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pepe-cerda

De la admiración.

Uno ya va teniendo esa edad en la que los de mi generación van llegando a la plenitud y hasta algunos, poquísimos, ocupan puestos de poder. Sin ir más lejos el presidente del gobierno español es de mi generación, la generación chiripitiflautica, la de locomotoro, la generación de la maldita movida, la que parecía no tener sitio por culpa del paro, el sida y las drogas. La del no futuro.  


Todo lo importante se creía, hasta hace poco, que lo había hecho la generación anterior a la mía, la de la transición, el amor libre, el compromiso político y la lucha por las libertades. Ahora, digo, hay unos pocos de mi generación ocupando puestos relevantes en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Pero yo no termino de verles con el respeto que merecen por su cargo. Les puedo ver con ternura, con complicidad, con ojeriza, pero con respeto no, eso es imposible. Y es una pena, ya qué, el verdadero motor del aprendizaje, lo que me ha hecho crecer ha sido la admiración y el intentar emular a las personas que he ido admirando, hasta que he sido, como es natural, defraudado. Pensándolo bien he pasado la vida haciendo lo mismo que los galgos de los canódromos: perseguir alegre y ciegamente a unas liebres de trapo. Para esto hace falta unas dosis de inexperiencia y de candor de las que ahora mismo carezco.


Ahora que sé que la liebre siempre es y será de trapo ya no encuentro razón ni para seguir corriendo, ni para ocupar un puesto de señuelo para que, con suerte, otra jauría de lebreles corra tras de mí. Se supone que ahora, cuándo por fin han dejado algunas vacantes, pocas, los de la generación anterior; tras haber aprendido de los otros, tras dejar de correr y parándose uno a pensar, es el momento de hacer o decir algo que justifique la propia existencia, que aporte algo al mundo. Pero para esto hay que tomarse muy, pero que muy, en serio a uno mismo.


Miro a mi alrededor y veo a los de mi generación. A la mayoría, o por lo menos a los más visibles, a los que se han tomado más en serio, se les ha puesto cara de gente importante. Esta cara no me la devuelve el espejo cuándo me miro y tampoco me la creo en ellos cuando se la veo.


 Lo siento, no puedo mirar a los de mi generación más que del modo con que me miro a mí, del modo con que miro al mundo, es decir: desde el más metafísico de los recochineos.


Y desde este sitio desde el que yo veo: la solemnidad de mi presidente, el impostado tono del poeta o el sentido discurso del artista de moda me parecen de una comicidad indescriptible.

3 comentarios

anxova -

Es un placer leerte.

jcuartero -

De todas formas mejor ser galgo que liebre de trapo.
Un saludo

lanobil -

Reinventante y que te sigan a ti.
Un saludo y espero que puedas vistarme.