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Mariano Naharro

El primer cuadro que vendí y cobré me lo compró Mariano Naharro Mengual.

Vender y cobrar son dos verbos muy bien diferenciados en el mundo del arte que suelen “conjugarse” en tiempos muy distintos y, al contrario que en otras transacciones comerciales, el uno no implica necesariamente al otro. Pero a lo que vamos.

Mariano Naharro ha sido un tipo injustamente olvidado en la historia reciente de Zaragoza. Mariano Naharro era anticuario y galerista.

En la sala de la planta baja de su galería de la Plaza San Pedro Nolasco expuso por primera vez, cuando quería ser artista, unos cuadros horribles, hechos con cajas de cerillas pintarrajeadas, Miguel Marcos, el patriarca actual de los galeristas aragoneses. Allí se hicieron multitud de exposiciones desde los primeros setenta hasta los primeros ochenta, recuerdo la de Antonio Cásedas, la de Duce, la de Antonio Fernández Molina y la de muchos otros.

Yo pasé allí mi adolescencia, desde los catorce años acompañaba todas las tardes a mi amigo Jesús Casero que trabajaba como aprendiz y “chico de los recaos” en la galería. Aún a pesar de no estar contratado yo  era, también, una especie de aprendiz adjunto. Nuestro trabajo consistía básicamente en llevar las piezas que compraban los clientes a sus domicilios, dónde nos solían dar suculentas propinas y algún Kas. Pero en lo que ocupábamos la mayor parte del tiempo era en rebuscar en los múltiples almacenes que Mariano tenía en los alrededores de su galería repletos de todo tipo de objetos maravillosos. Buscábamos alguna pieza que no se sabía muy bien dónde estaba, pero que debía de estar por algún sitio. Había miles de cuadros y dibujos, entre toda clase de cachivaches polvorientos. Me recuerdo fascinado descubriendo cuadros y dibujos originales de artistas que hasta entonces conocía sólo por reproducciones en las revistas.

En la época que yo le frecuentaba estaba especializado en pintura aragonesa de final del siglo diecinueve: Barbasán, Unceta, Pradilla, Gotor y muchos otros, eran los autores de las decenas de cuadros que pasaron entonces por mis manos. Muchos de estos cuadros los limpié, o les hice pequeñas restauraciones como dios me dio a entender.

Aproximadamente por aquella época, más o menos eran los años 1976 o 1977, fue cuando empezó su mala racha. Vendió algún cuadro falso, poco más tarde se separó de su mujer; Marisa, y comenzó su declive.

Pero aún mantuvo el tipo unos años.

Yo me alquilé una especie de buhardilla en 1978, que podría considerase como mi primer estudio, en la calle de la Cadena, 20-22 y él me facilitó lo necesario para amueblarla. En aquél año recuerdo una subasta que organizó en el Hotel Corona de Zaragoza. Nosotros Jesús y yo, dos crios de 17 años, transportamos las obras de la galería al Corona de Aragón en una isocarro de alquiler. De las que se alquilaban en las murallas romanas. Recuerdo que nos hizo jurar en una Biblia y que nos quedamos toda la noche en el Corona como vigilantes jurados. Nosotros encantados y excitados, ya que nos quedábamos en el Hotel acompañados de sus dos secretarias Luci y Purí, poco más mayores que nosotros. Nos pasamos toda la noche en vela consumiendo de todo lo que nos ofrecía el servicio de habitaciones nocturno del hotel. Al día siguiente la subasta: Mariano con el mazo de adjudicar la dirigía; nosotros muertos de sueño y con resaca éramos los encargados de sacar los lotes para que los viera el público. Recuerdo que había, además de Barbasan y los habituales pintores del diecinueve de la galería por aquél entonces, dibujos y cerámicas de Picasso, que no eran demasiado caros entonces, un soberbio retrato de Sorolla, y muchísimos cuadros y objetos más.

La verdad es que Mariano no estaba muy bien de la cabeza, como ya habrán ido deduciendo, pero a mí me encantaba como me trataba, como un pintor y con todo respeto, y el mundo que me dejaba entrever entre bastidores desde tan pronta edad me ha sido de muchísima utilidad en el trato posterior con los centenares de galeristas que llevo trataos.

En mi primera exposición individual, en 1982, me compró y pagó con gran prosapia delante de todo el mundo en el día de la inauguración el cuadro más grande.

Poco después cerro la galería y su aspecto se fue deteriorando. Me lo fui encontrando de cuando en cuando y cada vez que me lo encontraba, me proponía exposiciones en Tokio o Nueva York, en galerías de las que él iba a ser socio. Después de invitarle a comer algo, me pedía dinero, porque el cheque en Yenes que tenía en la cartera no se lo pagaban hasta el lunes.

Llegó a ser un indigente con traje y corbata raidos, y maletín lleno de papeles y fotos de cuadros, pero durmiendo en el albergue municipal. En esos años yo vivía en París y no supe nada de él.

Sus últimos años los pasó en el manicomio de Huesca. Vicente Badenes, el pintor de Huesca,  impartió un taller allí y fue el último que me dio noticias suyas. Hace un par de años me preguntó que si había conocido a un galerista de Zaragoza que se llamaba: Mariano Naharro. Le respondí que por supuesto que sí. Me dijo nadie hasta mí le había dado razón de ese loco que tan bien conocía la pintura, y los pintores. Vicente, suponía que deliraba cuando le contaba que había conocido a Picasso y a Dalí; y que había hecho exposiciones y que había tenido grandes cochazos; y todo lo que había sido su vida anterior.

En un permiso del manicomio se fue a Madrid y se tiró a las vías del metro.

Hoy he escrito su nombre en Google y sólo sale en el boletín oficial de la provincia porque dejo unas multas sin pagar.

Descanse en Paz.

 

 

5 comentarios

Víctor Fayos Naharro -

Lamento haber descubierto tan tarde como acabó mi tio, pero agradezco su pequeño homenaje. Yo pasé muchas horas en esa galeria, pero apenas era un niño.
Me encantaría contactar con usted para saber más cosas, si lo considera oportuno.

linda -

genial, pura descripcion de la vida, del arte en si, desde costa rica, salud

Ismael -

Es una semblanza luminosa. Gracias, Pepe

Copiloto -

Gracias por escribir la semblanza de Mariano Naharro. Qué vida.

Miguel -

Tras unos días sin visitar tu blog (daba por hecho que ya no escribías en él) lo abro y me encuentro con esta maravilla. ¡Qué grande eres, Pepe!