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DE LO MODERNO Y SUS CONTINENTES

DE LO MODERNO Y SUS CONTINENTES Sólo se puede construir lo que antes se ha imaginado.

El sueño es el verdadero motor de la ciencia. Julio Verne no predijo, sino que dictó los adelantos técnicos del siglo XX. Todo sueño capaz de preñar el subconsciente colectivo termina convirtiéndose en realidad. Cuando Julio Verne soñó que iba a la luna, de algún modo fundó la N.A.S.A. Del mismo modo que nosotros existíamos ya, en la mirada de deseo de nuestros padres.

Este mismo análisis se puede hacer de la idea moderna. La modernidad, desde el punto de vista de las artes, no existiría si no la hubiera soñado Baudelaire y habría muerto si Walter Benjamín no la hubiera articulado. Nada sería como es, al menos en occidente, sin el concurso de la idea de que lo nuevo es mejor que lo anterior. Es la esencia de la idea de progreso.

El problema es que, muertos y santificados ya los padres de la idea, ésto se ha convertido en una creencia, y cualquiera que se atreva a poner en duda, o como mínimo a plantear una reforma de la cuestión, pasa a convertirse en un hereje, o reaccionario que es como se llaman ahora. El único alimento para el desarrollo de nuestra sociedad es la novedad. Por esto las grandes empresas de marketing se alimentan de informes que recogen los llamados cazadores de tendencias en los sitios, en principio, más avanzados del planeta: las grandes urbes cosmopolitas. Estos andan buscando desesperadamente el nuevo Artaud o Baudelaire que les indique el rumbo a seguir. Las empresas de marketing ( gramática parda, en aragonés) ya se encargarán de tender el puente entre sueño, o anhelo, y realidad, o rentabilidad. El problema es que a menudo no encuentran el Mesías capaz de tirar de toda esta estructura, y entonces han de inventárselo. Cuando esto ocurre, que es casi siempre, crean primero la tendencia y luego satisfacen las “nuevas” necesidades, de la cada vez más apática generación a la que deben suministrar los aparejos necesarios para su identificación como jóvenes sediciosos.

Parece obligado que los artistas han de servir a esta idea y que los Estados, lejos de perseguirlos, han de alentarles y favorecer la expresión de sus anhelos. Esta es una de las paradojas de las administraciones postmodernas: la subvención ha de destinarse a la subversión para ser realmente eficaz. Y al revés los artistas que quieran ser subvencionados estarán obligados a ser subversivos. Últimamente se han visto en este sentido situaciones como mínimo insólitas: estoy pensando en el último artista español que fue seleccionado para el pabellón español de la Bienal de Venecia; Santiago Sierra. La obra presentada criticaba la política de inmigración del mismo gobierno que la pagaba. Que el pabellón se inaugurara sin problemas (que a mí me parece ser la mejor demostración de que la obra era inocua) pareció no sorprenderle a nadie. Esto mismo ya había ocurrido en ediciones anteriores en el Pabellón Alemán con Hans Haacke; en la Expo de Sevilla con Rogelio López Cuenca; en el Museo Reina Sofia con Valcárcel Medina y en numerosísimos ejemplos más. Y en esencia no es muy distinto de lo que se hizo durante el franquismo con el grupo “el paso” cuando se presentó en esa misma bienal.

Yo soy de los que ingenuamente creen que lo subversivo, para serlo, deberá ser mínimamente censurado por lo establecido para ser creíble; y que cuando ya no se toman ni las precauciones para hacer formalmente excitante lo nuevo, o lo que es lo mismo fingir un cierto cabreo, me permito dudar, evidentemente, de su eficacia como revulsivo social.

Como toda religión institucionalizada el arte moderno precisa (además del dogma de la preferencia por lo nuevo) de santos, templos, sacerdotes y fieles. Por esto no hay empresa, entidad o estado que se precie que no tenga su moderno edificio en el que ocurra todo esto. Eso es la Fundación Cartier de París y la Hitachi en Londres, por citar un par patrocinadas por empresas privadas La Casa Encendida de Caja Madrid o la Fundación de La Caixa en Barcelona, por citar otro par patrocinadas por cajas de ahorro.
La construcción de “iglesias” para el culto parece estar en clara expansión. Otra cosa es que se tenga clara la ortodoxia a seguir.

Todo esto me recuerda un cuento que leí hace tiempo que, aún a pesar de que no recuerdo el autor, no me resisto a contarlo brevemente:
“Un barco de galeras está encallado. Los galeotes reman en el vacío y en estas baja el capitán de la galera con su segundo de abordo y les arenga:
-¡Galeotes!. Las Islas Vírgenes están a la vista. El ron mana de las fuentes. Ellas corren desnudas por la playa. ¡Remad!,! ¡remad con brío!, y mañana todo esto será vuestro.
Los galeotes enardecidos retoman con gana la faena. El capitán y su segundo suben a cubierta. El subalterno le comenta:
-Mi capitán estamos encallados, jamás saldremos de aquí...
- Ciertamente... pero mientras ellos no lo sepan nosotros seguiremos siendo los jefes.”

Jean Braudillard en el libro titulado: “El crimen perfecto”, Anagrama 1996, dice en la página 16:
“Así se ha realizado la profecía: vivimos en un mundo en el que la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición. El arte no hace hoy otra cosa. Los media no hacen otra cosa. Por esto están condenados al mismo destino.
Como ya nada quiere ser exactamente contemplado, sino visualmente absorbido y circular sin dejar huellas, dibujando en cierto modo la forma estética simplificada del intercambio imposible, es difícil hoy en día recobrar las apariencias. De suerte que el discurso que lo explicara sería un discurso en el que no hay nada que decir, el equivalente a un mundo en el que no hay nada que ver”
Esta es la terrible cuestión: no hay posibilidad de decir puesto que cuando se hace es precisamente este gesto el que alimenta la máquina que se critica. Como cuando Hércules luchaba con la hidra de siete cabezas.

Jean Clair, director del museo Picasso de Paris, comisario de la Bienal de Venecia del centenario y de la exposición más ranciamente fresca que he visto en los últimos lustros: “El alma en el cuerpo” propone algo que a mí me parece muy atractivo. En su libro: “La responsabilidad del artista”, Gallimard, 1997, y en especial en los capítulos tercero,(“Le bleu et le rouge, -L´aprés guerre-“) y cuarto (“Le visage et la gueule- Le temps présent-“) articula magistralmente que el artista no es, ni se le debe permitir ser, inocente. A medida que el modo de ver moderno se impone se produce también el divorcio entre arte y ciencia; a partir de entonces, ésta última dirá verdades irrefutables y contrastables, y el arte dirá opiniones, anhelos o sentimientos. Por lo tanto, del mismo modo que no se puede acusar al “médium” por lo que exprese de su visión del más allá, de nada puede ser responsable el artista moderno, que bastante desgracia tiene de haber sido abducido por el dios de las artes para hacer llegar su mensaje a los tristes mortales. Cuando Marshall McLuhan afirma en 1967 que el medio es el mensaje está haciendo hincapié en esta misma idea. No hace sino constatar un estado de los hechos que ha venido siendo exponencialmente cierto desde entonces. La publicidad lo sabe muy bien. Pero antes de que nos muramos de inanición comunicativa, de que nos quedemos todos mudos y sordos( conceptualmente hablando, claro está), ante la imposibilidad de establecer un vehículo de comunicación que no fagocite las ideas del emisor para convertirlas en lo que el propio medio quiera, habrá que decir que la vaca no es el tetra brik y que el hilo de cobre no es la electricidad. Para llevar las cosas a un sano estado de sensatez Jean Claire propone un nuevo maridaje entre arte y ciencia y desde él, revisar la historia de los últimos dos siglos. Esto fue en esencia su exposición el alma en el cuerpo y también la bienal de Venecia del centenario titulada identidad y alteridad. La receta de Jean Claire es muy simple: retoma la idea que Quatremêre de Quincy expone en 1791, según la cual se propone la creación de un museo nacional que muestre de un modo conjunto, y atendiendo especialmente a la “liaison” que hay entre, las artes, las ciencias y las letras. Esta proposición de Quatremère se inspira a su vez en los términos de la Enciclopedia cuya ambición era precisamente la de exponer: “el orden y encadenamiento de todos los conocimientos humanos”. Jean Claire aplica este olvidado modo de mirar a lo ocurrido en el mundo en los últimos doscientos años y como consecuencia de esta “retroprogresiva”y nueva ordenación surge una nueva y más clara visión de lo ocurrido.

Aplicando esta mirada a un hipotético museo aragonés las primeras abstracciones del grupo Pórtico deberían colgarse al lado de los dibujos de neuronas de Don Santiago Ramón y Cajal; la filmación de La salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza, de Eduardo Jimeno y fotogramas de las películas de Segundo de Chomón al lado del cuadro cinético titulado La jota de Francisco Marín Bagüés; las primeras máquinas al lado de las esculturas de Gargallo. Se trataría de desacralizar lo necesario la obra de arte, hacerle perder parte de su hermetismo mágico como icono moderno, al tiempo que se prestigia la obsoleta e inservible chatarra científica, o técnica, para de este modo hacer comprensibles a las unas en las otras.

Este mismo espíritu serviría también para la creación de un nuevo centro cultural que naciera con esta vocación. Con la hereje vocación de que, quizás, lo nuevo no sea mejor que lo anterior. Con la vocación de hacer evidente a todos lo hasta ahora mayoritariamente incomprensible y hermético. Con la vocación de volver a llenar las palabras, los objetos y los hechos, de su exacto contenido para que podamos volver a usar los medios inherentes al hombre para hacernos mutuamente más sabios y más felices.

Pepe Cerdá

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