Del último pícaro.
Tengo un amigo, que ahora roza los sesenta, del que puedo contar decenas de sucedidos que ustedes no se creerían por lo fantásticos e inauditos que son. No me los creería ni yo si me los contaran y no hubiese sido testigo directo de alguno de ellos. Mi amigo es un hombre de otra época, es uno de los últimos pícaros de los que abundaron en España en el siglo de oro y de los que han sobrevivido hasta hace unos lustros algunos buenos ejemplares. Son los que manejaban “el viejo y gracioso arte de soltar la prosa y guardar la mosca”tal y como nos contó Quevedo. Mi amigo, como es de ley, siempre va impecablemente vestido y nada de su aspecto puede hacer suponer que es prácticamente un indigente. Es zalamero con las damas, en su justa medida, y habilísimo conversador con los caballeros. Tiene una voz grave de la que se podría vivir. Cualquiera de las habilidades desarrolladas por mi amigo es en sí misma un oficio de alta cualificación, pero, no obstante, jamás ha tenido un trabajo, ni ha hecho nada para tenerlo y cuando se lo han ofrecido lo ha rechazado, no obstante siempre se las ha arreglado para vivir con cierto aparente desahogo. Es, en el sentido que lo dicen, aquí en Villamayor: un artista.
Una de sus mejores obras de arte, o performances como las llaman ahora, tuvo lugar en Madrid allá por los ochenta. Aquél día, andábamos él (que andaría entonces por la cuarentena), y yo (de veintitantos) sin un duro en la anochecida madrileña, cerca de Azka (el complejo de edificios de la Castellana que entonces se acababan de terminar). En los bajos de uno de los edificios mi amigo vio una marisquería que tenía toda la pinta, como todo lo demás, de estar recién inaugurada y en estas me preguntó:
-¿Tienes hambre?.
-Hombre pues sí.
-Vamos a entrar aquí.
-¿Aquí, en la marisquería?. Oye, que yo no llevo un duro.
-No te preocupes.
Y le seguí, como siempre le seguía, entre temeroso y expectante ante lo que seguro iba a ocurrir y no me quería perder: una de las suyas. Nos acomodamos en una mesa y una camarera solícita y vestida como de traje regional, sin región concreta, nos atiendió. Mi amigo comienza a pedir:
-Nos vas a sacar unas almejas, mmmm...unas navajas...¿la gamba es de Huelva?, ¿sí?. Pues entonces unas gambas, trescientos gramos de percebes, una docena de ostras y un par de troncos de merluza a la gallega y para beber: un Marques de Riscal blanco.
Nos empiezan a servir lo que hemos pedido. Primero las almejas y las ostras. Mi amigo se mete la primera almeja en la boca, la saborea y exclama dirigiéndose a la camarera.
-Señorita, por favor. Casi seguro que esta almeja ha sido pescada más allá de la raya del Cantábrico, puesto que su untuoso sabor la diferencia de la almeja más cercana a la costa y de aguas menos frías. ¿No es así?.
-Mire. No sé. Yo llevo sólo dos días trabajando aquí y no entiendo mucho...
-Permítame que me presente: Soy Luis Gutiérrez, mayorista de pescao de Merca Madrid y tengo por costumbre probar los nuevos establecimientos con mi representante...Por cierto ¿está el dueño?.
-Sí, Don Manuel, está en la caja registradora.
-Dígale que venga.
La señorita vestida de etiqueta de botella de anís se dirige hacia el dueño y le informa de quienes somos. Al rato viene el dueño a saludarnos. Mi amigo se levanta y repite la perolata:
-Soy Luis Gutiérrez, mayorista de pescao de Merca Madrid mi empresa se llama Pescatrans. S.L. y tengo por costumbre probar los nuevos establecimientos restaurantes de nivel especializados en pescado que se montan en Madrid. Porque claro, una tasca de estas que montan ahora, de las que venden queso y jamón, la monta cualquiera. Pero una Marisquería...¡Eso son, palabras mayores!. Cada día hay que abrir con un millón de pesetas en género que si no se vende hay que tirarlo, y claro hay que saber comprar muy bien y hacerse con una buena clientela, cosa nada fácil.
-Pues, muchas gracias...
Balbuceó , algo confundido, el dueño. Mi amigo dirigiéndose a mí dice:
-Dale una tarjeta de nuestra empresa a Don Manuel, que yo no llevo ninguna encima.
Ante mi cara de agobio, continua diciendo:
-¡No me jodas que no llevas ninguna!. Es que es la hostia. Vaya director comercial de habas. Mañana hablamos en la oficina.
Dirigiéndose al dueño:
-Disculpe, ya ve usted...En fin. ¿Puedo hablar por teléfono?
-Sí claro.
El dueño le pide a la del traje regional un teléfono de los inalámbricos que había entonces ( nadie tenía aún móvil). Al minuto aparece la camarera con un teléfono con forma de góndola. Mi amigo marca un número y comienza la siguiente conversación:
-Mari Pili, disculpe que le moleste a estas horas. ¿Cómo ha venido hoy el rodaballo?. Bien.
Tapando con una mano el auricular del teléfono le pregunta al dueño.
-¿Gasta usted rodaballo?
-Sí. Pero ya me lo sirve pescados Jomar. Gracias.
-Ya, pescados Jomar tiene muy buen pescado, pero el nuestro es otra cosa. Es solamente que me gustaría tener un detalle con usted, sin compromiso alguno por su parte, claro está. Además es una forma de apoyar su iniciativa de montar la marisquería. Déjeme usted que le regale un surtido de nuestros productos para que nos conozca.
Yo asistía entre atónito y muerto de miedo el espectáculo. Mi amigo vuelve a hablar por el teléfono con su supuesta secretaria que en realidad era la información horaria o algo similar.
-Mari Pili, sí. Disculpe. Tome nota. Media docena de rodaballos..., sí..., eso...Gamba de Huelva, sí...Gambón, eso...Pero de los gordos, efectivamente...sí una caja. Eso, los mande a Capitán Haya 256, sí, en Azka, eso es...Marisquería la gamba viajera. Eso. Muchas gracias.
Cuelga el teléfono y continua charlando con el dueño.
-Ya está. Mañana lo tiene usted aquí al medio día.
El dueño un poco azorado se retira tras agradecerle el regalo. Continuamos la cena y a los postres mi amigo pide la cuenta. La del traje regional nos dice.
-Ha dicho don Manuel que están ustedes invitados.
Yo sentí un alivio indescriptible ya que la tensión de la situación apenas me había permitido engullir nada. Casi sin darme cuenta ya tenía el abrigo puesto y me dirigía a marchas forzadas hacía la puerta, quería salir de allí cuanto antes, al tiempo que le agradecía a Dios que todo hubiese salido bien. En estas estaba cuando oigo decir a mi amigo:
-De eso nada. No acepto su invitación. Insisto en pagar.
Yo ya tenía un pie en la calle y no podía creer lo que estaba oyendo. ¡Se estaba adornado, como los matadores de toros!
El dueño que se acerca y dice:
-Pero hombre por Dios que me va a deber. Permítame, por favor invitarles.
-Me siento incomodo. No he hecho el pedido para que nos invite...
-Es más. Si ustedes no tienen prisa me gustaría compartir una botella de Champagne.
-Esta bien Se la acepto.
Vuelta a la mesa. A quitarme el abrigo. A elegir un habano que nos sacó la del traje regional. Abrazos fraternales del dueño a nuestra partida con sendos habanos en la boca.
Y hasta hoy, que seguro que aún cuenta el pobre dueño del establecimiento cómo dos pícaros (mejor dicho uno, que yo no hice más que de pasmarote o don Tancredo) le hurtaron una cena de forma magistral.
2 comentarios
Cámaras -
María Isuela de Huerva -
Discrepo de muchos comentarios que escribe en su blog y comparto algunos de ellos. Hace unos meses escribí en este mismo espacio para que conociera el sabor de su propia medicina, pero me pasé. Aunque de manera tardía le ofrezco mis disculpas.