Un acto de amor.
-La verdad es que aún no sé como demonios me dejé embrollar...
Me decía un atosigado amigo tras pasar un día difícil de olvidar. Resultó que mi amigo recién andaba ennoviao con una chica que le gustaba mucho. El padre de la chica estaba muy enfermo, se sabía en las últimas y nada le hacía más ilusión que ser enterrado en el cementerio de su pueblo a unos cincuenta kilómetros de Zaragoza y así se lo había hecho saber a su familia. Le habían trasladado de la clínica a su casa desahuciado y el final se esperaba de un momento a otro.
La novia de mi amigo le había contado que para ahorrarse papeleos y dinero estaban conchabados con una empresa de ambulancias cuyo dueño era amigo de la familia de tal modo que en el instante de que su padre falleciera una ambulancia iría a buscarle a su domicilio y lo trasladaría inmediatamente a su casa natal en un pueblo del Aragón profundo. El de la ambulancia certificaría que había fallecido por el camino y en el pueblo ya estaba todo dispuesto para el velatorio desde hacía semanas. El único problema y para lo que necesitaba la ayuda de su prometido era que su padre agonizaba en un edificio de nueve alturas y precisamente en el noveno C. El asunto era cómo bajarlo por el ascensor una vez fallecido. Su madre estaba muy débil y mayor, ella tampoco podía y su hermano, un hombretón de treintaitantos, solo tampoco iba a poder.
Si mi amigo se prestaba se podía hacer entre su hermano y él.
-Chica...No sé...Qué quieres que te diga. Yo no tengo ninguna experiencia en el traslado de cadáveres.
-Es muy importante para mi familia. Si me quisieras de verdad lo harías.
-Pero...es que no sé si voy a poder. No lo he hecho nunca.
- No tengo a nadie más a quien recurrir. Estoy desesperada...
Y comenzó a sollozar. Mi amigo la cogió y la apretó contra su pecho y se escuchó decir con asombro.
-No te preocupes en el momento que fallezca que me llamen y allí estaré.
Unos días más tarde.
-Tiroriii, tiroriii, tiroriroriiii....
Una llamada de su cuñao.
-Date prisa que mi padre acaba de fallecer.
Sin saber muy bien como se vio arrastrando al cadáver de su futuro suegro sentado en una silla por el pasillo de su casa. Les había dado tiempo a amortajarlo con un traje gris que olía a naftalina y le habían tapado los agujeros de la nariz con unos algodones. Aparte del olor a naftalina del traje el cuerpo emanaba un penetrante olor a “Hogar y plantas” su viuda le acababa de descargar dos aerosoles de este insecticida no se sabía muy bien con qué intención pero mi amigo no estaba para hacer preguntas quería que la cosa acabase cuanto antes.
En el rellano el ascensor no terminaba nunca de subir. Por fin la luz verde con el icono de la puerta abierta. En un plis plas metieron al muerto y el cuñao pulsó el botón de la planta baja. La silla con el finado ocupaba el centro del ascensor de cuatro plazas de pie por lo que a duras penas se metieron en el angosto espacio restante. Para mantener el equilibrio se veían obligados a apoyarse el uno en el otro. Como cuando se pisan uvas por parejas. Evitaban apoyarse en el muerto por respeto.
-No te preocupes la ambulancia ya está abajo.
Aún no había terminado la frase cuando un apagón paró en seco el ascensor.
¡Dios mío!. Esto no estaba previsto. A mi amigo el corazón se le salía de su pecho. Estuvo a punto de gritar pero estaba paralizado.
-Tranquilo esto pasa a menudo le dan al diferencial y ya está.
Tras un par de minutos que parecieron siglos el ascensor volvió a arrancar. Arrancó porque le había llamado una vecina del tercero que iba a la compra con su madre. Las puertas se abrieron automáticamente y el espectáculo fue mutuamente dantesco: la madre y la hija vieron al finado con su cara afilada y los algodones en la nariz y a dos pasmarotes grandones que se abrazaban por encima de él. Mi amigo jamás podrá olvidar la mueca mezcla de asombro, asco y estupefacción de la madre y la hija mientras soltaban al unísono sendos bolsos.
-Perdón.
Acertó a decir el cuñao, mientras pulsaba otra vez la planta baja y las puertas metálicas se cerraban en las narices de la madre y la hija que mantenían la mueca cómo si estuviesen petrificadas.
El ascensor por fin llega a su destino, a la planta baja, y los de la ambulancia se hicieron cargo con mucha profesionalidad del finado.
-Muchas gracias hijo mío.
Le dijo la recién viuda mientras vaciaba lo que quedaba en su último spray “Hogar y plantas” sobre su hasta hace poco marido.
-Ves como o era para tanto.
Le dijo el cuñao dándole una sonora palmada en la espalda.
Y se largaron todos para enterrarle en el pueblo. La novia de mi amigo se había adelantado y ya estaba en el pueblo organizando el velatorio.
Mi amigo me llamó entonces y me dijo:
-Necesito tomarme un café con alguien normal.
Antes de comenzar a contarme me dijo:
-Prométeme que nunca se lo contarás a nadie.
Pero no me he podido resistir. Además esto ocurrió hace ya veinte años y supongo que habrá prescrito la promesa.
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carmen -
Anónimo -