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Reposición

Reproduzco abajo el segundo blog que colgué, hace ahora nueve meses. Hoy iba a escribir sobre artistas que denuncian hechos y situaciones paradójicas del mundo, especialmente del mundo del poder, con su trabajo, como: Hans Haacke o “nuestros” Rogelio López Cuenca (del que he de decir que me gusta mucho lo que hace) y Santiago Sierra (del que he de decir que no termino de comprenderle y que no sé si me gusta). Todos tienen en común que muerden la mano que les da de comer y que aprovechan la estructura expositiva y el mundo del arte para denunciar, a menudo, la propia estructura. He intentado escribir algo al respecto, pero me salían una y otra vez las ideas expresadas en aquel blog, razón por la cual he decidido volver a pegarlo, para ver que nos sale entre todos.

DE LO MODERNO Y SUS CONTINENTES
Sólo se puede construir lo que antes se ha imaginado.
El sueño es el verdadero motor de la ciencia. Julio Verne no predijo, sino que dictó los adelantos técnicos del siglo XX. Todo sueño capaz de preñar el subconsciente colectivo termina convirtiéndose en realidad. Cuando Julio Verne soñó que iba a la luna, de algún modo fundó la N.A.S.A. Del mismo modo que nosotros existíamos ya, en la mirada de deseo de nuestros padres.
Este mismo análisis se puede hacer de la idea moderna. La modernidad, desde el punto de vista de las artes, no existiría si no la hubiera soñado Baudelaire y habría muerto si Walter Benjamín no la hubiera articulado. Nada sería como es, al menos en occidente, sin el concurso de la idea de que lo nuevo es mejor que lo anterior. Es la esencia de la idea de progreso.
El problema es que, muertos y santificados ya los padres de la idea, ésto se ha convertido en una creencia, y cualquiera que se atreva a poner en duda, o como mínimo a plantear una reforma de la cuestión, pasa a convertirse en un hereje, o reaccionario que es como se llaman ahora. El único alimento para el desarrollo de nuestra sociedad es la novedad. Por esto las grandes empresas de marketing se alimentan de informes que recogen los llamados cazadores de tendencias en los sitios, en principio, más avanzados del planeta: las grandes urbes cosmopolitas. Estos andan buscando desesperadamente el nuevo Artaud o Baudelaire que les indique el rumbo a seguir. Las empresas de marketing ( gramática parda, en aragonés) ya se encargarán de tender el puente entre sueño, o anhelo, y realidad, o rentabilidad. El problema es que a menudo no encuentran el Mesías capaz de tirar de toda esta estructura, y entonces han de inventárselo. Cuando esto ocurre, que es casi siempre, crean primero la tendencia y luego satisfacen las “nuevas” necesidades, de la cada vez más apática generación a la que deben suministrar los aparejos necesarios para su identificación como jóvenes sediciosos.

Parece obligado que los artistas han de servir a esta idea y que los Estados, lejos de perseguirlos, han de alentarles y favorecer la expresión de sus anhelos. Esta es una de las paradojas de las administraciones postmodernas: la subvención ha de destinarse a la subversión para ser realmente eficaz. Y al revés los artistas que quieran ser subvencionados estarán obligados a ser subversivos. Últimamente se han visto en este sentido situaciones como mínimo insólitas: estoy pensando en el último artista español que fue seleccionado para el pabellón español de la Bienal de Venecia; Santiago Sierra. La obra presentada criticaba la política de inmigración del mismo gobierno que la pagaba. Que el pabellón se inaugurara sin problemas (que a mí me parece ser la mejor demostración de que la obra era inocua) pareció no sorprenderle a nadie. Esto mismo ya había ocurrido en ediciones anteriores en el Pabellón Alemán con Hans Haacke; en la Expo de Sevilla con Rogelio López Cuenca; en el Museo Reina Sofia con Valcárcel Medina y en numerosísimos ejemplos más. Y en esencia no es muy distinto de lo que se hizo durante el franquismo con el grupo “el paso” cuando se presentó en esa misma bienal.

Yo soy de los que ingenuamente creen que lo subversivo, para serlo, deberá ser mínimamente censurado por lo establecido para ser creíble; y que cuando ya no se toman ni las precauciones para hacer formalmente excitante lo nuevo, o lo que es lo mismo fingir un cierto cabreo, me permito dudar, evidentemente, de su eficacia como revulsivo social.
Como toda religión institucionalizada el arte moderno precisa (además del dogma de la preferencia por lo nuevo) de santos, templos, sacerdotes y fieles. Por esto no hay empresa, entidad o estado que se precie que no tenga su moderno edificio en el que ocurra todo esto. Eso es la Fundación Cartier de París y la Hitachi en Londres, por citar un par patrocinadas por empresas privadas La Casa Encendida de Caja Madrid o la Fundación de La Caixa en Barcelona, por citar otro par patrocinadas por cajas de ahorro.
La construcción de “iglesias” para el culto parece estar en clara expansión. Otra cosa es que se tenga clara la ortodoxia a seguir.
Todo esto me recuerda un cuento que leí hace tiempo que, aún a pesar de que no recuerdo el autor, no me resisto a contarlo brevemente:
“Un barco de galeras está encallado. Los galeotes reman en el vacío y en estas baja el capitán de la galera con su segundo de abordo y les arenga:
-¡Galeotes!. Las Islas Vírgenes están a la vista. El ron mana de las fuentes. Ellas corren desnudas por la playa. ¡Remad!,! ¡remad con brío!, y mañana todo esto será vuestro.
Los galeotes enardecidos retoman con gana la faena. El capitán y su segundo suben a cubierta. El subalterno le comenta:
-Mi capitán estamos encallados, jamás saldremos de aquí...
- Ciertamente... pero mientras ellos no lo sepan nosotros seguiremos siendo los jefes.”
Jean Braudillard en el libro titulado: “El crimen perfecto”, Anagrama 1996, dice en la página 16:
“Así se ha realizado la profecía: vivimos en un mundo en el que la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición. El arte no hace hoy otra cosa. Los media no hacen otra cosa. Por esto están condenados al mismo destino.
Como ya nada quiere ser exactamente contemplado, sino visualmente absorbido y circular sin dejar huellas, dibujando en cierto modo la forma estética simplificada del intercambio imposible, es difícil hoy en día recobrar las apariencias. De suerte que el discurso que lo explicara sería un discurso en el que no hay nada que decir, el equivalente a un mundo en el que no hay nada que ver”
Esta es la terrible cuestión: no hay posibilidad de decir puesto que cuando se hace es precisamente este gesto el que alimenta la máquina que se critica. Como cuando Hércules luchaba con la hidra de siete cabezas.
Jean Clair, director del museo Picasso de Paris, comisario de la Bienal de Venecia del centenario y de la exposición más ranciamente fresca que he visto en los últimos lustros: “El alma en el cuerpo” propone algo que a mí me parece muy atractivo. En su libro: “La responsabilidad del artista”, Gallimard, 1997, y en especial en los capítulos tercero,(“Le bleu et le rouge, -L´aprés guerre-“) y cuarto (“Le visage et la gueule- Le temps présent-“) articula magistralmente que el artista no es, ni se le debe permitir ser, inocente. A medida que el modo de ver moderno se impone se produce también el divorcio entre arte y ciencia; a partir de entonces, ésta última dirá verdades irrefutables y contrastables, y el arte dirá opiniones, anhelos o sentimientos. Por lo tanto, del mismo modo que no se puede acusar al “médium” por lo que exprese de su visión del más allá, de nada puede ser responsable el artista moderno, que bastante desgracia tiene de haber sido abducido por el dios de las artes para hacer llegar su mensaje a los tristes mortales. Cuando Marshall McLuhan afirma en 1967 que el medio es el mensaje está haciendo hincapié en esta misma idea. No hace sino constatar un estado de los hechos que ha venido siendo exponencialmente cierto desde entonces. La publicidad lo sabe muy bien. Pero antes de que nos muramos de inanición comunicativa, de que nos quedemos todos mudos y sordos( conceptualmente hablando, claro está), ante la imposibilidad de establecer un vehículo de comunicación que no fagocite las ideas del emisor para convertirlas en lo que el propio medio quiera, habrá que decir que la vaca no es el tetra brik y que el hilo de cobre no es la electricidad. Para llevar las cosas a un sano estado de sensatez Jean Claire propone un nuevo maridaje entre arte y ciencia y desde él, revisar la historia de los últimos dos siglos. Esto fue en esencia su exposición el alma en el cuerpo y también la bienal de Venecia del centenario titulada identidad y alteridad. La receta de Jean Claire es muy simple: retoma la idea que Quatremêre de Quincy expone en 1791, según la cual se propone la creación de un museo nacional que muestre de un modo conjunto, y atendiendo especialmente a la “liaison” que hay entre, las artes, las ciencias y las letras. Esta proposición de Quatremère se inspira a su vez en los términos de la Enciclopedia cuya ambición era precisamente la de exponer: “el orden y encadenamiento de todos los conocimientos humanos”. Jean Claire aplica este olvidado modo de mirar a lo ocurrido en el mundo en los últimos doscientos años y como consecuencia de esta “retroprogresiva”y nueva ordenación surge una nueva y más clara visión de lo ocurrido.
Aplicando esta mirada a un hipotético museo aragonés las primeras abstracciones del grupo Pórtico deberían colgarse al lado de los dibujos de neuronas de Don Santiago Ramón y Cajal; la filmación de La salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza, de Eduardo Jimeno y fotogramas de las películas de Segundo de Chomón al lado del cuadro cinético titulado La jota de Francisco Marín Bagüés; las primeras máquinas al lado de las esculturas de Gargallo. Se trataría de desacralizar lo necesario la obra de arte, hacerle perder parte de su hermetismo mágico como icono moderno, al tiempo que se prestigia la obsoleta e inservible chatarra científica, o técnica, para de este modo hacer comprensibles a las unas en las otras.
Este mismo espíritu serviría también para la creación de un nuevo centro cultural que naciera con esta vocación. Con la hereje vocación de que, quizás, lo nuevo no sea mejor que lo anterior. Con la vocación de hacer evidente a todos lo hasta ahora mayoritariamente incomprensible y hermético. Con la vocación de volver a llenar las palabras, los objetos y los hechos, de su exacto contenido para que podamos volver a usar los medios inherentes al hombre para hacernos mutuamente más sabios y más felices.

14 comentarios

Anónimo -

Escribe Luciano G. Egido en su artículo “Las razones de la sinrazón” (El País, 20 de julio de 2005), a propósito del autor del Quijote que “Cervantes sabe que su mundo se ha terminado, que la cultura del Renacimiento era mentira, que ha sido engañado. El desencanto barroco se anuncia en él, nace con él. Pero está muy lejos de Quevedo, que no cree en nada. Cervantes cree descreyendo, que es el no va más de la inteligencia. Éste es el punto de partida de su originalidad.” “Lo que le caracteriza frente a él”, (refiriéndose de nuevo a Quevedo) “es que prefiere la razón de la sinrazón a la razón de su pasado, porque también él sabía que crea monstruos.” Concluye afirmando que “Cervantes presiente a Descartes. Ya en él aparece el racionalismo moderno y quizá por eso ha resistido tan bien el paso de los siglos. Ya conoce la verdad naciente de los nuevos tiempos; ya no se deja embaucar por las fintas de la vieja cultura. Duda, y en la duda ha crecido siempre el mejor arte.”
Pertinentes reflexiones para nuestro desencanto moderno, para una teoría de la duda como premisa de la creación, para todos los creyentes descreídos.

(io)

Anónimo -

Me quedo con lo de "hacer desde el sueño y mirar desde la vigilia". No sé por qué, pero me recuerda a Balthus, que decía algo parecido en relación con sus estancias de personajes en trance de pensar o soñar sobre no se sabe qué, que luego de pintados contemplaba absorto en su estudio, fascinado como cualquiera de nosotros ante el misterio de sus lienzos. Enfoque mucho más profundo que el de los surrealistas, que pretendían el absurdo de pintar la literalidad del sueño.

"No tienes conocimiento", suelen decir las abuelas. A veces creo que no viene mal no tener conocimiento. Los conocimientos nunca sobran.

(io)

Teresa -

Como ves io, lo mío más que agallas, es falta de conocimientos o de conocimiento (en ocasiones)... suerte que por lo menos lo primero tiene remedio.

Teresa -

Pepe, no podrías haberlo explicado mejor...no llevo sombrero pero igualmente me lo quito.

Pepe Cerdá -

Creo que consiste en usar el “intelecto”, o mejor la autocrítica, para algo que generalmente no se emplea, que es: el intentar desentrañar qué de genuino se nos ocurre, o soñamos, o somos. Si sólo se deja uno llevar por la emoción, o el sentimiento, (cómo somos animales sometidos a educación) a menudo creemos “sentir” cosas que en realidad “sabemos”. Y al contrario creemos “saber” cosas que en realidad “sentimos”.
El método seria: comprender que en realidad eso que entendemos por razón, viene a ser como la cadena que ata la vaca en el pasto, sólo abarca la largura de la cadena. Pero que es el único instrumento con el que podemos contar (si queremos evitar la locura o la estupidez) pero que la cadena ni explica el mundo, ni siquiera se explica a sí misma.
Se trataría de estar despiertos y dormidos a un tiempo. Hacer desde el sueño y mirar desde la vigilia.

Anónimo -

"A feeling is so much stronger than
A thought"
U2(Vertigo)

Interesante cuestión la que aquí se plantea: ¿dónde radica el centro germinativo de la creación, en el intelecto o en lo sensitivo?. A los que tendemos al onanismo mental no nos viene mal liberar los sentimientos de vez en cuando.

(io)

Gatopardo -

Anónimo (io): yo no me refería a la faceta humana y artística, sino a ese empeño por buscar la filosofía para "aplicarse a las artes, y si, en consecuencia, éstas pueden o no seguir siendo percibidas como instrumento para "cambiar el mundo".
Que todas las teorías y las ideas que intenten servir de tapiz en el arte estropean al artista y amaneran su obra.
Respecto a sentir y dejarse llevar casi que es todavía peor, porque los sentimientos sin sordina y sin corsé son una estridencia espantosa. Hay que pensar, hay que sentir, pero jamás dejarse llevar por las ideas ni por los sentimientos si no es al abismo.

Anónimo -

Precisamente a eso me refiero. Quizás es que no tengo las agallas de decirlo tan lisa y llanamente. Gracias Teresa.
(io)

Teresa -

igual peco de ingenua, pero no sería sufiente con sentir, y dejarnos llevar?

Anónimo -

II
Lo explicaba mucho mejor hace unos días John Berger: "El éxito en la sociedad actual es una cuestión de cantidades: número de copias de un disco, de visitantes en una exposición, de libros vendidos. Es ahí donde manda el mercado, pero el mercado ignora que lo que importa del arte es su vida subterránea, lo que ocurre cuando una persona se ve afectada por lo que ha visto, ha escuchado, ha leído. Esa persona deja ya de ser la que ha sido, puede actuar de manera diferente. Pero es eso, precisamente, lo que no se puede cuantificar. Esos minúsculos cambios que el arte desencadena ni siquiera son fáciles de explicar".
Es éste enfoque de cambio sutil a nivel celular el que a mí más me interesa, antes que resucitar paradigmas trasnochados de salvación a través de la máquina, con cierto tufo rancio a tardocomunismo.

(io)

Anónimo -

I
A gatopardo: no creo que la reflexión de Pepe vaya por ahí (relación entre dimensión artística y faceta humana del artista, tema que creo ya ha sido tratado aquí, con cierta vehemencia por mi parte), sino más bien en el fondo de lo que hablamos es de que si la moderna idea de progreso continuado (que sí parece aplicable a las ciencias) puede o no aplicarse a las artes, y si, en consecuencia, éstas pueden o no seguir siendo percibidas como instrumento para "cambiar el mundo". Pepe apunta un difícil maridaje entre arte y ciencia, avalado críticamente por Jean Clair, que a mí personalmente se me atraganta. Reléase en esta clave "Las partículas elementales" de Houellebecq. Pienso, eso sí, que el arte puede cambiar el mundo a un nivel sutil, modificando persuasivamente nuestros enfoques y niveles de percepción profunda, no intelectiva.

(io)

Anónimo -

En efecto, reaccionarios somos, al parecer, todos aquellos que nos hemos bajado del tren, simplemente porque nos hemos dado cuenta de que estaba parado (tan sólo un telón enrollado a la rueda de un gastado anciano que pedalea pretendía mantener la ficción del paisaje que pasa frente a la ventanilla). Ya en el andén debemos soportar los vituperios de quienes pretenden continuar con la pantomima dentro del vagón: divisamos algún que otro reconocido galerista, director de museo o curator, también algún artista (atisbamos sin duda a Santiago Sierra, pero hay otros muchos). En otras cabinas continúan circulando pasajeros absortos en sus asuntos, que leen el periódico o simplemente bostezan sin prestar demasiada atención a su alrededor, dejándose llevar.

El rey estaba desnudo, y sólo nosotros quisimos darnos cuenta.

Alejándonos de la estación, nos dirigimos no se sabe dónde, sin que alguien pueda determinar nuestros pasos.

(io)

Gatopardo -

Vamos a ver, Pepe de mi corazón: para desentrañar los arcanos, desvelar lo hermético, y hacer a los hombres más felices, ¿no te parece que ya está Octavio Aceves y Rappel y Ruppert?
El artista podría ser un negado para concebir un pensamiento estructurado e inteligente, y representar las simas de la degeneración humana y, no obstante, ser un genio como pintor o músico o escritor, (pon tú los nombres arquetípicos de los que me refiero) aunque serían un fracaso si tuvieran que examinarse en oposiciones para una cátedra.
El arte es otra cosa.

jaulin -

Que viva el Pepe
Creo que ya te he linkado, maestro, creo...porque soy algo torpe...