Triunfar en sociedad.
Debía de ser el otoño de 1984. Había quedado, como cada mañana desde hacía un par de semanas, con Ignacio Mayayo para ir al gimnasio de Ismael; el “Saunas Club”. Aún no se había popularizado eso de ir al gimnasio, es más, aún no iban ni los pijos, eso vendría unos años más tarde. Al gimnasio en aquella época iban los que entrenaban para ser culturistas, o boxeadores, o luchadoras de lucha libre femenina sobre barro a las tantas en discoteca (como “la ruda catalana” o “la peligrosa oriental” dos de nuestras amigas de gimnasio de aquella época), en definitiva: se iba para ser alguien distinto al que se era, para ser otro. Por ejemplo: si uno trabajaba de chico de los recaos iba al gimnasio para ser el campeón del mundo de los pesos ligeros; no como ahora que se va para ser el de siempre, para mantenerse “en forma”. En esa actitud, la de soñar con ser otro, se podía ver el daño que había hecho en los cerebros de mi generación la lectura compulsiva de tebeos de superhéroes de la Marvel, a los que casi todos nosotros queríamos imitar. El alfeñique convertido en forzudo en un plis plas.
Pero no era nuestro caso en aquél momento. Íbamos al gimnasio porque estábamos atravesando una situación sentimental transitoria; es decir: porque habíamos sido abandonados por sendas novias al unísono. La mía se había largado con un actorcillo de provincias con pretensiones que pretendía triunfar en Madrid y la suya... Bueno, lo de la suya era peor...
Mientras levantábamos pesas, en aquellos aparatos hechos por el herrero del barrio y pintados con Titanlux de colores chillones y llenos de churretes, solíamos intercambiar, entre gemido de esfuerzo y sonido gutural, frases como estas:
-Será mala zorra. Mira que largarse con el pringao de (piiiiiii)
Y él, mientras hacía bíceps.
-Calla, calla, que peor es lo mío. ¡Mira que largarse con un maricón!
En efecto; la novia de Mayayo en aquél entonces había reconvertido a un amigo homosexual a la heterosexualidad y se había largado con él. Y mientras la reconversión sentimental se producía Mayayo no sospechaba nada por la condición sexual del ciudadano. Es más, veía con toda naturalidad que se echasen la siesta en la misma cama mientras él dibujaba las plumillas que le hicieron célebre en aquella época. Por eso andaba ahora, abandonado y en el “Saunas Club” a las nueve de la mañana, doblemente cabreao, por lo de la novia y por lo de no enterarse de nada, y casi alentar la relación.
Mayayo vestía una ropa de deporte de colores, de todos los colores. Camiseta violeta-amarillo-naranja-rosa. Pantalón verde plástico y marrón. Zapatillas amarillas... En fin un cuadro. Una mezcla entre el estilo de patio de cárcel y el de los que asustaban disfrazados de diablos en el tren de la bruja en las ferias. En fin un cuadro. A Mayayo se le daban muy mal entonces tres cosas: las plantas, los colores y las chicas. Las plantas porque leía todo lo que caía en sus manos sobre el cultivo de las plantas de interior, y las abonaba con todo lo que aconsejaban y estaba todo el día con el atomizador echándoles agua que dejaba reposar para que se le fuese el cloro, hasta que las mataba.
Los colores porque disponía en perfecto orden cromático todos los colores que vendían en el mercado y mezclaba un poquito de cada uno en la paleta hasta que conseguía un color mierdín tirando a rojo, o a azul, o a lo que tocase que aplicaba primorosamente en el lienzo. Lo de las chicas se puede deducir de lo explicado anteriormente.
Así iba vestido Mayayo aquél día del otoño de 1984. Iba vestido como siempre pero aquél día me di cuenta. Resulta que al salir del gimnasio al medio día le dije que me habían invitado a comer y él poniendo una cara mezcla de desolación y enfado me dijo:
-¿Y yo con quién como?
Me quedé un instante perplejo, como dándome cuenta de la descortesía que estaba cometiendo, no podía dejar comer solo a mi amigo en una situación de desamparo emocional como la que estábamos viviendo. Un instante más tarde me sorprendí diciéndole:
- Es verdad, vente conmigo.
Mientras nos dirigíamos al restaurante dónde había quedado para comer fui recordando quién y porqué me había invitado. Resulta que los suegros de mi hermana (sabedores de mí situación sentimental transitoria) celebraban algo así como su aniversario de boda, o algo parecido, en un restaurante principal de la ciudad y habían decidido invitarme. Invitarme a mí, no a Mayayo al que ni siquiera conocían. “Bueno, da igual”, pensé ya se lo presentaré.
Al llegar al restaurante, casi una hora tarde y con todos esperando, comprendí el alcance de la situación. Todos endomingaos con sus mejores galas, una mesa larga con vajilla de lujo, una silla vacía: la mía. Y yo de pie con Mayayo al lado, vestido como recién salido de la pista del Circo Price, con unos corronchos blanquinosos de sudor en el pecho y axilas. Mi Madre y hermana mirándome con cara de”pero cuando vas a dejar de dar la nota”. Mi padre y el suegro de mi hermana que se levantan y nos dan la bienvenida calurosamente y piden a los camareros que traigan otro cubierto. Mayayo se sienta y mi padre empieza a glosarle:
-Ignacio es un estupendo pintor y amigo de Pepito (aún me llaman Pepito), etc, etc.,
Da más explicaciones de las necesarias para intentar disolver la violencia del momento.
Mayayo no dice nada ni se siente violento en absoluto. Nunca ha estado muy atento, ni le han interesado lo más mínimo el resto de los seres humanos. Le sirven un consomé que engulle dando unos sonoros sorbos sin haber prácticamente saludado a los demás. Tenía apetito después de estar toda la mañana en el gimnasio. Yo empiezo a tomar conciencia de la preocupante situación. La señora de al lado, amiga catalana de los suegros de mi hermana le pregunta con un fuerte acento, más que nada por hablar de algo:
-¿No será Usted familia de los Mayayo de Cambrils, los fabricantes de tuberías, que da la casualidad tienen un estupendo velero atracado al lado del nuestro.?
Mayayo le responde.
-No señora, no.
-También tenemos otros amigos en el círculo ecuestre que descienden de Zaragoza y que también se llaman Mayayo.
Dirigiéndose a su marido.
-¡Jordi!. ¿Cómo se llaman de nombre de pila los Mayayo del club hípico?
-Creo que Jauma y Montse.
Mayayo dice.
-Pues no señora no les conozco.
-A mí es que me suena mucho su apellido.
Y entonces Mayayo se arrancó a dar explicaciones.
- Señora sabe de qué le va a sonar. De que reulta que soy primo hermano de Ángel Emilio Mayayo, al que acaban de acusar de matar y descuartizar a la mujer de Salomó.
Ciertamente era un tema de actualidad aquél año. No se hablaba de otra cosa por la radio y la televisión. Fue lo que se llamó el síndrome de aceite tóxico o el caso de la colza. Enrique Salomó, un almacenista de aceite, era el acusado en aquél momento de haber adulterado el aceite de colza que vendía y estaba en la cárcel. Su mujer, María Teresa Mestre, había sido asesinada, supuestamente por el primo de Mayayo.Otra cosa es que fuese un tema adecuado de conversación para una comida de ese tipo. La cara de estupefacción de la Señora era indescriptible. Estupefacción que Mayayo confundió con interés, así que siguió contándole, sin ahorrarle los detalles escabrosos, como le habían acusado a su primo de congelar el cadáver antes de cortarlo, como el veneno indetectable que había causado tantas victimas había sido creado aparentemente por casualidad, como creía en la utilización de su primo por redes mafiosas y ocultas de las multinacionales etc, etc.. El incomodo silencio del resto de los comensales Mayayo lo volvió a confundir con expectación y siguió alargándose...Esta vez dirigiéndose al resto de la mesa y monopolizando la conversación.
En fin, un desastre.
Desde entonces cada vez que quiero triunfar en sociedad procuro ir con mi amigo, maestro y sin embargo profesor: Ignacio Mayayo y casi nunca defrauda.
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