Texto para María Buil
Me llama María Buil, excelente pintora y ciudadana, residente ahora en Paris.(ay, que tiempos), para que le escriba un texto que glose una serie de cuadros que anda haciendo de ovejas muertas y abiertas en canal. Las está pintando en Lanaja, donde su padre tiene ganado y, amorosamente, le ha preparado un estudio. También le mata y prepara las ovejas viejas o enfermas para que las pinte. Y allí anda ella entre vísceras y óleos.
Por supuesto, como siempre, el texto es para ayer.
Esto es lo que le he hecho:
La pintura, la de verdad, nació para retratar, para pintar carne. La bella y untuosa materia de los cuadros de Rembrandt o de Ticiano, que figura rostros, o piernas, o vientres, o sexos, es más pintura en sí misma, que la que figura, árboles, o ríos, o piedras. La pintura es una actividad humana que algunos hombres ejercitan, y lo hacen, a menudo, para exorcizar la muerte, la propia muerte y la de los que aman.
El primer hombre lo fue porque tuvo miedo y memoria. Miedo a la naturaleza y memoria para contar a sus descendientes cómo se defendió de ella. Algunos, algo más tarde, se entretuvieron en garabatear en las paredes de las cuevas cómo se cazaba y cómo eran las presas. La diferencia entre el animal y ellos, era que ellos podían pintar al animal, figurarlo, exorcizarlo, imitarlo y el animal no. Con esta sutil diferencia comenzó todo.
La carne inerme, muerta y roja aún, es una poderosa imagen en sí misma. Traducida a pintura ha sido un tema recurrente desde Bacon a Leonardo. Los cristianos adoran a un ser sanguinolento y moribundo colgado de un madero que les recuerda lo fútil de todo lo que en el mundo es. El sacrificio, de un ser humano o no, es un rito recurrente en una gran parte de las religiones. No es de extrañar que a los artistas de todos los tiempos les haya interesado representarlo, figurarlo de algún modo.
María Buil es una pintora que vive en el inicio del tercer milenio y que está empeñada en hacer cuadros atemporales. Por esto pinta cadáveres de ovejas abiertos en canal y crucificados. Del mismo modo que lo podía haber hecho cualquier pintor de los últimos cinco siglos. Lo hace porque cree que el progreso no es una cuestión exactamente artística, por mucho que se empeñe la historiografía del arte mas al uso. Lo hace porque quiere que se repita el mismo milagro que hizo que existieran en su día los mejores cuadros. Lo hace del natural, ante el cadáver, porque sabe que sólo así será posible la transmutación del aceite y el pigmento en carne prutescible, como la nuestra.
Por supuesto, como siempre, el texto es para ayer.
Esto es lo que le he hecho:
La pintura, la de verdad, nació para retratar, para pintar carne. La bella y untuosa materia de los cuadros de Rembrandt o de Ticiano, que figura rostros, o piernas, o vientres, o sexos, es más pintura en sí misma, que la que figura, árboles, o ríos, o piedras. La pintura es una actividad humana que algunos hombres ejercitan, y lo hacen, a menudo, para exorcizar la muerte, la propia muerte y la de los que aman.
El primer hombre lo fue porque tuvo miedo y memoria. Miedo a la naturaleza y memoria para contar a sus descendientes cómo se defendió de ella. Algunos, algo más tarde, se entretuvieron en garabatear en las paredes de las cuevas cómo se cazaba y cómo eran las presas. La diferencia entre el animal y ellos, era que ellos podían pintar al animal, figurarlo, exorcizarlo, imitarlo y el animal no. Con esta sutil diferencia comenzó todo.
La carne inerme, muerta y roja aún, es una poderosa imagen en sí misma. Traducida a pintura ha sido un tema recurrente desde Bacon a Leonardo. Los cristianos adoran a un ser sanguinolento y moribundo colgado de un madero que les recuerda lo fútil de todo lo que en el mundo es. El sacrificio, de un ser humano o no, es un rito recurrente en una gran parte de las religiones. No es de extrañar que a los artistas de todos los tiempos les haya interesado representarlo, figurarlo de algún modo.
María Buil es una pintora que vive en el inicio del tercer milenio y que está empeñada en hacer cuadros atemporales. Por esto pinta cadáveres de ovejas abiertos en canal y crucificados. Del mismo modo que lo podía haber hecho cualquier pintor de los últimos cinco siglos. Lo hace porque cree que el progreso no es una cuestión exactamente artística, por mucho que se empeñe la historiografía del arte mas al uso. Lo hace porque quiere que se repita el mismo milagro que hizo que existieran en su día los mejores cuadros. Lo hace del natural, ante el cadáver, porque sabe que sólo así será posible la transmutación del aceite y el pigmento en carne prutescible, como la nuestra.
4 comentarios
Joan -
Ana Lydia -
lara y paola botto -
Anónimo -