De la búsqueda de tesoros y sus riesgos.
Muchas de las noches de mi añorada juventud acabaron mientras acarreaba trabajosamente alguno de los mil y un cachivaches encontrados en contenedores o en las basuras hasta cualquiera de las ciento una casas que he habitado.
El proceso siempre era el mismo, alguno de los que venían conmigo o yo mismo exclamaba:
-¡Hostia que chulo!.
Mientras tiraba de del brazo de un desvencijado sillón o de la pata de una mesa carcomida semienterrada en el contenedor. Una vez sacada, tras un somero análisis se decidía si valía la pena ( casi siempre nos parecía que la merecía, influidos por la “chispa” que solíamos llevar a esas horas) y quién de entre nosotros se lo merecía en función de sus necesidades. Siempre tenía preferencia el que lo había descubierto (como con los tesoros) pero solía prevalecer la necesidad que tuviese del objeto cualquiera de la pandilla. Después de decidir a qué casa debía de ir nos afanábamos en acarrearlo hasta la misma. Más de una vez nos sorprendió el alba en esta empresa.
Cuando me fui a Madrid y después a París, ya tenía coche. Primero un Crhysler 180, chulísimo con el techo en piel negra, y después, en París, un Opel Kadet ranchera, con el que las razzias en busca de cachivaches se hicieron más cómodas. Sin ir más lejos la mesa de despacho desde la que estoy escribiendo la encontré en un contenedor de la Rue D´Ulm hace ya más de catorce años. Y el sillón de despacho dónde ahora siento mis posaderas es un trofeo del penúltimo traslado de la consulta de mi hermana. Lo encontré abandonado en el rellano de un bufete de abogados, vecinos de mi hermana, que lo habían desechado por un ligero rasguño en su tapizado.
Gran parte, casi la totalidad, de los muebles de mi casa han sido rescatados de la basura. Así es, que le vamos a hacer. Aún recuerdo la cara de estupefacción que puso una señorita muy fina que se empeño en hacer un reportaje de mi casa para una revista de decoración. Se empeño aún a pesar de que yo se lo desaconsejase una y mil veces por teléfono. Pero ella empeñada.
-Sí, sí. Siempre decís los mismo y luego tenéis unas casas chulísimas.
Y sí, es verdad. A mí me parece que la casa en la que vivo ahora es chulísima. Pero, “decorada”, lo que se dice “decorada”, pues no está. Es más, aborrezco las casas “decoradas”, y generalmente a sus propietarios. Pues bien, al final vino con la fotógrafa y como cada sillón es de su padre y de su madre; como en las paredes hay estanterías en las que descansan los miles de libros que me acompañan y que no han sido comprados por la belleza de sus lomos; como tampoco finjo el ordenado desorden de los anticuarios, ni me preocupa lo más mínimo cómo quede mi casa en las fotos, no sabía qué fotografiar. Problema suyo.
En cuanto a los tesoros encontrados, recuerdo una mañana en la casa de París en la que entró Nieves muy excitada (Nieves era, y es, la señora de Jorge Gay, con ambos compartía casa en aquél momento, allá poe el 94, más o menos) y me dijo:
-Date prisa Pepe. Coge el coche que hemos encontrado un sofá muy bonito. Casi nuevo.
Y así lo hice. La razzia era siempre lo primero. En un periquete nos personamos donde estaba el sofá. Jorge fumaba disciplentemente con aire burgués sentado en él, ajeno a los viandantes que le sorteaban. Como si estuviese en pantuflas y en el sillón de su casa. En un momento, Nieves y yo, lo pusimos en la baca del coche. Jorge, mientras, nos daba indicaciones y nos pedía que tuviésemos cuidado. Jorge no hacía esfuerzos físicos. Era demasiado sensible.
Cuando ya estaba arriba una joven china nos preguntó:
-¿Se llevan el sofá?
-¡Pues claro!. Lo hemos visto antes.
La competencia por las basuras en París era muy dura y había que actuar con firmeza.
Continué con la faena de atar el sofá a la baca, mientras era observado por Jorge y Nieves. Cuando ya casi había terminado volvió la china con tres o cuatro mocetones orientales y una señora de mediana edad que llevaba la voz cantante que me dijo en tono amenazante:
-¿Cómo que se llevan el sofá?. Ya lo está bajando de la baca. Sinverguenza.
Resultó que estaban de mudanzas y lo habían dejado en la acera al cuidado de la joven china para el siguiente viaje de furgoneta. Joven, que por timidez y consideración, no le había dicho nada a Jorge cuando se sentó a fumar en su sofá. Jorge, que no hablaba Francés entonces, no le dió ninguna relevancia a la simpática chinita que permanecía al lado del sillón y que le sonreía. Sonrisa a la que él respondía con otra con un leve movimiento afirmativo de cabeza. En estas estaban cuando la joven oriental vio llegar a un energúmeno barbudo en un coche que aparcó encima de la acera al lado del sofá. Como el barbudo, en un plis plas, lo cargaba en su coche mientras espetaba al simpático señor fumador en una lengua incomprensible para ella. Se atrevió a preguntar con dulzura si nuestra intención era llevárnoslo. Ante mi airada y seca respuesta afirmativa, fue a llamar a unos familiares que tenían un taller de confección en las cercanías que se personó en pleno para impedir el robo del sofá.
Lo descargué lo más rápido que pude mientras intentaba dar explicaciones en francés de no se sabe qué.
En fin, es sabido que la búsqueda de tesoros siempre ha conllevado sus riesgos.
1 comentario
taxidermista -