JULIO CAMBA
Estoy leyendo una biografía de Julio Camba.
Julio Camba forma parte un grupo humano perfectamente definido, al menos en España es frecuente encontrar algunos de este tipo a lo largo de nuestras vidas. Se trata del ingenioso, el ligón, algo jeta, que transmite alegría y que sólo toma la palabra para contar algo gracioso y original. Aunque estén en vías de extinción, por el inexorable proceso de europeización, todos hemos conocido en el colegio, en la mili, en los bares, en fin; en la vida, a este tipo de personajes.
Lo que es bastante más inhabitual es: que este personaje de partida, después de aprender varios idiomas, después tener éxito como escritor, de haber vivido largas temporadas por distintos países, no cometa el error de tomarse en serio a sí mismo y se convierta, de este modo, que es el más eficaz y el más rápido, en un cretino.
Esto es precisamente lo que, a mis ojos, lo hace grande.
Alguien dijo: he visto a muchos hombres inteligentes salir fortalecidos del fracaso, pero jamás he visto a un imbécil sobrevivir al éxito.
La fama de la que gozó Camba en su época no tiene parangón en nuestros días y aún así vio al mundo y a sí mismo del único modo que se puede ver a ambos (que son la misma cosa); desde el más intimo y exacerbado cachondeo. Desde el único sitio que, si somos serios, se puede rozar la verdad de los hechos.
Es sabido que el humor es el arma secreta más eficaz contra los pensamientos únicos. (los estados totalitarios con lo primero que acaban es con la risa de sus súbditos). Por esto fue amonestado severamente por el gobierno Francés y el Alemán, a causa de las crónicas que de sendos países enviaba a los periódicos españoles para los que trabajaba. Y es que cuando alguien se ríe de algo es porque lo ha comprendido súbitamente y en su totalidad y después de que este fenómeno se produzca, ya nada se puede hacer para que lo vea de otro modo; del modo que convendría que lo viese: al estado, a la iglesia, a la universidad, a la crítica de arte, en resumen a los que quieren conservar el poder.
Los que ocupan puestos de poder necesitan ser vistos desde la severidad, desde el respeto, desde la gravedad. Estos la única risa que toleran el la del populacho en las fiestas patronales, jamás la que los evidencia, la que los pone en pelotas.
Esto hace aún más extraño al fenómeno Camba.
Lo normal es que un tipo como él sea neutralizado mucho antes de que sea peligroso, de que alcance fama. Los severos mediocres tienen la consigna no escrita de no dejar salir a ninguno de estos tipos de la taberna. Jamás deben rozar ninguno de los poderes que articulan nuestra sociedad.
Afortunadamente Camba se les escapó.
Julio Camba forma parte un grupo humano perfectamente definido, al menos en España es frecuente encontrar algunos de este tipo a lo largo de nuestras vidas. Se trata del ingenioso, el ligón, algo jeta, que transmite alegría y que sólo toma la palabra para contar algo gracioso y original. Aunque estén en vías de extinción, por el inexorable proceso de europeización, todos hemos conocido en el colegio, en la mili, en los bares, en fin; en la vida, a este tipo de personajes.
Lo que es bastante más inhabitual es: que este personaje de partida, después de aprender varios idiomas, después tener éxito como escritor, de haber vivido largas temporadas por distintos países, no cometa el error de tomarse en serio a sí mismo y se convierta, de este modo, que es el más eficaz y el más rápido, en un cretino.
Esto es precisamente lo que, a mis ojos, lo hace grande.
Alguien dijo: he visto a muchos hombres inteligentes salir fortalecidos del fracaso, pero jamás he visto a un imbécil sobrevivir al éxito.
La fama de la que gozó Camba en su época no tiene parangón en nuestros días y aún así vio al mundo y a sí mismo del único modo que se puede ver a ambos (que son la misma cosa); desde el más intimo y exacerbado cachondeo. Desde el único sitio que, si somos serios, se puede rozar la verdad de los hechos.
Es sabido que el humor es el arma secreta más eficaz contra los pensamientos únicos. (los estados totalitarios con lo primero que acaban es con la risa de sus súbditos). Por esto fue amonestado severamente por el gobierno Francés y el Alemán, a causa de las crónicas que de sendos países enviaba a los periódicos españoles para los que trabajaba. Y es que cuando alguien se ríe de algo es porque lo ha comprendido súbitamente y en su totalidad y después de que este fenómeno se produzca, ya nada se puede hacer para que lo vea de otro modo; del modo que convendría que lo viese: al estado, a la iglesia, a la universidad, a la crítica de arte, en resumen a los que quieren conservar el poder.
Los que ocupan puestos de poder necesitan ser vistos desde la severidad, desde el respeto, desde la gravedad. Estos la única risa que toleran el la del populacho en las fiestas patronales, jamás la que los evidencia, la que los pone en pelotas.
Esto hace aún más extraño al fenómeno Camba.
Lo normal es que un tipo como él sea neutralizado mucho antes de que sea peligroso, de que alcance fama. Los severos mediocres tienen la consigna no escrita de no dejar salir a ninguno de estos tipos de la taberna. Jamás deben rozar ninguno de los poderes que articulan nuestra sociedad.
Afortunadamente Camba se les escapó.
7 comentarios
Ramón Pascual -
Camba, al contrario de lo que Vd. opina, fue un hombre tímido y discreto. Nada de prototipo "ligón, algo jeta" etc. que le parece a Vd.
Si tenía algo que decir del modo que lo decía era fundamentalmente por dos razones: para comer (cuando disponía de la suficiente liquidez no escribía una línea) y porque creía que lo que a él le "chocaba" era del interes de otros.
Por lo demás, casi nunca pretendió hacer humor (le molestaba mucho que le definiesen con la etiqueta de "humorista") sino que no le molestaba que lo que dijese tuviera más o menos gracia, al contrario que lo que le pasaba a su paisano W. Fernandez-Flórez.
No crea Vd. a los biógrafos.
Enhorabuena por sus ingeniosos escritos.
Mariposa -
mon -
Un abrazo y si no te veo Feliz año nuevo
mon -
Anónimo -
donde pone:
que Julio Camba
debe poner:
de Julio Camba
Anónimo -
Luis Augusto -