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pepe-cerda

De nuestros amigos los vehículos.

Cavilo que un modo de clasificar los distintos periodos de mi vida sería por los coches que he tenido. Un determinado modelo de coche ordena mis recuerdos de un modo preciso. Cuándo veo un coche del mismo modelo que alguno que tuve automáticamente sé qué pasó el día que lo estrené, sé cuál fue el que me llevo a París, sé cuál el que me llevo deambulando por la ciudad aquella noche que no me encontraba ni a mí ni a nadie.

Recuerdo al que pacientemente me enseñó a conducirlo, sin quejarse y sin dejarme tirado y muchísimas cosas más.

Podríamos convenir que el hombre moderno sometido a motorización ama a sus vehículos del mismo modo que sus antepasados amaron a sus caballos. Pero casi nadie lo reconoce, hay un tremendo pudor en nuestra cultura a abandonar los brazos de la razón y nadie osa  decir que ama a una máquina. Que sintió duelo, un duelo a veces vergonzosamente mayor que el que sintió por la muerte de un congénere, cuándo dejó a su coche en la chatarra, o cuándo lo dio “a cuenta” por un modelo nuevo en el concesionario.

Hoy al volver a casa he visto un antiguo coche mío conducido por un desconocido y algo se me ha roto en el alma. Se trata de un Opel Kadet ranchera de color azul con el que hice un centenar de miles de kilómetros hace una década. Era mi coche en París. Decenas de noches las terminamos él y yo en la cima de las escalinatas del Sacre Coeur en Montmatre mientras París amanecía bajo mis pies y sus ruedas. Cientos de veces cargado en la baca con decenas de cuadros nos fuimos a Basilea, o a Ámsterdam, o a Zaragoza. Decenas de veces dormí en él.. Y no pocas veces estuvimos a punto de matarnos.

Ahora un tipo con barba de unos días lo llevaba cargado con aperos de labranza. Estaba sucio de barro y abollado. Creo que él también me ha reconocido. Y en el instante fugaz en que sus faros y mis ojos se han cruzado ambos hemos recordado lo que fuimos juntos.

4 comentarios

Inde -

A punto estuve un día de darme un tortazo con mi antiguo Renault 19 cuando, en la autovía de Logroño, un tipo empezó a hacerme momos desde otro coche, a adelantarme para acto seguido dejarse adelantar... hasta que entendí lo que trataba de decrme: el coche que yo llevaba había sido el suyo, me lo decía con simpatía... Quizá es que yo lo llevaba muy apañadico y cuidao, y eso.

Yo también le cogí cariño a ese coche, como a todos los anteriores. Pero de éste todavía no me he despedido: se lo pasamos a mi padre, y aún de vez en cuando lo cojo para ir al hortal. Mi sobrino está aprendiendo a conducir con él...

Anónimo -

Parece que tu relación con los coches es cuando menos romántica, y por lo tanto deduzco que siempre se portaron bien contigo.
Yo no conduzco, y a veces cuando estoy harta de esperar el autobús 28, me consuelo al ver que esa linea la frecuentamos los negros, rumanos, marroquíes, algún que otro del barrio y yo. Y de vez en cuando, tambien algún "viejete" que vuelve a Zaragoza con un saco de caracoles.Observándoles me pregunto de que otra manera podría hacer una excursión tan entretenida.

Javier -

Cualquier día me pasa a mí lo mismo con mi antiguo Opel Corsa que dejé después de estar con el casi veinte años. Bueno, sería con su fantasma. Aun recuerdo cómo se me encogió el corazón cuando me dijeron en el concesionario que lo dejara en una calle y que ya se encargarían de llevárselo. Fue como abandonar un perro en la carretera sabiendo que en cualquier momento lo puede atropellar un coche.

Alex Nortub -

Me ha parecido bellísima tu relación con el Opel Kadet ranchera. Envidiable para mí que no tengo carné de conducir. Pero nunca olvidaré el Citroen GS que tenía mi padre, de aquellos que al arrancarlo levitaba.
Un abrazo.
Alex.