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De la pasión, la razón y la norma.

De la pasión, la razón y la norma.

Mi amigo Mayayo estudió aparejadores en Burgos en los años setenta. Su compañero de pupitre y delegado de curso era Sergio ( que más tarde se haría famoso como cantante con el grupo Mocedades y después a dúo con su señora Estíbaliz).

En aquél Burgos tardo franquista y gris Mayayo (al tiempo que rasgaba la guitarra con su amigo Sergio) aprendió a domesticar sus emociones. La pasión debía de ser controlada por la razón. Sólo así, como subordinada, podía aceptarse. Y por encima de la razón y la pasión lo único inviolable: la norma, la ley. El recto proceder era lo importante.

 

Esto, parece que marcó a Mayayo y a Sergio para siempre.

 

Sergio siguiendo esta doctrina consiguió triunfar cantando a coro con su propia familia. Y más tarde, cuando se separó del grupo,  triunfó con la persona más inaudita para conseguirlo, sobre todo por segunda vez: ¡con su propia mujer!.

 

A Mayayo las enseñanzas burgalesas le afloran sobre todo cuando se enamora. Mayayo se enamora como es debido, es decir: perdida e unilateralmente. Esto le ha causado no pocos problemas ya que como no sabe mentir, ni puede actuar de un modo torticero, su modus operandi no suele ser comprendido ni por la persona amada, ni por su entorno, ni por nadie, salvo por él y por los que le queremos. Por ejemplo: hace una década se solía enamorar de la alumna más guapa de la Escuela de Artes de la que era ( y es, pero ahora ya le pasa menos) profesor.

 

La original estrategia de actuación tenía tres pasos, que por insólitos no me resisto a contar:

 

El primero consistía en advertir al novio de la muchacha de sus sentimientos y decirle que lo sentía, pero que terminaría por comprenderlo. El segundo;  en hablar con el padre de la joven y sincerarse con él, y contarle que aún a pesar de la diferencia de edad su amor era sincero y que cosas más raras se habían visto. Y el tercero, y definitivo, era acercarse a la elegida y proponerle tomar un café. Pero, claro, la chica después de la bronca que había tenido con el novio y el disgusto morrocotudo que se habían llevado sus padres por el recto proceder de Mayayo, le decía que se metiera el café por la vena, o por dónde le cupiese, y le mandaba a freír espárragos, y de este modo tan abrupto terminaba la historia de amor. Pero por lo menos Mayayo se quedaba con la conciencia tranquila, ya que había actuado correctamente, como debe ser.

 

 Y es que esa técnica burgalesa de supeditarlo todo a la norma no sé si es muy aconsejable. Por muy bien que le haya ido a Sergio (el de Estíbaliz, claro).

1 comentario

Lara -

Qué pocos caballeros quedan así, jeje, qué amores tan puros se han perdido por proceder exactamente alrevés... avisando primero a la subsodicha.