Mequetrefes
Siempre me ha gustado la sonoridad de la palabra mequetrefe. Aunque, hasta hoy, no sabía exactamente su significado. Leo en el diccionario; Mequetrefe: hombre entrometido, bullicioso y de poco provecho.
Ah, vale; resulta que mequetrefes eran pues los jaleantes espectadores de los espectáculos de la Roma decadente y lo son los doctos opinadores de los actuales eventos culturales en las tardodemocracias occidentales. Los responsables miden el éxito de los eventos por la cantidad de visitantes y no por la calidad de los mismos. ¡Cosas de la democracia!. Dicen por ejemplo: “Arco tiene un treinta por ciento más de visitantes que el año anterior”, y no dicen ni pío de la cifra de negocio de lo que es, al fin y al cabo una feria de mercaderes. Ahora, eso sí, todos los visitantes vuelven en el autobús expresando una opinión sobre lo que va a ser ese año arte contemporáneo.
El derecho a la opinión, tan cacareado en las últimas décadas, suele estar muy mal interpretado. Una cosa es que no se deba meter en la cárcel a nadie por expresar una opinión en público por impropia que sea y otra cosa muy distinta es que la opinión de cualquiera sea tan respetable como la de otro. No, esto último no hay quien se lo trague. Hay opiniones que son absolutamente despreciables y la opinión de un majadero no tiene parangón con la opinión de un experto en la cuestión que se trate, o simplemente con la opinión de alguien menos majadero.
Discúlpeseme por esta última perogrullada, pero que no obstante, creo necesaria recordar, para aclarar algunos puntos con respecto a los mequetrefes posmodernos.
Los que jalean a un grupo de rok o una corrida de toros no lo son puesto que han pagado su entrada que les da derecho desgañitarse como les venga en gana, son una parte más del espectáculo. Los seguidores de un partido político o un equipo de fútbol tampoco, puesto que son la parte pasiva de la acción que justifican eventos, tan entretenidos, como la liga y las elecciones.
El equívoco comienza con lo que venimos llamando oferta cultural desde hace unas décadas. Como hemos pasado del burro al turbo en cuatro días, en una ciudad como esta (Zaragoza), hemos pasado del cabaret Oasis o El Plata, a la programación musical del Auditorio de Zaragoza, que deja boquiabiertos a los que saben del asunto. Hemos pasado de la única sala de exposiciones del centro Mercantil Industrial y Agrícola, con sus folletos a una tinta, a las decenas de salas de exposiciones con sus catalogazos y artistas de primera. Y así podríamos seguir estableciendo comparanzas hasta aburrirnos; que demostrarían que lo que ahora entendemos como un derecho: el que se nos entretenga con lo mejor y más caro; y que a nosotros no nos cueste ni una que ya pagamos impuestos, es un asunto de hace cuatro días y que no tiene porque durar eternamente. El otro aspecto es que como se nos ofrece gratuitamente y sin que requiera gran esfuerzo por parte del espectador, este tiende a ningunear la oferta, desgraciadamente sólo se aprecia lo que nos cuesta.
No puedo resistir la tentación de comparar los mequetrefes contemporáneos con aquellos de la Roma decadente. Pero yo es que tiendo a pensar mal. Ya perdonarán.
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Pilar Barranco -