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José Escoda

Acabo de entrar en el blog de Antón y en uno de sus artículos habla del Campo de concentración de Matahussen. Hay un enlace que te lleva a la página del amical de Mathaussen  de Paris y en esta página he buscado a mi amigo José Escoda.

No lo he encontrado. No sé de él, lo más probable es que esté muerto.

Pego esto que escribí de él hace unos años.

    

José Escoda

 

En París, al salir de mi casa, coincidía a manudo con el vecino de enfrente; un correcto y distante caballero de unos setentaitantos años. Nos solíamos saludar con un escueto:

 

 -“bon jour”.

 

Un día, al salir con el coche de mi casa un anciano fibroso y determinado, se puso delante del coche y  me espetó:

 

-“!Aragonés, es un español el que te habla!”.

 

Tarde en reconocerle como el correcto caballero de enfrente. No llevaba sombrero y sus ojos estaban más abiertos que de costumbre. Le invité a un café y me enteré de que: era catalán, de cerca de Reus,  debía haberse licenciado del servicio militar el 20 de Julio de 1936 pero... Estalló la guerra civil, combatió en Belchite, en Quinto, en Huesca...le hirieron, conoció a brigadistas que le regalaron monedas de distintos países y que fue el origen de la mejor colección numismática de Francia. Perdió la guerra, paso la frontera, lo internaron en los campos de concentración franceses, se alisto al ejercito francés, volvió a combatir en la línea de Maginot, fue hecho prisionero, le internaron en Mathaussen, aguantó cuatro años, fue del grupo de los que aún les quedaban fuerzas en 1945 como para arrebatar las armas a los alemanes y liberar el campo antes de la llegada de los aliados, tras recuperarse un poco marchó a los pirineos franceses para liberar España. Pronto se dio cuenta que lo de Franco iba para largo e inició su vida como civil.

En 1946, aprendió un idioma, se preparó unas oposiciones a la administración francesa las aprobó y olvidó para siempre su historia. Era tan tremenda que no se podía vivir con ella. Por eso no me saludaba en castellano.

Aquél día, cuando nos conocimos, le acababan de diagnosticar un cáncer de próstata y había decidido que volvía a estar otra vez tan cerca de su vieja conocida: la muerte, que podía otra vez, 40 años mas tarde, repasar sus vivencias. Por eso, a partir de aquél día, me habló en castellano.

En mí encontró el interlocutor que necesitaba, desoxidó su castellano y pasó a narrarme su ajetreada juventud. Lo hacía sin dramatismo, sin impostación. Al contrario lo hacía casi con humor, con cachondeo, se reía constantemente de las situaciones tragicómicas que narraba.. Pasaba casi todas las tardes y hablábamos un poco de todo hasta que entraba en una especie de catarsis y me contaba cosas terribles y significativas de sus experiencias.

José, Don José: era un hombre. Un hombre que al final de su vida quiso transmitir a otro, que afortunadamente fui yo, lo que de bueno y malo albergan los seres humanos sometidos a situaciones límites, tan límites que nadie acomodado en nuestro primer mundo de hoy puede imaginar.

 

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