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pepe-cerda

Actividad antieconómica.

He pasado la tarde limpiando los cientos de pinceles sucios y resecos que se han ido acumulando  pegados al fondo en las decenas de botes con el disolvente evaporado desparramados por el estudio. Limpiar pinceles es lo primero que hice en el oficio cuando comencé a ayudar a mi padre. Lo hago muy de ciento a viento. Puede que haga más de un par de años que no lo hiciese a fondo, como hoy. Cuando lo hago lo hago por una especie de catarsis, de purificación, de recordar dolorosamente quién fui. Es muy raro que tire un pincel por viejo que sea. Me ocurre un poco como a mi madre con el pan. Un pincel no se tira. Aunque sea antieconómico, aunque cueste más el tiempo y el disolvente que el pincel.

 

El proceso, además de trabajoso, tiene cierta complicación. Primero se los ha de dejar, a los de óleo, a remojo en un bote con acetona para que la pintura reseca se reblandezca. Pero se ha de tener cuidado para que no estén demasiado tiempo para que el pelo no se queme y se reseque en exceso. Después se han de enjuagar en un bote amplio relleno de aguarrás puro con un colador grande en el fondo. Al  restregar los pinceles sobre la áspera y permeable superficie del colador sumergido los jirones de pintura reblandecida por la acetona se desprenden del pelo y quedan flotando en el aguarrás como si de una sopa minestrone multicolor se tratase. Tras esta operación se han de secar con una toalla vieja y sumergir en otro recipiente con agua jabonosa, volver a secar y de ahí a la pila del fregadero.

 

Ahora es cuando empieza la verdadera limpieza. Con un buen pedazo de Jabón de tajo, de los que antes se empleaban para lavar la ropa en los lavaderos, se ha de enjabonar uno a uno, para luego restregarlos contra la palma de la mano hasta que “tome el jabón” y la espuma salga blanca y abundante. Este proceso dura unos minutos con cada uno y me permite reconocerlos.

 

Sí, los reconozco a todos. Reconozco, por supuesto, los que me regaló mi padre cuando empecé a pintar solo los aparatos de feria. Recuerdo como me entregó, solemne, un envoltorio de lona con los pinceles que él creía necesarios e imprescindibles para ganarme la vida. Sobre todo uno de pelo largo de marta que usaba para perfilar las figuras con negro sintético de Titanlux diluido lo justo para que fluyera y no goteara. Reconozco a las brochas de pelo sintético y negro, de una marca ya ilegible, pero que recuerdo portuguesa, ya que mi padre se refería a ellas como “las portuguesas” y que apreciábamos mucho porque permitían, por su relativa dureza y ductivilidad, matizar y difuminar el esmalte sintético  en el escaso tiempo del que se disponía antes de que “cogiera mordiente” y ya no se pudiera.

 

Los pinceles de “meloncillo”, casi siempre de marca Escoda, casa a la que aún sigo comprando, que no son ni duros ni blandos y que se comportan estupendamente. Los de mango largo comprados en Marín, en París, y que eran con los que pintaban de pie los decorados los escenógrafos. Las paletinas de oreja de buey para rotular, cuadradas y redondas, según para el tipo de letra que se quisiese rotular. Alguna paletina de “Carrá”, de pelo muy largo y negro, redonda en la vitola y cuadrada la punta del pincel, que empleaban los rotulistas valencianos y catalanes cuando venían a rotular en las ferias de muestras porque cargaba más pintura y se podía rotular más tiempo al “primer toque”. Eran ideales para escribir rótulos con  lo que entonces se llamaba “letra americana”.

Los de “petit gris”, o tejón, y con virola de pluma, excelentes para la acuarela. Los primeros me los regaló Fracois Bard en la Casa de Velázquez...

 

Y así he pasado la tarde despellejándome las manos con los disolventes y los jabones. Poniendo en orden los pinceles, mis recuerdos y mi cabeza. Al intentar razonar sobre la sinrazón de perder el tiempo limpiando paletinas de rotular en la época de los ploters y los vinilos, me he dado cuenta que mi mundo no existe más que en mí. Que a nadie le importa. Que la Unión Europea prohibirá a partir del 2010 la venta de disolventes y pinturas sintéticas. Que por normativa todas serán “al agua”, y acrílicas. Que mi oficio, el que aprendí de niño, el de ilustrador rotulista, ya no existe. Que el oficio de pintor ya no tiene sitio, ya no es necesario.

 

 

 

9 comentarios

Marta Sanuy -

Simpre hay que hacerle caso al maestro barreiro, siempre tiene razón ¡qué bien escribes!

chime -

Con qué ternura hablas de tus pinceles!!! Dan ganas de sentarse a tu lado en ese ritual. Cuídate mucho.

oscar -

Hola, eso nos pasa a todos los que hemos aprendido un oficio, sea cual sea, con un oficial de los de antes.
Un saludo

pilar -

Perfecto manual de limpieza. Siempre habrá sitio para los pintores. ¿O piensas que hoy la performance es vox populi y aceptada? La gente prefiere un óleo que una performance...¡animo!

Toromata -

Los disolventes se evaporan rapido. Ayuda usar agua en los potes de pinceles, igual no deja que el óleo se seque. Leo y observo, Miro y escucho cada cierto tiempo tu blog...No sera bueno entonces ir a Europa, sin óleo no vivo.

Gatopardo -

Sólo tiene valor lo suntuario, y sólo eso merece cualquier precio; quizás porque no es necesario.
Áteme usted esta mosca por el rabo.

Ann -

Ritual y mimo con los útiles manejados a diario. Es lo que lleva al recuerdo de lo que hemos sido y somos.
Un saludo

juan de villamayor -

un manual de limpieza genial,
bienvenido a la red.

Manuel Bernal -

Da gusto volver a leerte, tras la lucha con el bodegón (por cierto ¿qué tal fue?) y limpiar tus pinceles, parece que vas afilando el teclado.
Me gustaría poder leer desde el Hospital de Benás las andanzas parisinas que protagonizaste con el resucitado Ona.

Un abrazo

Manolo