De como se ha de hablar, en estos tiempos, de uno mismo.
He ejercido muchas veces de dicharachero y contador de anécdotas. Ha sido un recurso para vencer mi timidez y poner algo de “música” a las miles de cenas, la mayoría aburridísimas, que me ha tocado asistir. Siempre he considerado una especie de obligación llenar los silencios del único modo que sé: no tomándome nada en serio, y menos a mí mismo, y “tirando” de repertorio, como siempre lo han hecho los juglares y las orquestas pachangueras.
Esto, desde luego, no lo han hecho, los artistas de “verdad” de mi generación y anteriores; se han comportado justo del modo contrario en las miles de cenas a las que también a ellos les ha tocado asistir. Lo digo porqué he asistido a no pocas, en el pasado, eso sí, en calidad de artista joven expectador y he visto, y escuchado, su puesta en escena..
Al contrario que un servidor, se suelen poner graves y hablan de sí mismos, de su obra y de su vida, con la misma prosapia que un cura de pueblo habla de nuestro señor Jesucristo, de su vida y de sus obras. Lo inaudito, para mí, es que este modo tan cómico de hablar de uno mismo, lejos de provocar la lógica hilaridad, produce una aparentemente sentida, conmiseración. Sus oyentes parecen pensar: “-Pobre hombre, cuánto ha sufrido por todos nosotros, como ha entregado su vida al arte para nuestra salvación, habremos de ayudarle en tan noble tarea adquiriendo una de sus obras”. Los asistentes a la cena entienden que merece la pena como artista. Al contrario que con un servidor, no se pueden tomar en serio a alguien que no lo hace consigo mismo. Ni que decir tiene que tomarse en serio algo para ellos es “adquirirlo”, o “invertir en ello”.
Y es que cada vez es menos comprensible la ironía. Ya nadie lee entre líneas, ya la literatura es la literalidad, ya los silencios no son elocuentes, ya no hay sitio para lo implícito; o es explícito o incomprensible.Cada vez queda menos sitio para la esencia esa de lo español, ese modo de ser y decir: el de La Codorniz, el de El Hermano Lobo, el de Muñoz Seca, el de Quevedo o el de Fernando Fernán Gómez.
No hay más que asistir a una charla de cualquier zangolotino que se dedique al marketing y ver como les cuenta obiedades trufadas de palabras inglesas a sus clientes, como les cuenta sus perogrulladas solemnes y como sus oyentes le escuchan embelesados. El mundo anglosajón, con un estupendo y propio sentido del humor, pero en dónde la ironía es distinta, y difícilmente cabe el doble sentido fuera de un escenario, nos ha vencido.
3 comentarios
Enrique -
LuisPi -
Puri -