De las basuras y de los tesoros.
Los contenedores y las basuras en general me han dado grandes alegrías. He encontrado a lo largo de mi vida muchísimos tesoros mobiliarios abandonados en las aceras. He amueblado varias casas con lo encontrado, con lo que los demás ya no querían, y no han sido ni más ni menos confortables que las otras. En París era estupendo, ya que había un día fijo, los lunes, para sacar los muebles y objetos a la basura y con darse una vuelta con un coche varios lunes el asunto de consguir lo imprescindible para un cierto confort quedaba resuelto. Alguno de los muebles encontrados aún me acompaña. Sin ir más lejos la mesa en la que escribo la encontré en un contenedor de la Rue D´ulm, al lado del Panteón de la Sorbona .
Luego me fui haciendo mayor, abrieron los Ikeas y dejé ese saludable deporte.
Recuerdo una noche, en Madrid, acompañado de Gregorio Millas, tan aficionado como yo al asunto de las basuras, en la que hallamos un tesoro. En la acera, al lado de un portal, vimos un sofá de piel negra perfectamente tapizado, dos sillones orejeros en muy buen estado, dos maletas, que al abrirlas vimos que contenían ropa de caballero, chaquetas de ante en muy buen uso, un sombrero que Gregorio se apresuró en encasquetar, un bastón con empuñadura de marfil que cogí inmediatamente, para hacerlo mío, así como una “chupa” de cuero un poco antigua pero muy chula. En esas estábamos, yo con la chupa y el bastón, Gregorio con el sombrero y a pata coja, y en calcetines, intentando probarse unas botas de piel cuando me percaté que una pareja de unos sesenta años nos miraban atónitos desde el portal. Yo les dije.
-Buenas noches.
Ellos.
-¿Pero que están haciendo? ¿Se llevan las maletas?
Gregorio les contesta.
-¡Pues claro!. Para eso las hemos visto antes. No te jode...
La señora sollozante.
- Pues déjeme las enaguas que son del ajuar..
El señor, al ver por nuestra actitud que no éramos muy peligrosos.
-Ahora mismo llamo a la policía. ¡Sinvergüenzas!
Resultó que la pareja estaban esperando a una camioneta que les iba a llevar al pueblo. A ellos y a los sofás, y a las maletas. Y como hacía un poco de frío se habían resguardado en el portal desde el que vieron como dos energúmenos les abrían las maletas y se probaban su ropa.
Lo arreglamos como pudimos, les volvimos a meter la ropa en las maletas y nos fuimos lo más rápido posible.
Aún no he olvidado la mirada de la pobre señora. Tendré que contárselo a mi psicoanalista.
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