro-profesor sabe que siempre va con un cuaderno de dibujo y que dibuja, paciente y desapasionadamente, cualquier persona o cosa que a su alrededor tenga. Más que dibujar levanta acta, sin aliviarse, sin eludir dificultades. He visto no menos de mil dibujos suyos hechos en los últimos diez años. Mil dibujos exactos y honestos, sin trampa ni cartón, hechos para él y sólo para él, sin ninguna pretensión de ser enseñados nunca. Precisamente por esto son buenos, por lo mismo que lo son los escritos de Montaigne o de Plá. Son buenos porque no nacieron con la pretensión de serlo, porque nacieron con el único empeño de autoexplicarse el mundo. Sin atender a los cantos de sirena de la época, la moda, la moral o la pasión. Sin escuchar otra voz que la suya propia.
Hay que tener en cuenta lo titánica que es esta empresa, aunque solo sea por el grado de constancia que exige. Pienso en el Goya de aún aprendo a pocos años de su muerte en Burdeos. La lucha peor, la más encarnizada es con uno mismo y contra la pereza humana, que elude y castra el sano deseo de aprender eternamente. La sociedad no suele permitir esto, necesita ciudadanos con un reparto de tareas inequívoco para su correcto funcionamiento. El médico, el fontanero, el registrador no deben tener, ni se pueden permitir, ninguna duda sobre su función y su capacidad. Contrariamente, aprender es poner en duda lo que se sabe sistemáticamente, los seres humanos sometidos a sociedad necesitan sentirse seguros, o lo que es lo mismo, alimentarse de certezas.
Una parte de Mayayo se alimenta también de certezas. Explica paciente y claramente problemas de geometría descriptiva en la Escuela de Artes a sus alumnos y a cualquiera que le pregunte en un bar (centenares de manteles y servilletas de papel magistralmente garabateadas lo demuestran). Convierte lo complejo en evidente, cosa que no está al alcance de cualquiera. Está firmemente convencido de que todo es explicable, es un cartesiano superlativo, o lo que es lo mismo: un cartesiano de las Cinco Villas.
El encono perseverante y crítico es su herramienta fundamental de trabajo. Con esta herramienta se hizo aparejador en Burgos y luego profesor de la Escuela de Artes. Es pues un profesor capaz y eficaz. Sabe y sabe decir.
Donde no puede alimentarse de certezas, sencillamente porque allí de nada sirven, es en su trabajo artístico. Sin embargo el método que emplea para hacer, es el mismo que con la geometría descriptiva. Con el mismo encono perseverante y crítico se enfrenta a lo desconocido, a lo que ni él, ni nadie, sabe cómo se hace; a lo que sólo surge cuando ello quiere, al misterio insondable de la obra de arte. Del mismo modo que los monjes tibetanos entonan mantras, o los cistercienses gregorianos, igual que las abuelas hacen ganchillo, Mayayo dibuja. Con humildad, sistemática y pacientemente, espera trabajando que la obra magistral se produzca por sí misma, sin forzar, del único modo posible.
Otra de sus particularidades se deduce de lo anterior. Mayayo desconoce el mal de nuestro tiempo y enemigo de las artes: la prisa. No tiene prisa, por lo tanto tampoco ambición. Esto lo hace insobornable, ergo ingobernable y lo que es más grave en su oficio: poco o nada rentable, cuando menos a corto plazo. Esto explica su escasa presencia en las muestras que de pintura se han hecho en los últimos lustros. Mayayo es inclasificable, escapa a la fragmentación necesaria para establecer categorías, que es el modo con el que se intenta explicar todo últimamente, por lo menos todo lo susceptible de ser cultura. En cualquier caso no hay de qué preocuparse. A él le importa sincera e íntimamente un rábano esta cuestión y hace bien.
Como he dicho más arriba, el grueso de esta exposición está compuesto por dibujos de sus cuadernos de apuntes. Los tiene por docenas, todos pulcramente acabados hasta la última página, lo que prueba la constancia en la intención y lo sistemático de la búsqueda. En ellos se puede rastrear su vida afectiva, sus viajes, la llegada de la inmigración a nuestra ciudad, sus andanzas en el mundo del teatro. Hay expuestos un par de centenares, pero podrían ser miles. Lo que más me ha sorprendido al elegirlos es su homogénea calidad. Todos son igualmente correctos, igualmente sinceros, igualmente claros. Es como si nunca hubiera tenido un mal día, un día de esos en los que no te sale nada a derechas. Dibuja del mismo modo que los gusanos segregan seda, calmada e ininterrumpidamente. Le he visto dibujar cientos de veces y es una especie de plóter humano. Todo lo que ve tiene traducción automática en el papel; lenta y primorosamente el dibujo se va construyendo aparentemente solo, es como si saliera del papel, como si lo estuviera calcando.
Durante la polémica ocasionada por la negativa de Antonio López a exponer en el Museo Reina Sofía (como protesta por la poca presencia de pintura figurativa en la colección permanente) se pudo leer en los diarios gran cantidad de artículos a favor y en contra de dicha postura. Fue necesaria la intervención directa de los Reyes para la solución del conflicto y finalmente se realizó la exposición. El mismísimo Tapies tomó parte en la polémica como aladid de los detractores, y en un artículo soltó esta afirmación que era el corpus del mismo: Copiar la realidad es una actitud escolar . Al hilo de este alegato me viene a la cabeza el dibujo que ilustra el libro para aprender a hacer arte contemporáneo de la editorial Leda en los años cincuenta (Fig 1), en el que se explica claramente lo que debe ser arte y lo que no. En él se ve claramente cómo como para serlo la imagen debe de dar una vuelta en la cabeza antes de ir a la mano. Hay pues ya, una opinión generalizada (tan generalizada como para divulgarla en un libro de autoaprendizaje) de que el arte es interpretación y no recreación como lo había sido hasta poco tiempo antes.
Ignacio, como yo mismo, somos de los que creemos que la idea de progreso no es inherente al arte, al contrario de lo que se empeña machaconamente en evidenciar la historiografía de arte más al uso. Digamos que un Ferrari es quizás, en términos generales, más eficaz que un carro. Pero de lo que no estamos tan seguros es de que la magnífica Composición VII de Kandinsky sea más eficaz que el no menos magnífico Entierro del Conde de Orgaz o que las pinturas de Altamira. Lo que creemos es que son igualmente eficaces para provocar la emoción necesaria para que la obra de arte se manifieste.
Cierto es que después de Kandinsky, Duchamp, Picabia, o Mondrian ya no se puede mirar la pintura sin contar con ellos, con su mirada. Pero lo que nos negamos a acatar es la obligatoriedad de seguir su camino. Pensamos, al igual que Tapiés, que copiar la realidad es efectivamente una actitud (con c ) escolar, pero creemos aún más que es una aptitud (con p) para pasar la vida entretenidos a la espera de comprender algo de lo que vemos. Hablando de dibujo, pensamos ambos que para encontrar el Rafael, o el Rembrandt de nuestra época, hay que ir a los tebeos: Giraud (el dibujante del Teniente Blueberry) Milton Caniff, Hugo Prat, y tantos y tantos otros, nos han enseñado tanto o más a dibujar que Ingrés, Rembrandt, Picasso, Otto Dix o Max Beckmann. Recuerdo que preguntado Picasso en los años sesenta por quién consideraba que era el mejor dibujante español, respondió sin dudar que Antonio Mingote.
Para Ignacio y hablando ahora de sus contemporáneos, sus referentes más claros son Lucian Freud y David Hockney. De Freud admira su capacidad para encarnar el alma, el callado pánico que nos produce existir. De Hockney justo lo contrario, el desenfado para evidenciar la intranscendencia de vivir, lo banal de todo esto.
De los aragoneses, admira el modo de dibujar de su buen amigo Gregorio Millas y el de Don Francisco Marín Bagüés. Gregorio Millas es un dibujante excepcional que desgraciadamente no ha expuesto en Zaragoza desde hace tiempo. Recuerdo una magnifica exposición de dibujos en el Museo Provincial en marzo del 84 y otra en mayo de ese mismo año, esta vez colectiva, en las salas de la sede de Ibercaja. ¡De todo comienza a hacer ya bastante tiempo...!, como dijo el poeta. Lo que quiero decir desde estas páginas (con, la por supuesto, complicidad de Mayayo) es que quizás estaría bien organizar una exposición suya para que los que no gozan de su amistad puedan conocer su trabajo como dibujante. A su otro referente aragonés, Don Francisco Marín Bagüés, le ocurre un poco lo mismo. Desde la exposición celebrada en la Lonja (creo recordar que al final de los setenta) no se ha enseñado su trabajo de un modo conjunto y urge, a nuestro juicio, una buena monografía sobre él.
Para concluir me gustaría hacerles una última observación: Miren estos dibujos como lo que son. Son un modo de ver y un modo de traducir esa mirada por medio de métodos ancestrales al papel. No hay más ni menos que esto (lo que no es poco ya esta es la particularidad esencial de lo humano). Podríamos decir que los humanos son monos que hablan y que son capaces de sintetizar lo visto, lo soñado o pensado, por medio de signos comprensibles para otros semejantes, conocedores del código empleado. Esto es en esencia dibujar. Esto es lo que ha hecho Ignacio en los últimos lustros y éste es el resultado.
Pepe Cerdá.
20 comentarios
CATALINA -
CATALINA -
Anónimo -
Pablo Mayayo -
estaba buscando información sobre mi apellido y lo más hermoso que encontré fue tu reseña de Ignacio Mayayo. Me dieron ganas de ponerme en contacto con él. Es posible?
Soy de la Patagonia Argentina y vivo hace años en Medellín, Colombia.
Ramón -
Cuando leo a los que te leen te comprendo
Little one -
cateto de las 5 villas -
el mariano de villamayor -
cateto de las 5 villas -
el mariano villamaior -
cateto de las 5 villas -
el mariano de villamayor -
cateto de las 5 villas -
ajci37 -
Antoni Tapies -
Luis Augusto -
David Hockney -
Lucien Freud -
Eduardo Arroyo -
Pero no le pienso entregar el cheque que me den.
Anónimo -
¿Desde cando, me pregunto, os pintores aragoneses escriben tan ben? E logo, insisto, ¿este home non merecería o premio Aragón-Goya denantes que o señor Arroyo?