Conexión espacio-temporal.
Los teléfonos móviles pueden ser artilugios capaces de modificar la percepción del tiempo y el espacio que tengan dos interlocutores. Cosa que no es de extrañar ya que, al fin y al cabo, el tiempo y el espacio tan sólo son dos ilusiones humanas según dicen los últimos físicos teóricos. Yo, sin ir más lejos, hace un tiempo experimenté una extraña comunicación a través del móvil, con una alteración espacio temporal muy importante, que, como viene al caso para ilustrar eso de la relatividad, voy a pasar a narrarles.
Era el dos mil dos, por enero. Yo andaba exponiendo en Madrid en el Círculo de Bellas Artes y una enorme banderola con mi nombre anunciaba la exposición en la fachada del Círculo que da a la calle de Alcalá. Paseando por el barrio de Chueca me sonó el móvil:
- Tiriríng, tiririring; tito tito tiiiiii. Tiriring, tiriring; tito tito tiiiii….
- Dígame.
- Eres Pepe Cerdá.
- Sí, sí, dígame.
- ¿Pero... Pepe Cerdá de Zaragoza?
- Sí, el mismo.
- Ay, Dios mío... No te puedes ni imaginar quien soy..
Mi interlocutora tenía una voz femenina ronca, profunda, y sonora, como de fumadora de treinta y muchos...
- Pues ahora mismo no caigo...
Balbucee yo poniendo en marcha el buscador de timbres de voz del disco duro de mi cerebro. Ella poniendo esa voz que ponen ellas para pasar por debajo de las puertas y helarte el alma de paso me dijo.
- Soy...
Dejó que transcurriesen unos interminables segundos que aumentaron extraordinariamente mi nerviosismo.
- Soy..., ¡Teresa!.
Estaba claro que esperaba una reacción equivalente al énfasis con el que había pronunciado su nombre. Pero para eso tenía que saber con quien estaba hablando. Y yo en Babia. El buscador de mi cerebro iba a la máxima potencia, esta vez buscando un nombre y un timbre de voz que casara con el que estaba oyendo. Intenté ganar tiempo y conseguir alguna información más para conseguir identificarla.
- Teresa que alegría... ¿Qué es de tu vida?.
Dije sin la convicción necesaria. Note que ella esperaba un desmayo por mi parte, o, como, mínimo una estupefacción que debería ser evidente por el tono de mi voz.
- Ya no sabes ni quien soy. Eres un cerdo, me has olvidado. Todos estos años en Estados Unidos mi vida tenia sentido por que sabía que algún día te volvería a ver. Pensaba en ti cada día, cada noche...Y ahora, noto que a ti te da igual...Que no soy nada para ti.
Dijo sollozante. El disco duro de mi cabeza iba a estallar, ahora buscaba desesperadamente las Teresas de Estados Unidos...
- Pero Teresita, cariño mío, como te voy a olvidar...
Me oí decir, aterrado, sabiendo que me estaba metiendo en un jardín...Ella recuperando un poco la calma y por cambiar de tema me dijo.
- ¿Aún haces chistes?
Y entonces se me abrió el cielo y comprendí súbitamente qué estaba pasando. Yo no había hecho un chiste en mi vida. El de los chistes, el que estuvo más de veinte años dibujando un chiste diario para los periódicos de la época, era mi...¡padre!; que se llama.., mejor dicho, que yo me llamo como él, bueno ya me entienden que me estoy haciendo un lio: Pepe Cerdá. ¡Resultó que estaba hablando con una presunta amante de mi padre...! ¿Cómo salía yo ahora del empandullo en el que andaba metido?. Pensé, que en las situaciones desesperadas, como esta, las acciones más arriesgadas, simples y directas, son las más aconsejables. Decidí ir directamente al grano, acabar con el equívoco cuanto antes y aclarar la situación.
- Discúlpeme Usted, Señora. Pero creo que se equivoca. Usted cree que está hablando con José Cerdá Udina y no es así; yo soy su hijo, José Cerdá Escar.
Larguísimo silencio. Temí que fuese a colgar. Pero al rato comenzó a explicarse balbuceante.
- Hay hijo mío que vergüenza. ¿Aún vive tu Padre?
- Sí señora.
- ¿Podrás darle mi teléfono?. Me gustaría mucho saber de él.
- Sí, claro. Ya me hago cargo...
Después me contó como tras el amor imposible vivido con mi progenitor y despechada se casó con un americano de la Base de Zaragoza, más por poner tierra de por medio que por otra cosa. Como, tras unos larguísimos e interminables lustros en un pueblo de Tejas había enviudado ( no me dijo que “por fin” pero se deducía por el tono) y que sin perder un minuto lo había vendido todo y se había vuelto a España. Se acababa de instalar provisionalmente en Madrid, cuando paseando por la Gran Vía, al llegar a la calle de Alcalá vio la enorme banderola con mi nombre, bueno para ella con el nombre de mi padre. Me contó, también, como entró, para cerciorarse, en la sala de exposiciones y preguntó si el pintor era de Zaragoza. “Si, señora, sí. Es maño” . “No hay duda, pensó, es él”. Volvió a preguntar al conserje “No tendrá su teléfono”. Y se lo dio.
Llamé a mi padre para prevenirle de la que se le venía encima...
- ¡Coño!, Teresita...
- Sí, esa.
- ¿Y dices que le has dado mi teléfono..?
- Pues sí.
Respondí temeroso de haberla fastidiao, pero su respuesta me sacó de dudas. Con voz de camarada me dijo:
- Has hecho bien hijo mío.
3 comentarios
Liza -
manuel allue -
Teresa -