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pepe-cerda

De los amigos.

Ya voy teniendo esa edad en la que algunos, afortunadamente no demasiados aún, de los amigos han muerto. Con los muertos se ha ido para siempre el mundo que entre ellos y yo habíamos diseñado y todo lo que habíamos compartido. Se han ido un montón de complicidades, de situaciones para ser recordadas entre risas o llantos. Ahora ya sólo quedo yo para recordar lo que fuimos. Así es, y si tengo la suerte de ser yo el que siga quedando en este mundo por un tiempo, así será.

 

Pepín Bello le cuenta lamentándose a Petón (el escritor José Antonio Martín Otín, autor del libro: “La desesperación del té (27 veces Pepín Bello)”; Pre-textos 2008) en el magnífico libro que acaba de publicar que hace más de treinta años que se le murió el último amigo de su generación. Pepín murió en enero de este año con ciento cuatro años de edad y ya nadie desde hacía mucho podía comentar con él las cosas de la Huesca de su niñez. Pepín estaba tremendamente solo. Un amigo, uno de los de verdad, ha debido compartir con uno los asuntos propios de la juventud. Los amigos que se hacen de mayor, son otra cosa: más mental, más pactada, más caballeresca y menos intensa. Son, repito, los amigos de toda la vida, los que almacenan y disculpan nuestros excesos y vergüenzas, los que más acompañan y los que más se echan de menos.

 

Hay un trance terrible que es la relación con los amigos a los que la enfermedad les ha conquistado y se ha instalado a vivir con ellos. Se ha de aceptar que en esta situación somos tres: el amigo, uno mismo y la enfermedad que es otra que siempre le acompaña, como una carabina. Es entonces cuando se hace más necesaria la presencia del amigo para el enfermo, y también cuando más dolorosamente incómodo se hace para el sano la relación. A un amigo no se le debe mentir ni tratar superficialmente tal y como se suele mentir y tratar a los enfermos habitualmente. Pero es difícil ser tan cruelmente sincero, o tan fuerte para serlo, como para hablar con franqueza con alguien a la que la muerte ya ha llamado o que la salud ha abandonado para siempre.

 

Yo no soy, ni he sido capaz, y hoy me avergüenzo de mi debilidad.

1 comentario

Anónimo -

Cerdá , ¡que bien escribe!, o mejor debería decir ¡ que bien siente!.
Como usted somos muchos los que no somos capaces de ser absolutamente sinceros con los que la muerte ya a llamado. Seguramente en la mayoría de los casos, cuando uno ya está en esa situación, debe ser bastante consciente de que su final se acerca, y si tiene la suerte de estar acompañado de un amigo en ese intervalo,tambien es bastante probable que se dé cuenta de lo trágico que es tambien para su amigo ese disimulo. Muchos somos los que hemos entendido con una mirada cosas que seríamos incapaces de entender con palabras. El enfermo, sabe disculpar siempre esa cobardía del amigo en una situación tan triste. Es esa una cobardía que probablemente, en algunos casos al menos, es necesaria para poder sobrellevar la trágica certeza de la pérdida. Mentiras que intentamos en muchos casos creernos nosotros mismos.