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pepe-cerda

Del Arte y de su uso.

Me hace mucha gracia cuándo alguno de los próceres de la cultura apela al primigenio y sagrado origen del Arte para avalar su arbitraria gestión al frente del museo o administración cultural que le emplee.

La cosa no puede ser más tramposa y sin embargo suele dejar sin argumentos a quién quiera poner en cuestión su actuación. ¿Quién va estar en contra de quién vela para que el misterio de la obra de arte vuelva a producirse una vez más? ; ¿Quién va a ser tan sacrílego?. Nadie en su sano juicio, y menos alguien con aspiraciones políticas o artísticas, que son los únicos que pueden ponerle el cascabel al gato del estirado gestor cultural.

Enfrentarse a este neosacerdote en su críptico y resbaladizo terreno suele traer malas consecuencias. Y además, si hace medianamente bien su trabajo, no hay porqué. Ya que les llena a los políticos decenas de páginas de periódicos sobre lo bien que va la oferta cultural durante su mandato, y a un coste relativamente pequeño. Normalmente los periodistas se abstienen de calificar el asunto y se limitan a reseñar los éxitos, medidos por el número de visitantes de sus propuestas. Los fracasos los obian por su nulo interés informativo. El crítico del periódico, que sería al que le correspondería juzgar, como suele ser juez y parte, ya que suele hacer doblete, y trabajar a la vez para el museo como comisario y organizador de eventos,  y como crítico para el medio de comunicación en el que se autoreseña si le echa cara o le pide el favor a otro crítico amigo, si quiere hacer bien las cosas, se abstiene de complicarse la vida. Ya que además, si se porta bien y tiene suerte, mañana el director del museo puede ser él.

El ser los garantes del atávico misterio artístico los hace prácticamente intocables para pontificar sobre lo que estimen oportuno, que suele estar subordinado a sus intereses.

 

Dicho esto, vaya pues mi primera afirmación:

Lo que se llama arte hoy consiste en un conjunto de actuaciones y objetos que no tiene ninguna similitud con lo que se llamaba arte hace un siglo y medio. Esta afirmación puede ir repitiéndose hacia atrás variando ligeramente el periodo de tiempo. Por ejemplo: lo que se llamaba arte en el dieciocho no tenía nada que ver con lo que se llamaba dos siglos y medio antes, y así sucesivamente. Es más. Lo que se llama arte cambia con cada colectividad, con cada religión, con cada cultura, con cada clima... Por eso no sé a qué se refieren los gestores culturales cuando dicen defender los intereses del Arte, que parece ser uno e indivisible, que sólo ellos saben cual es y que los demás debemos  acatar si no queremos ser relegados a la categoría de incultos e insensibles paletos. Pero cuando, para que lo comprendan los poco formados políticos demócratas, comparan sus actuaciones pagadas con el dinero de todos con lo que hicieron con su dinero los Médicis en el Renacimiento la cosa es ya “pa mear y no echar gota”.

Vaya mi segunda afirmación:

Lo que generalmente se entiende por arte y cultura en las tardodemocracias es dependiente de la ingerencia en el asunto del estado a través de los Ministerios de Cultura, y de sus derivados regionales y locales. Estas sacras instituciones son, tal y como hoy las conocemos, en esencia un invento de André Malraux que fue: novelista, arqueólogo, teórico del arte, activista político y funcionario público francés. Todo a la vez y sin despeinarse, por lo que pueden hacerse una idea de la confusión que albergaba su cabeza. Don José Pla, que lo conoció dice de él: “El crítico de arte más pedante, más vacío y enredador-más malo- que haya existido jamás es André Malraux” *. El arrogante de Malraux (discúlpeseme esta redundancia, la de referirme a un intelectual francés como arrogante) fue primero ministro del interior con De Gaulle y luego se inventó el de cultura en el que estuvo al frente del 1958 al 1969. Hay que entender, como dice Chomsky,  que si en Estados Unidos no hay Ministerio del Interior porque lo suple con creces el de Exteriores, en la Francia vencedora sin apenas mártires de la segunda Guerra Mundial, la representada por De Gaulle, era importantísimo el poder redentor y simbólico de la moda y la cultura francesa, especialmente para los verdaderos vencedores los Estados Unidos. El problema es que cincuenta años más tarde de todo esto, cuando ya no es eficaz, estrictamente por mimesis todos los gobiernos siguen repitiendo aquel modelo que genera una casta especial, la de los trabajadores de la cultura con sueldo y puesto fijo, que son, salvo metedura de pata o mano grave, prácticamente intocables, como las vacas en Bombay.

 

 

  *”Diccionario Pla de Literatura”. Valentí Puig. Editorial Destino, 2001. Página 360.  

2 comentarios

Anónimo -

te citan:
Pepe Cerdá, que vivió siete años en París, dice que París es sólo el sueño de París, que la ciudad no es como la vemos los turistas. No me cabe duda de que tiene razón y que detrás de ese sueño hay zonas oscuras, pero nuestros besos dulces de París no existían antes y ahora existen para siempre.

Luis Augusto. -

Excelente. No se puede decir más, ni más preciso y claro.